El Vel. Ernesto Derezensky
otro lado quienes vienen a nuestra consulta manifiestan la presencia de una violencia que tiende a manifestarse más en el orden de lo privado. No sólo la violencia ligada a la denominada inseguridad que clama por la “mano dura” o la justicia por mano propia sino también abusos intrafamiliares, violencia escolar, acoso laboral o violencia de género entre otras.
A modo de conclusión afirmamos que participar de la época del Otro que no existe nos conduce a un replanteo de nuestra práctica, ya que si el orden simbólico del siglo XXI no es más lo que era, el inconsciente tampoco lo es. Hoy “el propio discurso del Otro aparece fluctuante, pulverizado, fragmentario”48, ubicando al sujeto en una debilidad por la cual el psicoanálisis deberá responder en la cura.
Si el psicoanálisis puede decir algo e incluso operar respecto de los fenómenos de violencia de nuestra época, será en tanto tenga en cuenta los impasses que ofrece el discurso actual. Y así podrá jugar su partida “con relación a los nuevos reales que testimonia el discurso de la civilización hipermoderna.”49 Para ello el analista deberá estar advertido que su intervención no sólo podrá tener efectos en la cura, sino también en lo social.
No hables con extraños
Ernesto Derezensky
La época y las formas actuales del síntoma
La época del capital globalizado, o de la "hipermodernidad" –como la nombró Jacques-Alain Miller en su discurso de Comandatuba, en el marco del Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis del 2004– nos confronta a los llamados “nuevos síntomas”. Establecemos un cruce entre dos términos: la época y las formas actuales del síntoma. Nuestra época ofrece diversos puntos de vista que intentan describir el surgimiento de lo nuevo. La novedad en la moda, la estética, los vínculos humanos y observamos la precariedad que afecta todos los lazos entre los individuos en nuestras sociedades. Es la época de la globalización que se nos presenta con un alto grado de incertidumbre. Los analistas económicos nos transmiten la situación de los mercados mundiales caracterizándolos como ilegibles.
Todos los semblantes vacilan y el Nombre del Padre –en tanto semblante– no escapa a este cuestionamiento. Una de las consecuencias que esto conlleva es la crisis del principio de autoridad. Hay un llamado a restituir la tradición, un retorno de los fundamentalismos religiosos. Los llamados “nuevos síntomas” son un intento de nombrar las patologías contemporáneas. ¿Cómo abordamos esta transformación de la clínica de nuestros días? Nuestro punto de partida es sostener que ellos no constituyen de ninguna manera una categoría homogénea. Las toxicomanías, todas las formas posibles de las adicciones –al alcohol, al juego, al consumo– la bulimia, la anorexia, los ataques de pánico, no nos presentan el síntoma que se sostiene del amor al padre (la vertiente simbólica del síntoma como mensaje del Otro) sino, por lo contrario, nos presentan el síntoma que no pide nada: ni reconocimiento, ni amor, solo testimonia de una fijeza de goce.
El Inconsciente y la política
Jacques Lacan, en su Seminario 14 "La lógica del fantasma" sorprende con una hipótesis que nos resulta provocativa y demanda cierto esclarecimiento. Lo cito: “Ni siquiera digo que la política es el Inconsciente, sino muy sencillamente que el Inconsciente es la política”.
Jacques-Alain Miller, en su curso "El desencanto del Psicoanálisis" (2001-2002) retoma esta propuesta de Lacan, la comenta y se vale de ella para situar el lugar del Inconsciente en nuestra época. Señala entonces que la tesis “la política es el Inconsciente” supone una lectura de Freud. Es lo que podemos encontrar en Psicología de las masas, cuando Freud examina el Ejército y la Iglesia, dos formaciones colectivas en las que se verifica cómo, a partir de un mismo significante identificatorio, y una misma causa de deseo, se alcanza un denominador común. Todos unidos en el amor al Padre.
Cuando Freud aborda la política, lo hace a partir del Padre. Los términos que entonces utilizará son “identificación”, “censura”, “represión”. Se puede objetar que esta es una lectura reduccionista de la política, ya que en ella hay otras cosas aparte de síntomas, inhibiciones y angustias. Cuando Lacan señala: “ni siquiera digo que la política es el Inconsciente, sino muy sencillamente que el Inconsciente es la política”, se propone algo absolutamente pertinente para un analista: hablar del Inconsciente. Pero por cierto se sabe bastante poco qué es el Inconsciente. De cierta manera, el Inconsciente nos confronta a lo que escapa de la representación. Es el Inconsciente el que requiere ser definido porque no sabemos qué es.
Ahora bien: cómo definir la política de manera tal que tenga algún sentido decir que el Inconsciente es la política. Jacques-Alain Miller trae un autor, Marcel Gauchet, un especialista en ciencias políticas, que en su libro La democracia contra ella misma propone una muy interesante definición: “La política consiste específicamente en esto: es el lugar de una fractura de la verdad”50. Nosotros podemos sostener que la política se desarrolla en un campo estructurado por S(A), en el que se hace la experiencia de que la verdad no es Una, o bien que la verdad no existe, que la verdad está dividida. “El Inconsciente es la política” es entonces un desarrollo de la definición de Lacan “El Inconsciente es el discurso del Otro”, implicando aquí un Otro dividido que no existe como UNO, que es transindividual. Es lo que la experiencia analítica nos enseña, a condición de considerar que en ella se trata del sujeto, y no del individuo. Lacan, por ejemplo, habla también del sujeto de la ciencia, y puede muy bien considerarse que el malestar analizado por Freud apunta al sujeto de la civilización.
Cuando Lacan, en el Seminario 17 "El reverso del psicoanálisis", nos presenta los cuatro discursos –el del amo, el de la histérica, el de la universidad y el discurso analítico– argumentará, hará matema, escribiendo que el Inconsciente se funda en el lazo social. El matema de los cuatro discursos fundados sobre el lazo social hace aparecer que el UNO de la sociedad es ilusorio. La sociedad está en verdad fragmentada en diversos lazos sociales. Lazos que suponen una relación de dominación, es decir, una relación de dominante a dominado51. Por lo tanto no encontramos allí ni el intercambio, ni la cooperación, ni el don, ni la justicia distributiva.
Recrear una comunidad
La fragilización de los lazos en nuestras sociedades hace que se busquen diferentes alternativas a fin de recrear una comunidad vivible para sus habitantes. El fenómeno de la violencia urbana hace que el reclamo por alcanzar más seguridad, por recuperar el espacio público, aparezca como uno de los temas candentes de la agenda ciudadana. Hace ya algunos años asistimos a la creación de emprendimientos que ofrecen a sus potenciales moradores todo lo que “una buena vida” necesita para ser “completa y totalmente satisfactoria”. Estos barrios cerrados, con vigilancia electrónica de los accesos, barreras y guardias armados, prometen alejar a sus propietarios de los riesgos y amenazas de la turbulenta vida ciudadana. Allí sus habitantes pueden encontrar la oportunidad para consumir todo lo que el cliente pueda desear, áreas de recreación, pistas de aerobismo, campos de deportes, canchas de tenis, iglesia, colegio y el infaltable spa para obtener los cuidados corporales y la atención estética necesaria.
Por el precio de una casa en estos barrios el consumidor comprará la entrada a una comunidad. Un concepto de comunidad definida por sus límites estrechamente vigilados y no por sus contenidos. La “defensa de la comunidad” implica la contratación de guardias armados para custodiar las entradas, que ofrecen entonces un acceso selectivo. Una de las paradojas que observamos, cada vez con más frecuencia, es que estos lugares hipervigilados y controlados sufren robos, crímenes, episodios en los que se supone puede estar implicado el personal de las agencias encargado de preservar la seguridad y privacidad de sus moradores. Recrear una comunidad denota lo que ha quedado del sueño de una vida mejor, compartida con mejores vecinos, disfrutando de un espacio común.
Claude Lévi-Strauss señaló en Tristes Trópicos que a lo largo de la historia humana se emplearon dos estrategias