El Vel. Ernesto Derezensky

El Vel - Ernesto Derezensky


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      Si consideramos otro momento de la enseñanza de Lacan el lugar que no es alcanzado por la palabra quedará localizado en lo real. Por esa razón la sociedad funcionará por las ficciones expresadas en los semblantes que se oponen a lo real. Que la acción del analista, orientada por lo real, vaya contra lo social, no implica que la cura apunte a lo real de la violencia, ni que el vínculo se sostenga en la dualidad imaginaria. Como tampoco podría guiarse por las ficciones sociales, J.-A Miller invita a preguntarse cuál será la acción que le corresponde al analista para no quedar reducido a un simple “guardián de la sociedad”.

      Dimensión social del síntoma y síntoma social

      Conviene diferenciar la presencia de lo social en el síntoma –la dimensión social del síntoma– de lo que llamamos síntoma social. La presencia de lo social en el síntoma la pensamos cuando en él se hacen presentes los significantes provenientes del Otro, que evocábamos antes. Y es también cuando abordamos al síntoma creado en el dispositivo analítico, constituido como un mensaje dirigido al Otro. Es el síntoma que despliega la enseñanza clásica de Lacan, incluyendo los años ´70 con la teoría de los discursos, cuando el síntoma es aquello alrededor del cual se ordena y sitúa el discurso de la histérica. Es una presencia de lo social porque aquí el síntoma hace lazo.

      El síntoma social es otra cosa. En “La Tercera” Lacan lo define así: “Sólo hay un síntoma social: cada individuo es realmente un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con qué hacer lazo social, dicho con otro término, semblante”42. Es el Lacan de 1975, ya pos-estructuralista. Cuando se produce un síntoma social el individuo no cuenta con el recurso de poder decirle algo al otro, de dirigir su mensaje al otro, porque no tiene ningún discurso que le permita crear un vínculo con él, que le permita hacer un lazo social.

      Desde esta perspectiva se puede considerar que, paradójicamente, un síntoma social implica esa presencia de lo “asocial” que no permite la estabilización ni el establecimiento del lazo social. Siguiendo esta idea constatamos que conviene abordarlo desde la última enseñanza de Lacan, a partir del Uno solo, donde el sujeto también queda confinado a su propio goce, sin Otro con quien vincularse. En este sentido se verifica la aparente paradoja que contradice el sentido común, puesto que el síntoma social, al no permitir el lazo, se pone en cruz con lo social implicado en el lazo social.

      La violencia como síntoma social

      En “La Tercera”, cuando Lacan define al síntoma social, se refiere al individuo y no al sujeto. Para esta época el individuo apunta al cuerpo afectado, perturbado por el lenguaje. Decir que el cuerpo está afectado implica el efecto de afecto, que incluye el efecto de síntoma, el efecto de goce y hasta el efecto de sujeto situado en un cuerpo. Se trata entonces de un sujeto substancial diferenciado del sujeto del significante. Esta demarcación sutil también conduce a Lacan al planteo del parlêtre.

      El individuo entonces está por fuera del discurso, allí donde podemos ubicar lo real. Por eso el individuo- proletario no hace lazo social, cada uno se muestra confinado al aislamiento de un goce depositado en un vínculo que no es con el Otro, sino con el gadget, ese producto de la ciencia ubicado en el mercado. Jacques-Alain Miller se preguntaba por la neurosis contemporánea y veía que “su determinación principal es la inexistencia del Otro, que condena al sujeto a la caza del plus de gozar”43. Esta idea es la que esboza Lacan en "Radiofonía", cuando vincula el “ascenso al cenit social del objeto “a”” con el momento en el cual el sujeto se enfrenta a la falta significante, cuando ya “no hay significante que freír … (entonces, dice)… se compra cualquier cosa, por ejemplo un coche…”44, no cabe duda que en esas compras identificamos la violenta compulsión a la que se encuentra sometido el sujeto condenado a esa caza del plus de gozar.

      A partir de estas consideraciones podemos pensar que si la violencia se produce por fuera de la articulación significante, como una manifestación asocial que incomoda e impide el establecimiento del lazo social y si, como habíamos dicho siguiendo a Lacan, el síntoma social es cuando se evidencia que el individuo no tiene ningún discurso con qué hacer lazo social, entonces la violencia es un síntoma social.

      También nos preguntábamos por la acción que le corresponde al analista para no quedar reducido a un “simple guardián de la sociedad”. Quizás podamos encontrar una respuesta siguiendo las enseñanzas del último Lacan, donde su clínica parece acentuar cierto pragmatismo, en la medida que el análisis apuntará a un sujeto que, finalmente, pueda arreglárselas con su síntoma.

      La violencia: síntoma social ¿de la época?

      Tal como lo venimos desarrollando, la violencia de nuestra época debe ser enmarcada en una civilización que ya no se manifiesta especialmente ordenada desde los ideales sino, más bien, por la intersección del discurso capitalista con el discurso de las tecno-ciencias. Existe una proliferación de objetos tecnológicos que se ofrecen al consumo siguiendo las leyes del mercado.

      Esas condiciones promueven objetos de última generación que pronto caducan o pasan de moda, haciendo del sujeto un constante “desprovisto”, al mismo tiempo que las fallas del orden simbólico y la vacilación de los semblantes que caracterizan a la época lo dejan despojado de sus planes y de sus previsiones, efectivamente desorientado, sin brújula, pudiendo experimentar una profunda inseguridad.

      Esa desorientación del sujeto va acompañada de una dispersión discursiva ante la cual, como contrapartida, se pretende aplicar un retorno de significantes que evalúan, califican y pretenden etiquetar al sujeto, señalando la presencia de otro modo de violencia. Evoquemos aquí a quien se ve entregado al máximo de rendimiento y competencia para lograr mostrarse como un verdadero “emprendedor”, empujado a un rendimiento que parece estar siempre más allá de sus propias posibilidades y que lo sumerge en un constante malestar.

      También comprobamos que la violencia es un fenómeno que se reitera a lo largo de la historia como una manifestación esencial del animal humano. Por otro lado en cada época se presenta de un modo particular. Es decir que como síntoma del sujeto, incluso como síntoma social, siempre hay algo viejo y algo nuevo en la violencia. Por ejemplo, Jack Fuchs, en el artículo a que hacíamos referencia comenta que “…entre los hombres se hace presente una fuerza que los conduce al crimen masivo de la guerra. Es difícil aceptar que los hombres quieren matar por matar. La lucha por los bienes, los conflictos territoriales y las ideologías son construcciones, excusas que en la superficie ocultan el sentido primario de la guerra: dar una forma lógica y racional a una voluntad oscura e inconfesable”45.

      Esa voluntad oscura e inconfesable a la que Freud supo acceder para darle un nombre: pulsión de muerte, es lo viejo, lo inmutable que tiene la violencia. Todo lo demás: la lucha por los bienes, los conflictos territoriales, las pujas ideológicas son las construcciones que pueden renovarse, las distintas modalidades que adopta la violencia según cada época.

      Podemos volver al tema de la guerra para comparar alguna de sus modalidades. Así es como constatamos que en este siglo las guerras se manifiestan en distintos puntos alrededor del globo. A las guerras de Afganistán e Irak, se sumaron las de Siria, Mali y República Centroafricana. Es decir que aún no hemos conocido ese tipo de guerras masivas que se desarrollaron en el siglo XX, “especialmente la Primera Guerra Mundial, que fue una matanza extraordinaria, que mató de forma duradera, por ejemplo, el deseo de tener hijos”46.

      En nuestra comparación no podemos dejar de citar las "guerras sin límites" a las que se refiere Ernesto Derezensky en el Scilicet “Un real para el siglo XXI”. Se trata de guerras sin reglas ni prohibiciones en las que se superan “las fronteras y las restricciones que separan lo militar de lo no militar, las armas de las no armas, y el personal militar del civil”. Junto a este tipo de guerra, que puede ser “cultural, ambiental, financiera, mediática, virtual”, aparecen nuevos tipos de peligros: “terrorismo, fanatismos religiosos o étnicos, ojivas nucleares que están por fuera del control de los países, redes mafiosas,


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