Brillarás. Anna K. Franco

Brillarás - Anna K. Franco


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      —No. No me hace falta un tatuaje… por ahora —aseguré un poco gangosa.

      —Tampoco le digas a tu padre que…

      —Ni siquiera sabe que vengo a visitarte. ¿Podemos salir ya de la pescadería?

      La abuela se volvió a reír.

      —Sí, salgamos.

      Saludó a la dependienta gritándole algo en chino y, al fin, respiramos aire fresco. Bueno, lo más fresco que podía estar en el barrio chino, donde todo, absolutamente todo, olía a algo comestible.

      Nos volvimos a despedir en la puerta de su tienda.

      —Val —me dijo la abuela—, ¿crees que tu padre me perdonará algún día?

      Respiré hondo y, esta vez, fui yo la que le sujetó la mano para consolarla.

      —Si no lo hace, significa que es un idiota —respondí.

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      Cuando llegué a casa, papá no estaba. Mamá seguía en el hospital, así que abrí nuestra conversación y le envié un mensaje para avisarle que iría al mismo bar del sábado anterior. El mensaje llegó, pero como no respondía, subí a mi habitación y me vestí. Cuando salí, aún no había respondido.

      En el autobús, no podía apartar los ojos del reloj. Me humedecí los labios; estaba aún más nerviosa que cuando me hice el piercing. Levanté la cabeza y me di cuenta de que estábamos llegando. Me bajé lo más cerca que pude del bar.

      Aceleré el paso, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, preguntándome qué le diría a Dark Shadow cuando le viera. Tenía que ser breve: su amigo Brad estaría cerca y no quería cruzarme con él. Después de la agresión con la que había terminado nuestro primer y único encuentro, le tenía un poco de temor y resentimiento.

      En la puerta me reencontré con el mismo guarda del sábado anterior. Estuve a punto de mostrarle el carnet de mi hermana cuando me hizo un gesto con la mano para que entrara. Al parecer, me había reconocido. Asentí con la cabeza a modo de agradecimiento y entré.

      En el guardarropa estaba la misma chica, jugando con el móvil. Todo parecía igual, sin embargo, me había dado cuenta de que yo no lo era. Cuando reconocí la canción que sonaba en ese momento, se me hizo un nudo en la garganta: alguien con una voz preciosa cantaba Dust in the Wind.

      Caminé rápido hasta que llegué a la barra. Desde el fondo, apenas alcanzaba a ver quién tocaba por un espacio angosto que se había formado entre varias cabezas. Dark Shadow estaba solo sobre el escenario, sentado en un taburete con su guitarra. Entonaba All we are is dust in the wind con voz melodiosa. «Solo somos polvo en el viento». Me quedé helada, parecía que el cuerpo se me hubiese vuelto de porcelana. ¿Por qué esa canción? ¿Por qué él?

      Cuando acabó dio las gracias al público y se puso bien la guitarra para seguir cantando en una marea de aplausos. A continuación cantó The Sounds of Silence, de Simon & Garfunkel. Igual de triste que la canción anterior. Ay.

      Me aguanté las ganas de acercarme hasta que terminó de cantar y se despidió. Enseguida salió un presentador a anunciar que, a continuación, tocarían los Young Emancipation.

      No quería ir al otro lado de la cortina, donde Brad estaría esnifando coca con sus amigos, ni quería ver como Dark Shadow hacía lo mismo. Le esperé en el pasillo, entre las parejas que se besaban y se tocaban, más sola que la una.

      Maldije cuando vi que Dark Shadow salía de detrás de la cortina y se escabullía con una chica por el lado contrario de la sala. Me abrí paso entre la multitud al ritmo de una canción de Godsmack y, justo cuando le alcanzaba, tropecé con el pie de alguien. Caí hacia delante y no me quedó otra que agarrarme a su chaqueta. De un momento a otro se había dado la vuelta y me sujetaba las manos, impidiendo que cayera al suelo e hiciera el ridículo delante de todos. Nos miramos y, sin pensármelo dos veces, lo solté, como si acabara de tocar brasas calientes.

      —¿Por qué has cantado esa canción? —pregunté. Fue lo primero que me vino a la mente. «Así que tienes los ojos grises», pensé con admiración.

      Dark Shadow frunció el ceño; seguro que pensaba que estaba loca.

      —¿Qué canción? —contestó. ¡Por supuesto! Me había olvidado de que había cantado unas cuantas.

      —La de Kansas —aclaré.

      —Ah. Dust in the Wind.

      —Dust in the Wind —repetí.

      —¿Porque me gusta? —replicó, con la mano abierta con la palma hacia arriba, como si fuera obvio.

      Tragué con fuerza, estaba alterada. Me sentía una idiota.

      —¿Tienes un segundo? —pregunté. Era imposible hablar justo donde estábamos, tan cerca de un altavoz.

      Se giró hacia la chica que lo acompañaba, le dijo algo al oído y me puso una mano en la espalda. Me sentí vulnerable. No sé por qué me ablandaba.

      Le seguí hasta una puerta lateral. Puso un código en un panel numérico y esta se abrió. En un abrir y cerrar de ojos estábamos fuera, en el frío de la noche, rodeados por el ruido de la música enlatada.

      —¿Hoy no tocas con tu grupo? —pregunté.

      —No. Hoy voy por libre. Si estás buscando a Brad…

      —¿Qué? —fruncí el ceño—. No. No me interesa Brad. Quiero decir… yo…

      No sabía qué inventarme. No me había molestado en preparar un discurso, y algo en la energía de Dark Shadow me había dejado indefensa.

      —Entonces ¿qué quieres? —siguió preguntando. Hablaba con un tono tan sereno, ¡y yo estaba tan nerviosa!

      —¡Quiero que me dejes en paz! —bramé. Me di cuenta de que estaba desorientado y a punto de echarse a reír, así que me apresuré a explicárselo todo—: Quiero que salgas de mi cabeza. No quiero pensar en ti cada vez que me voy a dormir o cuando me despierto. Quiero que dejes de torturarme con la manera en la que me miraste cuando te llamé «adicto». No quiero sentir que fui injusta o que te hice daño. Eso es lo quiero.

      —Ya puedes vivir tranquila: no me heriste mis sentimientos. No me importa lo que diga una completa desconocida. ¿Conforme? ¿Ahora dejarás de pensar en mí?

      ¿Solo eso? ¿De verdad había sido tan fácil?

      Me enderecé, porque acababa de darme cuenta de que estaba encorvada como una anciana, y suspiré.

      —Sí. Por fin dejaré de pensar en ti.

      —Qué bien —dijo él.

      —Sí. Qué bien.

      Nos quedamos callados, mirándonos a los ojos. ¡Dios! Eran preciosos, como sus facciones y su boca.

      —¿Te gusta Dust in the Wind? —continuó.

      —¿Qué?

      —Si te gusta…

      —Sí. Sí —dije. En realidad, había escuchado la pregunta, pero por algún motivo seguía actuando como una tonta.

      —A mí también.

      Nos volvimos a quedar callados.

      —Bueno… —balbuceé—, tu chica debe estar esperándote, ya puedes volver con ella.

      —No es mi chica. Es solo una chica, y me apuesto lo que quieras a que no me está esperando. ¿Tú sí lo hacías?

      —Sí. ¡No! —me retracté—. ¿Quién te crees que eres?

      Agachó la cabeza. Estoy segura de que se reía


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