Muchacho en llamas. Gustavo Sainz

Muchacho en llamas - Gustavo Sainz


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hasta en los más ínfimos detalles. “La verdad en un alma y un cuerpo”, decía Rimbaud.

      A las cinco viene Temístocles y conversamos bajo el quicio de la puerta. Mi perra olfatea todos los árboles y las llantas de los coches estacionados. Llega Tatiana con su familia en la camioneta de su papá, y apenas se bajan, ella espera a que todos entren en su casa y viene hacia nosotros. Me llama mi abuelita. Tiene hambre y debo subirle de cenar. Cuando salgo de nuevo, Tatiana ríe con Temístocles, seguramente coquetea, cierra algún trato, conviene encontrarlo otro día, al salir de la escuela. Pero apenas aparezco se va. Lo de la cita me lo cuenta él, sinceramente regocijado. ¿Estará mintiendo?

      Más tarde estoy jugando pelota con las amigas de mi hermana y aparece Tatiana invitándome a caminar.

      Parece que no hago más que reprocharle cosas.

      Ella me pide que calle: le duelen mis palabras.

      —No hay nada más terrible que las palabras —le digo ­orgulloso—. Pegarte… Eso sí que sería faltarte al respeto. Pero hablar… Hablamos para reconocernos, para perder el miedo de acercarnos, para tantear posibilidades, arriesgar lo posible, es decir, nuestra realidad primera y última…

      Ella se detiene y me besa.

      Yo no aflojo los labios, tenso, no entreabro la boca, no cedo al beso.

      —¿Y después de esto qué? Esperar que otra vez se te ocurra plantarme para salir con la babosa de Herodotita, o ver impasible cómo te citas con mis amigos en mis meras narices, ¿poner la otra mejilla? Y después otras tres cuatro veces y de nuevo poner la mejilla… ¡Hasta que se me acaben todas las mejillas!…

      —Nada más tienes dos —arriesga tímidamente.

      —Entonces se me acabarán pronto…

      Estoy acalorado. La discusión me hace circular la sangre más rápido. Entonces nos besamos, francamente con desfachatez, con furia, con pasión. Le acaricio los senos bajo la ropa, ay. Y a pesar de esto no quedamos de vernos sino hasta el martes. Mis manos tibias. Regresamos al oscurecer. En esta época del año oscurece muy tarde, más allá de las 7:30. Mi padre diría las 19:30. No tengo reloj, se lo presté a Temístocles.

      En la puerta de mi casa están mis hermanos esperando un taxi. Baja mi madrastra y me dice que va a dar una vuelta con sus hijos. Le hace duros reproches a mi padre.

      —Yo trabajo —se queja—. Me paso diez horas diarias en un hospital para poder pagar todo lo que debemos. Desgraciadamente estoy ahogada en deudas, si no, me iba inmediatamente, ponía mi propia casa. Y por si fuera poco, hace una semana me llegó una carta, un anónimo y hablando de las infidelidades de tu padre, y hoy otra carta de Marina, nada menos que de Marina. Es imposible ya, mira, aquí las tengo. Yo no puedo soportar más…

      Abre su bolso y de un montón de papeles saca uno más arrugado que los demás. Alcanzo a ver el sobre. Yo lo recibí cuando llegó. Si hubiera sabido…

      Señora, dice la carta, una página mal arrancada de un cuaderno cuadriculado, creemos nuestro deber ponerla alerta… Busco la firma. Un lacónico asta luego.

      Un anónimo es un puñal construido con palabras, pero generalmente tan mal construido, tan, tan mal construido, que causa toda clase de estropicios…

      La carta de Marina es más tranquilizante. Si la hoja del anónimo la arrancaron con la mano, a la de ella la ajustaron, le dieron forma con un cuchillo. Debe haber formado parte de una bolsa de pan, y resultó bastante irregular. Por si fuera poco, aparece escrita a veces con lápiz y a veces con bolígrafo, con letras de dos renglones de alto que no respetan ninguna horizontalidad, para no hablar de discreción, o de dignidad, o de honor. Se las devuelvo con rapidez, como si me fueran a contagiar una enfermedad, un poco asustado. Ella me cuenta lo que dicen, hasta que llega el taxi.

      —Es una señora que ha venido a lavarme los trastes —dice—, y que tu papá la quiere mucho, y que han ido al cine, y que el día de su santo le llevó serenata… Tu padre ahora sí que ya ni la amuela…

      Cuando el taxi parte me siento culpable, como si yo hubiera cometido un delito. ¿Qué tiene de malo ir al cine? ¿O llevar serenata? Y la verdad es que esta Marina está bastante guapa…

      Tomo dos frascos vacíos de refresco y voy a la tienda, pero al cruzar frente a la casa de Tatiana veo salir a su familia y falta ella. Espero a que la camioneta se pierda de vista y toco el timbre. Abre Tatiana en bata.

      —Estaba acostada —dice.

      No la dejo continuar, la beso, la abrazo desesperadamente, la beso y se le abre la bata. Está desnuda debajo de la bata. Con el pie alcanzo a cerrar la puerta. La trato de arrastrar hacia su recámara, pero caemos al suelo, se caen las botellas vacías de refresco. Es como si buscara a otra mujer adentro de ella, como si quisiera oprimirla, o desgarrarla para hacer brotar a otra mujer. Cuando la dejo respirar, advierte:

      —Mis padres no deben tardar, nada más fueron a dejar a mi tía polaca…

      Una de sus tías es polaca y la otra checoeslovaca. Su mamá es judía rusa y su papá también es polaco. Se oyen los frenos de la camioneta. Recojo mis botellas y me escondo tras la puerta, para escabullirme apenas entren, sin que me descubran.

      Termino comprando dos coca-colas terriblemente agitado. Luego subo a mi cuarto dispuesto a leer Las tribulaciones del estudiante ­Törless, libro estrujante y provocador.

      Mi padre llega como a las nueve. Me mira, deambula alrededor de mí, quiere decirme algo pero no se atreve, sondea, dice algo así como:

      —Lo que no sabe defender como esposa lo quiere defender como…

      Pierdo sus últimas palabras.

      Tengo hambre y no hay nada de comer. Me enfundo en mi amada gabardina a lo Humprey Bogart y salgo a comprar tortas. En mis manos siento todavía la temperatura de la piel de Tatiana. Mi padre mira televisión. Parece realmente interesado en las aventuras de Peter Gun…

      Apenas acabo de regresar cuando llegan mi madrastra y mis hermanos en un taxi. Cargo a la niña y la acuesto sobre el sillón. Venía dormida. Mi hermano ni siquiera saluda y se encierra en su cuarto. Mi padre y su esposa se encierran por su parte e inician una discusión acalorada como si hubiera sonado una campana y se iniciara un nuevo round. A veces salpican su gritería con palabras en otros idiomas. Pongo un disco de jazz a todo volumen y ni siquiera me reclaman. La perra está nerviosa, no consigue dormir, da vueltas y vueltas, como si tuviera que decidirse y tomar partido. Creo que todo se calma como a la 1:30. Mi padre ronca.

      Perfume: composición química de olor agradable y seductor. El ele­mento adherente de los perfumes procede de ingredientes ­animales, extraídos de las secreciones sexuales del macho. Los olores corporales estimulados por el uso de los perfumes son afrodisiacos. Según los osmólogos, las cinco partes del cuerpo más erógenas en su seducción olfativa son las sienes, el cuello, las muñecas, la articulación de la rodilla y el lóbulo de la oreja. El olfato, escribió Rousseau, es el sentido de la imaginación.

      El miércoles me levanto como a las 10 y acudo a encontrarme con Tatiana. La espero media hora en la librería Zaplana de San Juan de Letrán. Ella llega puntual, soy yo quien llegó antes. Caminamos mucho. Hace calor. Yo satisfecho porque encontré un nuevo libro de Broch que andaba buscando desde hace mucho, y además apareció la nueva Revista de Literatura Mexicana con un fragmento de una nueva novela de Carlos Fuentes.

      Tatiana resuelve que realmente la odio porque prefiero hablar de libros y no de ella. No la contradigo. Gastamos 11 pesos en un restorán, y al llegar a la calle de Ejército Nacional, me despido y la dejo seguir sola hasta su casa.

      En la mía mi padre está filmando una película en 16 mm. Me pongo un pollo en la cabeza y salgo bailando. Todos participan en este alboroto, menos mi madrastra. Mi padre me asusta al decirme que quiere tomarme una foto junto a su coche, y cambia la cámara de cine por una de fotografías. Salimos, y mientras enfoca su cámara, o finge enfocarla, me pide ayuda.

      —Siempre se va. A ver si tú la puedes convencer,


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