Muchacho en llamas. Gustavo Sainz

Muchacho en llamas - Gustavo Sainz


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casi de su medida. Arrojó el pantalón y la trusa malolientes en un cesto de mimbre y se bañó. Terminaba de vestirse cuando el timbre, y después el sonido de la puerta al abrirse, lo sobresaltaron. Oyó cómo un hombre preguntaba por los dueños de la casa, y cómo una de las criadas, la que le había ­franqueado el paso, respondió que no estaban, como era su costumbre, pero que podía hablar con su sobrino…

      —¿Felipín? —curioseó el hombre.

      La otra sirvienta dijo que no sabía cómo se llamaba, porque era nueva, y que su amiga tampoco, estaba de visita, no trabajaba allí, etcétera.

      Sofocles terminó de vestirse y con sigilo caricaturesco inició el descenso de la escalera. El hombre desconocido lo descubrió.

      —¡Felipín! —dijo en un espasmo, ofreciendo sus brazos abiertos—. ¿No te acuerdas de mí? —Y en cuanto pudo lo apresó de los hombros…

      —No —susurró Sofocles completamente a su merced.

      —Claro, cómo te ibas a acordar, si estabas muy chiquito… Soy tu padrino don Jesús, Chuchito… ¡Ah, qué Felipín! Te conozco desde que tenías dos años… ¿Te acuerdas cómo nos íbamos de pinta a Zihuatanejo para pescar y jugar tenis? ¿Eh, maldito? ¡Acuérdate, acuérdate!

      —¿A jugar tenis?

      Y en el mismo tono entusiasta siguió diciendo cosas a las que Sofocles respondía siempre que sí, hasta que las sirvientas anunciaron que iban llegando los señores.

      La que le abrió la puerta a Sofocles escapó calle abajo, y él, por su parte, aprovechó un descuido del hombre amable para soltarse, fingir caminar hacia el garage adonde estaba un Caravelle remolcando una lancha con motor fuera de borda, y en realidad correr desaforadamente, correr de prisa, ay, cada vez más aprisa, puf, hasta comprobar que nadie lo seguía.

      —Nomás te peinaste y te veniste —le dijeron al llegar a la fiesta.

      Sofocles sonrió con su mueca Terry Thomas y se llevó una mano a la cabeza para sobar y aplastar el cabello hacia adelante con vigorosa insistencia.

      Entonces Tatiana notó la ropa diferente, la camisa nueva, el pantalón desconocido, la mirada significativa, el nuevo desodorante, y pidió saber todo, cuando a él ya le brotaban las palabras ensalivadas y de una manera automática…

      Atrapo varios insectos y luego los suelto: esa libertad bullente es el tiempo.

      El tiempo sirve para cambiar.

      Los perros comprensivos

      Los dos hijos tenían hambre.

      Los padres también.

      Así que se los comieron y dejaron de sufrir los cuatro.

      Oh, Juan, ¿quién nos librará de la maldad de los Buenos

      que han encontrado una salida: la Justicia?

      Lanza del Vasto

      Escombro el escritorio para ponerme a escribir. Incluso me baño y me visto especialmente para la ocasión: ropa gruesa, para no sentir frío después de varias horas sentado. No sé dónde acomodar tantos papeles, folletos y diccionarios, así que los amontono equilibradamente a un lado. Mi padre debe estar escribiendo un artículo. Siempre lo oigo tecleando hasta altas horas de la madrugada. Meto una hoja en blanco en el rodillo de la máquina. Es como mirar la nieve del Popocatépetl. Me persigno envuelto por el orden impecable de la biblioteca. Es increíble, pero todavía me persigno de vez en cuando. En el montón de papeles que acabo de acumular, una página mecanografiada por mi padre llama mi atención:

      Allá en el Mioplioceno, continuándose hasta el Pleistoceno, es decir, entre hace trece millones y un millón de años, nació y fue creciendo lentamente, a causa de sus erupciones continuas, el Popocatépetl, “Montaña que humea”, o el Xitliquehuac, “El que arroja cenizas”.

      Está formado por material lávico, dacita y riodacita y traquita en su mayor parte. El Pico mayor o Pico Anáhuac se localiza, según carta de la Secretaría de la Defensa Nacional 14 Q-h (123), a 19° 1’ 15’’ latitud norte, y a 98° 37’ longitud oeste, y su cima alcanza 5 452 metros sobre el nivel del mar. El labio inferior del cráter registra 5 253 metros. El Pico del Fraile se localiza en el lado sur del volcán y su base está a 5 249 metros. El Ventorrillo alcanza 4 999 metros. El cráter, de forma elíptica, tiene una circunferencia de 22 867 metros, con una profundidad de 380 metros desde el Pico Mayor.

      Forma parte de una cadena volcánica que corre de norte a sur dividiendo las cuencas de Puebla y México desde Otumba, por el estado de Hidalgo, hasta Joanatepec, en el de Morelos. El cono volcánico presenta pendientes de 20, 30 y, en algunas vertientes, hasta de 50 grados.

      Parte de un derrame que la erosión en el curso de los siglos ha destruido, está ahora convertido en ese extraordinario roquedal llamado El Ventorrillo, con su Flecha del Aire.

      Al fondo de la biblioteca gira un espejo.

      De Tatiana, como de María de Magdala, en mi novela futura los sacerdotes llegarán a extirpar siete demonios: el de la lujuria, el de la envidia, el de la vanagloria, el de la curiosidad, el de la avaricia, el del desprecio y, por último, el demonio más feo de todos, el demonio de la maledicencia…

      Cuando vuelvo a casa, mi padre discute con su mujer: es impresionante su disposición para la violencia verbal… Es como si cada uno se sintiera orgulloso de gritar más fuerte, y tratara de gritar más fuerte…

      Después de un rato largo me enfrento con el rostro descompuesto de mi padre.

      —¿Qué cosas mías has estado agarrando?

      —Nada, de veras, nada. Traté de escombrar el escritorio, pero no deseché nada, simplemente acomodé todo en un extremo, lo acumulé cuidando que no se maltratara ningún papel. Luego alfabeticé algunos libros. Puse en orden la sección de Ciencias Sociales —asustado.

      —Pues tu madrastra —increpa—, dice que se encontró allá arriba dos cartas, y que el lunes pone el divorcio…

      Por un minuto no sé qué responder. No tengo ninguna culpa. Si mi descuido hubiera sido intencional, tendría razón de enojarse, pero no. Después pienso, pero nada más lo pienso, no digo nada: ¿y yo soy el culpable de tus relaciones extramaritales? ¿Y yo soy el culpable de tu manía de coleccionar recuerdos? ¿Y yo soy el culpable de que hayas conservado inclusive esas cartas? Mi hermana baja y todo se interrumpe. Todos salen precipitadamente: mi ­hermano, mi hermana y mi padre. Me dan ganas de ponerme a llorar. Al poco rato baja mi madrastra como ajena a todo y hasta can­turreando, como si estuviera contenta…

      Si pudiera comer bellotas y que me salieran por las orejas

      ramas de árbol. ¡Si pudiera comprar un hotel de mil

      habitaciones y morir en cada una!

      Paddy Chayevsky

      Le dicen a Tatiana que no se da a respetar, que yo soy muy mandado, que les estoy cayendo gordo. Utilizo sus mismas palabras. Que prefieren que ande con un futbolista a que ande con un intelectual por cual: ése soy yo.

      —¿Un intelectual?

      Pero me interrumpe. Y por si fuera poco no se le ha presentado su menstruación. Enmudecí y sin talento para dar explicaciones preferí retirarme. Fui a la escuela. Encontré a Monsiváis cargado de libros y caminamos hasta su departamento. Dice que mi proyecto de novela es muy complicado y que primero tengo que pensar en atrapar lectores, y que cuando los tenga, entonces me puedo lanzar a hacer experimentos, por lo demás, completamente innecesarios.

      Tatiana se porta mal. Me pidió que la buscara y a la hora que habíamos convenido no estuvo. La esperé inútilmente. Salí a comprar unas medicinas y la encontré. Eran las 8:30 y la cita había sido a las 4. Ah, pero es que salió con unos vecinos que le están enseñando a manejar moto…

      —Moto es como mejor manejo —susurro, pero ella ni siquiera sonrió.

      Ayer


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