El Vel. Ernesto Derezensky
contexto se plantea una pregunta: “¿No sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la violencia, y que reina ya allí, incluso sin que se la provoque?”13
Así es cómo a partir de la experiencia clínica se esboza una definición de violencia como lo que surge cuando dimite la palabra. Esto nos conduce a una opción.
O la violencia o la palabra
Si hacemos un salto de 1954 a 1958, nos encontramos con lo que considero es la más clara definición de violencia de toda la enseñanza de Lacan. Remito al lector a la página 468 del Seminario 5.
Más allá de que en este seminario presenta el grafo del deseo, podemos ubicar a la violencia en el eje a-a´ del esquema Lambda. Al definirla propone que toda “relación interhumana” puede estar determinada por una opción: “o la violencia o la palabra”.
Aquí conviene recordar que Lacan no se refiere al acceso a la pura y simple palabra sino a “la estructura de la palabra, es decir, a una articulación significante”14. Subrayo este punto porque quizás resulte interesante decidir si esta opción se mantiene como válida a todo lo largo de la enseñanza de Lacan, sobretodo cuando haga la distinción entre "significante articulado", que excluiría la violencia, y "significante aislado" que podría ejercer violencia al recaer sobre el sujeto.
Lo cierto es que lo esencial de la agresión, que es la violencia al menos en el plano humano, no se reprime y puede manifestarse, o desencadenarse, burlando la articulación significante que jamás podrá capturarla. Para decirlo de un modo simple: alguien puede reprimir la idea de asesinar a otro, pero puede expresar la misma violencia que alimentaba esa idea con un maltrato constante ejercido por el resto de sus días.
Constatamos que ahora vuelve a surgir lo que ya señalé más arriba cuando en el Escrito de “La agresividad…” diferenciaba entre la agresividad (como intención agresiva sostenida en un discurso) y “violencia propiamente dicha” (excediendo la convención del diálogo). En el Seminario 5, siguiendo los criterios de esa época, plantea que “lo que corresponde a la agresividad llega a ser simbolizado y captado en el mecanismo de la represión”15, razón por la cual es analizable e incluso interpretable, mientras que no parece suceder lo mismo con la “violencia propiamente dicha”.
A partir de estas consideraciones podemos preguntarnos por los vínculos entre violencia y síntoma analítico, o las posibilidades del psicoanálisis para su tratamiento, pero esto es algo que amerita abordarse en otro trabajo.
La violencia lacaniana y la hegeliana
Desde un principio Lacan vincula el tema de la violencia con algunos postulados hegelianos.
En su Escrito de 1946 “Acerca de la causalidad psíquica” trata la noción de “alma bella” que Hegel describe en la Fenomenología del Espíritu luego de tratar lo que denomina “La indeterminabilidad de la convicción” y “El lenguaje de la convicción” en el apartado sobre “La universalidad de la buena conciencia”.
Lacan se referirá al "alma bella" luego de trabajar lo que denomina “el desconocimiento esencial de la locura”. Un desconocimiento que se revela cuando el loco se subleva e intenta imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, desconociendo que este desorden es la manifestación misma de su propio ser.
En ese contexto ubica a la violencia como un intento de romper el círculo en el cual el ser del sujeto se encuentra encerrado, desconociendo que “al asestar su golpe contra lo que se le presenta como desorden, se golpea a sí mismo por vía del rebote social”16. Desde esta perspectiva podemos evocar al paranoico que al producir el acto violento contra el objeto de su persecución puede terminar sancionado con un castigo de orden penal. Lacan agregará entonces que “tal es la fórmula general de la locura que encontramos en Hegel”17 . Más adelante concluirá señalando un rasgo de la locura en aquel sujeto que “no reconoce en su bella alma que también él contribuye al desorden contra el cual se subleva.”18
Pero no sólo se trata de la estructura del desconocimiento paranoico, sino también de una metáfora perfecta del yo como instancia de desconocimiento. Constatamos el origen de esta función de desconocimiento del yo en el mismo momento en el cual éste se constituye. Se trata de esa identificación primera del estadio del espejo, cuando el niño reconoce su imagen en el espejo como una unidad (una totalidad que incluye su propio cuerpo y el mundo que lo rodea) que resulta discordante con su incoordinación motriz propia de los meses neonatales que acusan los datos de una prematuración específica del nacimiento en el hombre.
Con esa matriz luego se desplegará “la dialéctica de la identificación con el otro”19 que podrá adquirir un rasgo agresivo en la disputa por un lugar que sólo uno podrá ocupar. En este doble movimiento –de identificación y disputa– encontramos las razones por las cuales la agresión puede tomar como objeto al propio yo (alienado en el otro), lo que explicaría no sólo la llamada “paranoia de autopunición”, sino también el suicidio.
Son nociones que podemos extraer de sus Escritos “El estadio del espejo…” de 1949 y también de “La agresividad en psicoanálisis” de 1948. En este texto Lacan reconocerá en Hegel el haber dado la teoría de la función de la agresividad en la ontología humana. Ella se manifiesta en el conflicto del Amo y del Esclavo de donde se “deduce todo el progreso subjetivo y objetivo de nuestra historia, haciendo surgir de esas crisis las síntesis que representan las formas más elevadas del estatuto de la persona en Occidente…”20
Así es como promueve el reconocimiento del hombre por el hombre dado en ese conflicto donde la satisfacción del deseo de uno se hace posible mediatizado por el deseo y el trabajo del otro.
Si bien las consideraciones de este período parecen bastante correlativas a las de Hegel, es evidente que aporta sus propios matices ya desde los primeros planteos. De algún modo, se aleja de Hegel para acercarse a Freud, concluyendo su texto sobre la agresividad con el desgarramiento original del hombre, “por el cual puede decirse que a cada instante constituye su mundo por medio de su suicidio, y del que Freud tuvo la audacia de formular la experiencia psicológica (…) como instinto de muerte”21.
Estas referencias, tomadas de las clases de Alexandre Kojève, también dominan gran parte de la etapa clásica de la enseñanza lacaniana, donde lo imaginario abandona su lugar para dar una primacía a lo simbólico.
Por ejemplo en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo…” vuelve a considerar la perspectiva agresiva que descompone el equilibrio del semejante con el semejante en una relación de Amo y Esclavo, recordando además que “es preciso que el vencido no perezca para que se convierta en esclavo. Dicho de otra manera, el pacto es siempre previo a la violencia antes de perpetuarla”22, señala así que lo simbólico domina ese imaginario donde se expresa la violencia.
A fines de 1962 dictando la segunda clase del Seminario 10 de “La angustia” señala algo más, al diferenciar el “deseo de deseo en el sentido hegeliano” del “deseo de deseo en el sentido lacaniano”23.
En el primero ubica a la violencia como la única mediación que queda en el reconocimiento mutuo de las conciencias. Allí donde soy reconocido como Selbstbewusstsein, soy reconocido como objeto, algo difícil de soportar, provocando la lucha por el puro prestigio, donde utilizo la violencia, para decidir entre las dos conciencias. Es en este plano donde mi deseo se ve concernido y donde el Otro es pura conciencia.
Mientras que en el “deseo de deseo en el sentido lacaniano”, el Otro está como inconsciencia constituida y es en el plano de lo que le falta, sin que lo sepa, donde estoy concernido en cuanto a un deseo al cual no tengo acceso. De tal modo que el Otro ni me reconoce ni me desconoce, simplemente me pone en cuestión al interrogarme “en la raíz misma de mi propio deseo como (a), como causa de dicho deseo y no como objeto”.
Jacques-Alain