La última sonrisa en Sunder City (versión española). Luke Arnold

La última sonrisa en Sunder City (versión española) - Luke Arnold


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      No mi padre verdadero. Él murió con mi madre en el primer hogar que he tenido en mi vida; una aldea llamada Eran, enclavada en las colinas boscosas que hay al sudeste de Sunder.

      Yo estaba debajo de la casa, en el espacio adonde había ido la perra del vecino cuando enfermó. Todos pensábamos que se había perdido, hasta que mi madre notó el olor. Había un par de tablas rotas y, si eras pequeño como yo lo era, no era difícil meterse por el hueco.

      El asesino pasó justo a mi lado, jadeando y empapado de sangre. Percibí un olor a un tipo de carne, parecido al que desprendía el congelador cuando mi padre traía género de la carnicería.

      O me desmayé, o mi mente dejó de guardar recuerdos para preservar la cordura. Cuando los soldados me encontraron, yo sabía que era el único que quedaba. No hablé cuando me hicieron preguntas, y no me quejé cuando me desnudaron, me lavaron y me vistieron con prendas limpias y muy grandes para mí. No busqué a los padres que sabía que ya no estaban, y no me resistí cuando me sentaron en el carruaje y me sacaron de allí.

      Dormí durante todo el trayecto hasta la ciudad de Weatherly, y probablemente pensaron que tenía el cerebro frito. No lloré y no dejé la seguridad de las mantas, ni siquiera abrí una ventana. Me arrepentí de eso más tarde, después de haber quedado atrapado entre las murallas. Durante años, mi único sueño fue tener la oportunidad de ver algo fuera de esa maldita ciudad.

      Cuando finalmente abrí los ojos, ya era muy tarde. Estábamos dentro, y me llevaron en brazos desde el carruaje hasta una gran habitación de piedra donde esperaba un joven con uniforme gris. Era el guardia Graham Kane, mi nuevo padre.

      Graham tenía una expresión amable pero preocupada, como si siempre estuviera intentando recordar dónde había dejado las llaves. Me parecía enorme en esa época, pero sería apenas un hombre adulto cuando se arrodilló, rodeó con sus brazos mi cuerpo tembloroso y me dijo que estaba a salvo.

      Nunca le pregunté, ni a nadie más, por qué lo eligieron a él para darme un hogar. Podía ser porque era un hombre capaz y leal, y porque acataba las leyes de la ciudad sin rechistar. Quizás esperaban que fuera lo suficientemente cálido y afectuoso para hacerme olvidar la vida que había dejado atrás. Sinceramente, creo que fue porque él abrió la puerta.

      Tenía bastante peso corporal, pero lo llevaba bien, incluso a medida que fue envejeciendo. Tenía manos de trabajador, y en el antebrazo izquierdo llevaba tatuada la banda negra de la guardia de Weatherly. Durante todo el tiempo que lo conocí, siempre usó las mismas gafas cuadradas, a pesar de que necesitaba reacomodárselas en la nariz cada dos minutos.

      Era un tipo atento, y nunca hablaba hasta estar seguro de lo que quería decir. Entonces lo decía una sola vez, con la determinación de no ser interrumpido, e inclinaba la cabeza, una sola vez, para dar a entender que había terminado. Después de tan solo una semana empecé a llamarlo “papá”. Pasado un mes, ya casi me parecía normal.

      Lo quería. De verdad, a pesar de cómo resultaron las cosas. Sin embargo, a medida que fui haciéndome mayor, no podía relajarme del todo cuando él estaba presente. Él me había acogido y me había tratado como si fuera su propio hijo, pero yo no era su hijo. Tenía cada vez más la sensación de que me encontraba en el hogar de un hombre generoso que me estaba haciendo un favor y que necesitaba hacer algo para devolvérselo, pero sin llegar a averiguar qué era.

      Su esposa, Sally, quien pasó a ser mi madre, era la mujer ideal según los papeles (si esos papeles hubieran sido escritos por un comité de políticos). Jovial, de aspecto muy cuidado, obediente. Weatherly tenía muchas leyes y un estricto código moral, y la señora Sally Kane respetaba esas reglas como si su vida dependiera de ello. Era amorosa y me apoyaba, y nunca se quejaba de nada de lo que yo hacía, pero si yo trataba de hurgar debajo de la superficie, no encontraba nada. En algún momento de mi juventud, dejé de pedirle consejo u opinión porque siempre adivinaba lo que iba a responderme. Nunca parecía tener problemas. Nunca se contradecía. Era como si en realidad no estuviera allí.

      Solo ahora, después de haber estado varios años fuera, puedo encontrarle sentido a lo que sucedía en esa ciudad, y en esa casa, y dentro de su cabeza. Weatherly era un mundo de hombres. Hecho para humanos (y solo para humanos) y hecho en particular para hombres. Sally Kane había vivido toda su vida entre esas murallas. Había respetado las reglas, había creído las historias y se había amoldado a la versión perfecta de lo que Weatherly quería. ¿Cómo puede uno criticar a alguien que se convirtió exactamente en lo que creía que necesitaba ser?

      Nuestra casa estaba en las afueras porque todas las casas de Weatherly estaban en las afueras. Graham se ponía traje todos los días porque todos los hombres de más de dieciocho años se ponían traje todos los días. Los fines de semana íbamos al estadio a ver partidos, al igual que todos los demás. Yo iba al colegio. Hacía los deberes. Recitaba los hechos que me enseñaban para conseguir una buena calificación y satisfacer a mis padres. Respetaba las reglas como todos ellos. Hacía lo que me decían. Permanecí entre las murallas, como todos los demás.

      En Weatherly nunca hacía viento. Era una ciudad separada del resto del mundo por murallas grandes y por mentiras aún más grandes. Los motivos por los que existían las murallas diferían según a quién le preguntaras. La historia que se contaba dentro era que el mundo había sido devastado por la guerra. Las armas biológicas y las bombas habían convertido todo lo que había fuera en un terreno yermo; los únicos supervivientes estaban dentro de nuestra ciudad refugio. Weatherly era el único mundo que importaba y la vida humana era el único elemento que valía la pena preservar.

      Los guardias por fuerza tenían que saber que lo que se enseñaba era mentira. Todos habían visto cosas que contradecían aquel relato. Sin embargo, ponían su fe en las leyes de la ciudad y se rendían ante sus miedos. Lo que fuese que había allí fuera tenía que ser peligroso. Lo que fuese que ocultaban sus líderes era por una buena razón. En lugar de desperdiciar los días luchando con la verdad, era mejor continuar cada uno con su vida y confiar en las mentiras.

      La gente de la ciudad nunca hablaba de los dragones ni de los elfos de orejas puntiagudas ni de los ancianos que podían hacer milagros con las manos. El mundo estaba poblado solo por humanos y por los animales que estos podían controlar; cosas que ellos podían comer, acariciar o cabalgar. Era una realidad construida meticulosamente, en la que nosotros éramos el eslabón superior de la cadena alimenticia.

      Ese era el regalo de Weatherly para su pueblo. La ignorancia. Los humanos que estaban fuera de las murallas sabían que eran inferiores. En ese lugar no había punto de referencia con el que sentirse inferior. Los niños tenían la libertad de crecer sin tener que saber otra cosa. Creerían que se encontraban en la cima de la evolución. Nunca conocerían la vergüenza. Nunca conocerían su lugar. Nunca conocerían nada de lo que había fuera de las murallas.

      Pero yo sí lo sabía.

      Ese conocimiento llevó a que actuara diferente, lo que llevó a que fuera tratado diferente, lo que prácticamente significaba que era diferente. Tenía la cabeza llena de bestias salvajes, luces brillantes y un mundo que era más grande que el que todos ellos conocían. Ocasionalmente, trataba de explicar a mis amigos de confianza las cosas que recordaba: animales grandes como casas o personas con los ojos todos blancos. Nunca me dio muy buen resultado. A medida que fui creciendo, dejaron de decir que estaba mintiendo y comenzaron a decir que estaba loco, por lo que aprendí a callarme la boca. Me convencí a mí mismo de que no eran recuerdos en absoluto, solo la imaginación de un niño deformada por el trauma y el cambio. Hice todo lo posible para creer en ese nuevo mundo y en sus creencias rígidas y extrañas.

      Weatherly creía en un dios, pero se trataba de un ser vengativo. Una fuerza todopoderosa y masculina que condenaba al mundo exterior por sus pecados. Nosotros éramos los afortunados, pero nuestra salvación llegaba a costa de nuestra servidumbre. Debíamos casarnos. Debíamos trabajar. Debíamos creer lo que nos decían.

      Traté de seguir la corriente. Recité las frases y aprendí las leyes, pero al tener un ojo fijo en el mundo exterior, no me concentraba. Era listo, pero no tenía éxito. Cuando terminé el colegio, todavía me decían que no estaba comprometido. Se


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