Brillarás. Anna K. Franco

Brillarás - Anna K. Franco


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para que fuera a buscarme. Pero era mi noche, y no podía salir corriendo ante el primer inconveniente. Los conciertos duraban, al menos, una hora y media; así que tenía que quedarme todo ese tiempo e intentar disfrutar para poder decir que había cumplido el deseo de Hillie.

      Me acerqué a la barra y pedí una cerveza. Cuando ya me estaba acabando el vaso, los falsos Stones terminaron y la gente se puso a aplaudir eufórica. Apenas un minuto después, un presentador salió al escenario y anunció que los siguientes serían los Dark Shadow.

      Cuatro chicos aparecieron en el escenario, cada uno con su instrumento. Uno llevaba un bajo; otro, palillos de batería; y otros dos, guitarras.

      Me quedé prendada del que se puso delante del micrófono principal. Era rubio y tenía los rasgos bien definidos. Llevaba una camiseta de los Red Hot Chili Peppers y unos pantalones ajustados. Llevaba unos anillos de plata enormes y botas de cuero. Llevaba el pelo tan embadurnado de gomina que ni siquiera se movió cuando lo rozó al colgarse la guitarra.

      —¡Buenas noches, Amadeus! —gritó con un tono espectacular.

      En ese momento, mientras la gente estallaba en un sonoro aplauso, empezó a tocar la guitarra. La canción se llamaba Aeroplane. Como no podía ser de otra manera, era de los Red Hot Chili Peppers.

      En el estribillo, el otro guitarrista y el bajista empezaron a hacerle los coros. Entonces, la canción subió a otro nivel. El chico que quedaba a la izquierda del cantante, el que tocaba la otra guitarra, tenía una voz dulce y melodiosa que contrastaba con el tono áspero del líder de la banda. Llevaba el pelo negro peinado con gomina y vestía del mismo color que su compañero: unos vaqueros oscuros, una camiseta con un dibujo confuso y botas militares. Llevaba puesto un anillo plateado en el dedo anular de la mano izquierda y una ancha muñequera negra en la derecha. Movía hábilmente los dedos por las cuerdas de la guitarra, y hasta llegué a ver que tenía una púa.

      La canción pasó a segundo plano; me maravillaba la capacidad que tenían para hacer música y para que esta me atrapase. Fue la primera vez que me pregunté: «¿y si el rock es lo mío?». Nunca se me hubiera ocurrido, quizá porque no había encontrado la canción adecuada o porque no había escuchado a la banda correcta.

      Al llegar a la segunda canción, quería que el líder se callara y que el guitarrista tomara su lugar. Las partes que más me gustaban eran aquellas en que el chico de pelo negro entonaba con fuerza partes específicas de Fortune Faded.

      Ni siquiera me di cuenta de que, cuando los Dark Shadow acabaron de tocar, ya llevaba una hora en el bar.

      Me acerqué a la barra, decidida a quedarme un rato más para escuchar a los Rats, que, según decía el folleto, versionaban canciones de los mejores grupos de metal, y me senté en el único taburete que quedaba libre. Me vibró el teléfono: me acababa de llegar un mensaje de Liz.

      Liz.

      ¿Qué haces?

      Val.

      Estoy en el bar.

      Liz.

      ¿Al final has ido a ese bar de abuelos?

      Val.

      Bueno, «los abuelos» están bastante bien. El cantante del

      último grupo es el típico chico que les gusta a todas.

      —Dos cervezas —ordenó alguien a mi lado.

      Seguí pendiente del móvil hasta que uno de los vasos se interpuso entre mi vista y la respuesta de Liz. Levanté la cabeza en una fracción de segundo y me quedé de piedra: el cantante de los Dark Shadow me estaba ofreciendo una cerveza.

      —¿Qué hace una chica tan guapa como tú pendiente de su teléfono en vez de disfrutar de la noche? —preguntó.

      Mis neuronas empezaron a correr en todas direcciones, chocándose entre sí hasta el punto de dejarme sin habla. Primero: me estaba hablando el líder de una banda conocida por todos los que estaban en el bar. Segundo: me acababa de ofrecer una bebida. Tercero: acababa de decir que era guapa. Seguro que necesitaba gafas.

      —Eh… —balbuceé.

      —Vamos, ¡fría está más buena! —exclamó, y me puso la mano alrededor del vaso.

      Cuando nuestros dedos se rozaron, sentí mariposas en el estómago. A pocos centímetros como estábamos, el chico parecía todavía más guapo que encima del escenario, y la voz le vibraba como las cuerdas de la guitarra.

      —¿Cómo te llamas? —preguntó, y luego se bebió medio vaso de un trago.

      —Valery —respondí—, pero todo el mundo me llama Val.

      —«Val» —repitió—. Me gusta. Es la primera vez que te veo por aquí.

      Un trago me devolvió la capacidad de conversar.

      —Es la primera vez que vengo —admití.

      —¿Y eso por qué? —preguntó.

      —Creía que no me gustaba el rock.

      —¿Y ahora?

      —Pues gracias a tu grupo, ya no estoy tan segura.

      Se rio con ganas y pidió otras dos cervezas.

      —Para mí no, gracias —me apresuré a aclarar.

      —No hay excusa que valga. Cuando aceptas un trago, aceptas dos —respondió con entusiasmo.

      Seguimos hablando del bar, de su banda y de la noche en general mientras me bebía las dos cervezas que me había regalado. Me contó que habían empezado a tocar juntos cuando tenían dieciocho años y todavía iban al instituto, que cada sábado tocaban en el Amadeus y, los viernes, en un sótano llamado The Cult, como la legendaria banda de los 80. Yo solo conocía la música que sonaba en la radio, así que me contó algunas anécdotas de grupos que le gustaban, entre ellas, como era obvio, los Red Hot Chili Peppers.

      —Soy Brad —se presentó, un poco tarde, y me tendió la mano para que se la estrechara.

      —Val —respondí, entregándole la mía. Enseguida me di cuenta de que estaba un poco borracha y me eché a reír—. Pero creo que ya me había presentado —agregué.

      Brad me estrechó la mano, tiró de mí y, en un microsegundo, me encontraba abrazada a su pecho. Casi al mismo tiempo, me empezó a besar y mi mundo se convirtió en una nube de confusión. Tenía los labios suaves y carnosos, que devoraron los míos con la precisión de un experto. No me pude resistir al deseo y respondí sin pensarlo. Le sujeté por la nuca, apreté aún más nuestros labios y empezamos un juego peligroso.

      Sus dedos buscaron el borde de mi ropa y se metieron entre mi piel y la tela. Me acarició la espalda, la cintura y, de pronto, tenía su otra mano en mis pechos, por encima de la camiseta.

      —Oh, por Dios, estás tan buena —me susurró contra el cuello.

      Nunca me había sentido tan guapa. Nunca me habían deseado de ese modo, y eso me llevó por un camino en el que no era capaz de reflexionar nada.

      —Ven. Quiero enseñarte algo —dijo de repente.

      Me tendió la mano y dejé que me guiara mientras me mordía el labio. Me creía adulta y atractiva, algo que no había sentido en la vida. ¿Era así como se sentía ser perfecta como Hillie? Si le gustaba a un chico que podía tener a la chica que quisiera, entonces mis compañeros de clase, que me seguían llamando «gorda», eran unos idiotas.

      Me condujo por un pasillo oscuro que las parejas usaban para besarse y tocarse, y apartó una cortina. El otro lado olía a marihuana y a tabaco. Aparecieron, además, los otros integrantes de su banda y algunos chicos de las anteriores. El batería de los Dark Shadow estaba sentado en el suelo, con una chica sobre las piernas; se besaban y tocaban como si estuvieran a punto de follar ahí mismo.

      Brad se sentó en


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