El siglo de los dictadores. Olivier Guez

El siglo de los dictadores - Olivier Guez


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“Hombre de Acero”, el nuevo apodo revolucionario de Dzhugashvili) alternó arrestos, condenas y deportaciones, seguidas por inmediatas fugas y períodos de clandestinidad. En 1912, fue nombrado, por cooptación, en el Comité Central del Partido Bolchevique, convirtiéndose así en uno de los diez principales dirigentes del movimiento clandestino. De modo que Lenin desempeñó un papel decisivo en su promoción. Consciente de la importancia crucial del problema de las nacionalidades para la causa revolucionaria, impulsó precisamente a Stalin a exponer el punto de vista marxista sobre esta cuestión: en 1913 apareció El marxismo y la cuestión nacional, un opúsculo a propósito del cual Lenin se refirió al “maravilloso georgiano” en una carta a Gorki. Gracias a este texto –sin gran originalidad–, en el que afirmaba que “la cuestión nacional en el Cáucaso solo puede resolverse llevando a las naciones y los pueblos atrasados a la corriente general de una cultura superior”, Stalin se convirtió en el especialista del Partido en política de las nacionalidades. En febrero de 1913, fue nuevamente arrestado. Lo enviaron a Turujansk (Siberia oriental), la más alejada y aislada de las regiones de deportación del Imperio ruso, y esta vez permaneció allí cuatro años, hasta la caída del zarismo, en febrero de 1917.

      De vuelta en Petrogrado en marzo de 1917, tras la amnistía proclamada por el gobierno provisional, Stalin fue secretario de redacción del Pravda, el diario bolchevique. En la VII Conferencia del Partido, que se realizó a fines de abril de 1917, fue elegido en el Comité Central. Solo Lenin y Zinóviev tuvieron más votos que él. En momentos en que aumentaban en Finlandia, Polonia, Ucrania, las provincias bálticas y el Cáucaso las reivindicaciones de autonomía, e incluso de independencia, la cuestión nacional se volvió central en la evolución y el futuro del proceso revolucionario en curso. Siguiendo a Lenin, Stalin suscribió en ese momento la tesis según la cual toda nación tenía derecho a la autodeterminación y a la secesión. Después del golpe de Estado bolchevique del 25 de octubre de 1917, Stalin fue nombrado, en el nuevo gobierno, en el puesto clave de Comisario del Pueblo de las Nacionalidades. Pero en realidad, lejos de limitarse a ese solo sector, se convirtió en el hombre a quien Lenin le encargó todas las misiones especiales sobre los puntos más “calientes” de los frentes de la guerra civil. Durante el verano de 1918, fue enviado al “frente de aprovisionamientos” en la región de Tsaritsyn (la futura Stalingrado), con la misión de decomisar masivamente las cosechas para salvar a Moscú de la amenazante hambruna. En mayo de 1919, fue enviado al frente de Petrogrado con plenos poderes, en momentos en los que la ciudad estaba amenazada por el avance de los Blancos. Como responsable del Consejo Revolucionario de Guerra en el frente sudoeste durante el verano de 1920, Stalin desempeñó un papel luego muy controvertido en el fracaso final de la ofensiva soviética contra Varsovia: en un momento decisivo, se negó a enviar refuerzos para apoyar al cuerpo de ejército comandado por el general Tujachevski que marchaba sobre la capital polaca. Paralelamente a esas actividades de (lamentable) estratega militar, Stalin dirigió el inmenso aparato burocrático de la Inspección Obrera y Campesina, encargada de controlar el buen funcionamiento de las instituciones soviéticas. Fue también uno de los cinco miembros titulares del Politburó, creado en marzo de 1919 para coordinar la acción del Comité Central. Lejos de ser un oscuro apparátchik, como decía Trotski, Stalin fue uno de los más importantes colaboradores directos de Lenin y era muy apreciado por su apoyo sin fisuras, su sentido de la disciplina, su firmeza de carácter, su determinación y su total falta de escrúpulos y de piedad en la acción: virtudes fundamentales en tiempos de guerra civil. En abril de 1922, fue ascendido al puesto, aparentemente técnico, de secretario general del Comité Central. Ese cargo, que ocuparía durante treinta años, era muy estratégico: le permitió, en efecto, controlar todos los cambios y promociones de los altos funcionarios del Partido.

      Sin embargo, en el otoño de 1922, estalló un importante conflicto entre Lenin y Stalin sobre la cuestión del marco federal en el que debía construirse la Unión Soviética. En septiembre, una comisión, presi­dida por Stalin y encargada de elaborar un proyecto de Estado Federa­tivo, entregó un texto que proponía la absorción de las Repúblicas So­vié­ticas (Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Georgia, Azerbaiyán) en la RSFSR (República Socialista Federativa Soviética de Rusia), cuyo gobierno se convertiría en el gobierno de la federación. Lenin, ya enfermo, esbozó una versión totalmente distinta del proyecto, en el cual la federación reuniría a repúblicas iguales y no dominadas por Rusia. En tres notas que constituyen lo que se ha llamado impropiamente su “testamento”, Lenin condenó el “chauvinismo gran-ruso” de Stalin, con una valoración severa sobre ese hombre al que había calificado, diez años antes, como “maravilloso georgiano”.

      Los cinco factores de la victoria de Stalin

      En las luchas de sucesión que se abrieron incluso antes de la desaparición de Lenin, Stalin mostró infinitamente más volun­tad y sentido táctico que sus adversarios. Jugó a la perfección po­niendo a unos contra otros, aliándose primero con Zinóviev y Kámenev para eliminar del juego político a su adversario más peligroso: Trotski. Una vez debilitado este último, invalidó sus alianzas y se acercó a Bujarin, Tomski y Rýkov para apartar a Zinóviev y Kámenev de la dirección. Después de conseguir poder, se volvió contra sus anteriores aliados: Bujarin fue excluido del Politburó en noviembre de 1929; Tomski, en julio de 1930 y Rýkov, en diciembre de 1930.

      Más allá de las peripecias de esas luchas “politiqueras”, debemos in­terrogarnos sobre las causas más profundas de la victoria política de Stalin en la segunda mitad de la década de 1920, que llevaron a la encarnación del poder en su persona y su identificación con el Partido Comunista.

      Cinco factores, estrechamente ligados, pueden explicar la victoria de Stalin:

      – ante todo, el surgimiento, tras la muerte de Lenin, de una religiosidad secular, de una figura tutelar que personificaba a la dictadura revolucionaria;

      – la captación, por parte de Stalin, de la herencia leninista, que le permitió imponerse como “exégeta” autorizado del pensamiento de Lenin, como su continuador y su “mejor discípulo”;

      – la formulación que hizo Stalin de una determinada cantidad de objetivos y de decisiones estratégicas políticas simples, pero que ofrecían una nueva esperanza y un objetivo concreto: la “construcción del socialismo en un solo país”;

      – la transformación profunda de la sociología del Partido, con una incorporación masiva de elementos populares y plebeyos, que se encontraban y se reconocían en los elementos programáticos propuestos por su Void (“Guía”);

      – por último, la capacidad de Stalin de controlar, con un pequeño grupo compacto de fieles, los aparatos del Partido y de la policía política.

      El primer factor fue la transformación simbólica del poder después de la muerte de Lenin. Su desaparición dio lugar a la explosión de un fenómeno cultual que fue fundamental en la trayectoria del bolchevismo. Y Stalin desempeñó en ello un papel clave. Como secretario general del Partido, él fue el encargado de la organización del funeral. Pronunció un discurso destinado a perdurar mucho tiempo: generaciones de escolares aprendieron de memoria, durante décadas, la fórmula del juramento que se repetía en su discurso: “Te juramos, camarada Lenin, que cumpliremos con honor tu voluntad”. Pero el discípulo fue mucho más lejos: estableció una “Comisión para la inmortalización de la memoria de Vladímir Ilich Uliánov (Lenin)”, encargada de ritualizar la muerte del gran hombre, cuyo cuerpo, debidamente embalsamado, y cuyo cerebro, debidamente disecado para encontrar en él las pruebas materiales de su “genio”, reposarían en un mausoleo en la plaza Roja.

      Los demás dirigentes bolcheviques protestaron contra ese “culto a la personalidad”: en ese momento surgió esta expresión. La viuda de Lenin, Nadezhda Krúpskaya, llegó a publicar en el Pravda una advertencia sobre la manera correcta de honrar la memoria del gran difunto. Nada indicaba en el estilo de Lenin la posibilidad de esa exaltación santificadora. Su importante papel, reconocido por todos, al frente del Partido y del Estado, siempre se había desarrollado sin poner de relieve a su persona. Por autoritario que hubiera podido ser, siempre se mantuvo reservado detrás de la idea y la función. Para Lenin, solo existían


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