El Vel. Ernesto Derezensky

El Vel - Ernesto Derezensky


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“…el sacrificio significa que, en el objeto de nuestros deseos, intentamos encontrar el testimonio de la presencia del deseo de ese Otro que aquí llamo el Dios oscuro”36.

      Desde estas perspectivas podemos abordar a la violencia no sólo como un componente inseparable de la estructura subjetiva sino también por su presencia en el plano de la comunidad, que Freud introduce con la sutil expresión “dictadura de la razón”.

      La violencia como componente de la estructura subjetiva y su presencia en la comunidad

      De alguna manera ambos aspectos de la violencia –como componente de la estructura subjetiva o como fenómeno presente en la comunidad– parecen entrelazarse según las distintas perspectivas que adopta Lacan cuando se dedica a desarrollar este tema a lo largo de su enseñanza. Recordemos que en el período pre-estructuralista Lacan vincula el concepto de pulsión de muerte con la agresividad desde una perspectiva imaginaria.

      Luego, en su época estructuralista aísla el comienzo de la violencia con la dimisión de la palabra, para llegar a plantear una clara definición en su Seminario 5 donde propone una opción excluyente para toda relación interhumana: “o la violencia o la palabra”. Opción que, en esa relación, se define según el sujeto abandone o se mantenga en el campo que determina la palabra que es el de la “articulación significante”.

      Finalmente Lacan se renueva en el último tramo de su enseñanza y los enfoques sobre la violencia varían. El término ya no aparece de modo tan explícito como en las épocas anteriores, pero ahora trata temas como segregación, racismo o estrago, que pueden ser tomados como distintas declinaciones de la violencia.

      Podemos apreciar esta renovación en especial a partir de 1970 cuando en “Radiofonía” señala el ascenso al cenit social del objeto “a”, pensado como un gadget, producto de las tecno-ciencias, en el que se concentra un plus de goce. A partir de allí el orden de la civilización ya no será regulado por los significantes ideales, como sucedía tradicionalmente, sino por ese objeto que en el mercado capitalista se convierte en un motivo de consumo por el cual se promete la obtención de un goce.

      En ese marco podemos ubicar las distintas declinaciones de la violencia a las que se refiere Lacan, y también a partir de esa referencia abordamos fenómenos actuales ligados a la violencia que continúan escapando a la articulación significante, pero ahora vinculados a lo real.

      La emergencia y la incidencia de estos fenómenos en el nivel de la comunidad, el ascenso del objeto “a” al cenit de lo social o la vacilación de los semblantes en nuestra civilización actual nos plantea la pregunta sobre las particularidades de la violencia como síntoma social de la época.

      Tenemos cierta idea sobre lo que es un síntoma desde el psicoanálisis, pero aquí no pretendemos abordar al síntoma puro y simple, sino al síntoma social. Para ello quizás convenga reflexionar sobre qué es la sociedad para el psicoanálisis.

      La sociedad

      ¿Cómo se hace presente “lo social” en nuestra propia práctica?

      Es un hecho de la clínica que ya en su primera consulta el paciente se nos presenta como un sujeto a quien se le asignaron determinados significantes que pueden cumplir el papel de tarjeta de identificación.

      Podrán ser un sujeto deprimido, adicto, angustiado, rechazado, desorientado…en definitiva un sujeto que padece por palabras que le fueron dichas o que le deberían haber sido dichas, palabras que lo marcaron y de las que le cuesta escapar.

      Se trata de significantes de un discurso que lo precede y a los cuales él se identificó. Es lo que Lacan llamó “campo del Otro” o mejor “discurso del Otro”. En su Escrito “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” lo define como un discurso concreto, que circula en la humanidad como transindividual, y que da un sentido y una verdad a los actos de ese sujeto.

      Esta noción del Otro del discurso concreto que porta los significantes identificatorios en los que se constituye el sujeto y bajo los cuales también desaparece es lo que motiva a Lacan a promover la idea de “subjetividad de la época”. A partir del momento en que recibe a un sujeto atado a sus identificaciones, el analista no debe renunciar a tener en su horizonte la subjetividad de la época. Jacques-Alain Miller nos invita a considerar cada época como si estuviese unificada por un modo de descifrar el sentido y por un tipo de distribución del goce, o un modo de obtener satisfacción según un estilo de vida.

      Desde esta perspectiva el analista podrá estar en condiciones de cuestionar ese fading identificatorio del sujeto para producir una caída de las identificaciones en las cuales se alienaba siguiendo las coordenadas de la “subjetividad de la época”. Así el final de la experiencia se vincula al momento en que “la satisfacción del sujeto encuentra el medio de realizarse en la satisfacción de cada uno”37, tal como lo plantea Lacan en su Escrito.

      Constatamos que el psicoanálisis va en contra de las identificaciones, produciendo al final una “desidentificación del sujeto”. De este modo el discurso analítico se presenta como el revés del discurso del amo que es comandado por el significante que promueve la identificación.

      Sin dudas este “campo del Otro” o el “discurso del Otro”, anterior al sujeto, que circula en la humanidad, puede ser considerado como “lo social” o “la sociedad”.

      Pero como el “campo del Otro” no es único, no es un todo homogéneo, aunque más no sea porque no es todo significante y porque él mismo no sólo es Otro del sujeto sino que también es “Otro del Uno”38, la idea de Lacan es que lo social se pluraliza en lo que llama los “lazos sociales”.

      Desde la enseñanza de Lacan, entonces, no nos referimos a “la” sociedad sino a los varios tipos de lazos sociales. Con los cuatro discursos ya estamos señalando que el Uno de la sociedad, considerado como unidad, es totalmente ilusorio.

      Lo igualitario es “asocial”, no permite el establecimiento de un lazo

      La lectura que hace Jacques-Alain Miller de la enseñanza lacaniana lo conduce a señalar que “lo social” no es la cooperación, ni el intercambio, ni la coordinación ni la complementariedad. Desde esta perspectiva, y contrariamente a lo que nos dicta el sentido común, “lo social” no implica lo igualitario, a la inversa, lo social es desigual, el lazo social comporta la dominación de uno sobre el otro. Recordemos tan solo que al lugar del agente de los discursos, en el Seminario 17, Lacan lo llama lugar dominante. Y es por eso que los podemos llamar discurso del amo, de la histérica, etc.

      Algo de esto ya lo encontramos en Freud. Por ejemplo en su artículo “Por qué la guerra” plantea que: “…la comunidad incluye desde el comienzo elementos de poder desigual, varones y mujeres, padres e hijos, y pronto, a consecuencia de la guerra y el sometimiento, vencedores y vencidos, que se transforman en amos y esclavos”39.

      Para nosotros, entonces, “lo social” –que se expresa en el lazo social– es desigual y, correlativamente, lo igualitario, en el fondo, es “asocial”, o sea que no permite el establecimiento y la estabilización de un lazo. ¿Dónde encontramos lo igualitario? En la relación especular, la relación del semejante al semejante donde ninguno es superior, donde uno vale lo mismo que el otro, hay dos en lugar de haber uno solo, puesto que no hay uno que tenga más lugar que el otro, entonces, lo que se produce es la guerra, la violencia. Freud lo decía así: “…los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante la violencia”40. En este nivel imaginario, igualitario, que es asocial porque no permite la estabilización de un lazo, localizamos a la violencia, definida como lo que puede producirse en una relación interhumana cuando no impera la palabra entendida como articulación significante. Pensando en el esquema Lambda la ubicamos en el eje imaginario a-a´ que se pone en cruz con el eje simbólico donde identificamos lo social.

      Por eso mismo es


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