Brillarás. Anna K. Franco

Brillarás - Anna K. Franco


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toda la ropa que tenía era oscura, así que enseguida encontré qué ponerme: una blusa un poco escotada, una chaqueta tejana, unos vaqueros negros y botas de tacón. Con dos anillos plateados, el pelo suelto y sombra de ojos en tono burdeos, podía pasar por una amante del rock. Ni siquiera Hilary se vestía así, aunque era su estilo de música favorito, así que no hacía falta cumplir todos los estereotipos.

      Por primera vez en dos semanas, mamá bajó a cenar. Me sentí extraña al verla sentada en la mesa: llevaba el pijama, estaba pálida y tenía ojeras. Se apreciaba a simple vista que estaba triste. A diferencia de papá, que llevaba bastante bien la situación, parecía que ella había envejecido de golpe.

      Me miró sin levantar la cabeza y enseguida se le llenaron los ojos de lágrimas.

      —Val� —susurró, abriendo los brazos para que la abrazara.

      Avancé despacio, con miedo y un poco confundida. En cuanto me tuvo al alcance de la mano, me rodeó la muñeca y tiró de mí. Me rodeó la cintura y empezó a llorar.

      —Lo siento, hija —gimoteó—. Te quiero.

      Yo estaba congelada. No quería echarme a llorar, pero no me pude resistir y le acaricié el pelo. Lo tenía áspero y húmedo, no parecía el cabello de mi madre. En realidad, esa persona que me abrazaba no conservaba nada de ella.

      —¿Vas a salir? —me preguntó papá con una bandeja de verduras en la mano.

      —Sí —dije.

      Mamá levantó la cabeza y me miró, sujetándome las manos.

      —No salgas —me pidió—. Quédate en casa.

      Tragué saliva con fuerza. En la vida me había pedido eso. ¿Por qué ahora, de pronto, se preocupaba por mí?

      Papá se sentó en la mesa y puso su enorme mano sobre las nuestras.

      —Deja que Val se siente —le pidió a mi madre. Ella me soltó y yo di un paso hacia atrás.

      —En realidad ya me iba —dije.

      Papá me miró preocupado.

      —Val, el doctor ha sugerido que tu madre pase unos días en un hospital psiquiátrico.

      —¡No voy a ir! —exclamó mamá, incluso antes de que yo pudiera procesar la información—. Me he levantado. ¿No era eso lo que querías? ¡Aquí me tienes!

      —¡Quiero que te sientas mejor! —replicó mi padre. Yo di un paso atrás.

      —¿«Mejor»? ¿Como tú, que actúas como si no te importara? No estoy loca, ¡estoy sufriendo! ¡Y parece que soy la única! —exclamó mi madre mientras me miraba enfadada. No se había tomado bien el hecho de que quisiera salir. Me alejé un poco más.

      —¡No eres la única! Eres una egoísta. ¿Qué esperas? ¿Que los demás nos quedemos en la cama todo el día como tú? ¡Queremos ayudarte! ¡Y, por el amor de Dios, queremos superar la muerte de Hillie! ¡La velamos durante más de un año! ¡Todo el maldito año que estuvo enferma!

      —Ya he tenido suficiente —les interrumpí—. Me voy.

      —Val… —aunque papá me llamó, di media vuelta y me alejé—. ¡Val!

      Abrí la puerta y salí.

      Oscuridad y luz. En eso se había transformado mi vida. En cuanto un destello de paz aparecía, todo se transformaba en una tormenta de nuevo. Esa noche, al parecer, había un huracán.

apertura de capítulo

      6

      ¿Y si el rock es lo mío?

      En el bus, le cogí el teléfono a papá, ya que no quería preocuparle más de lo que ya estaba.

      —Val, lo siento, ¿dónde estás? ¿Quieres que vaya a buscarte? Por favor, vuelve a casa ahora mismo.

      —Estoy bien, papá. He salido con mis amigas —mentí.

      —¿Está Glenn contigo? —indagó él—. ¿La han dejado salir sola de noche?

      —Claro que no, me invitó a algo de la iglesia.

      —Val… Deja de mentir, ¿quieres? ¿Tú, en la iglesia? —me hizo reír.

      —Está bien. Voy a un bar, ¿de acuerdo? —confesé.

      —¿Es apto para menores? ¿Va Liz?

      «Deja de mentir, deja de mentir, deja de mentir…»

      —Sí.

      Suspiró. Era imposible saber si me había creído; intuí que no.

      —De acuerdo —se rindió de todos modos—. Por favor, prométeme que tendrás cuidado.

      Se lo prometí y colgué.

      Contemplé la foto de Hilary en el carnet. «Voy a cumplir otro de tus deseos, Hillie», pensé. «Tú solo tienes que ayudarme». Me dolía el estómago de los nervios.

      Bajé en la parada más cercana al bar y caminé tres calles hasta encontrarlo. Se trataba de una puerta negra en medio de una pared de ladrillo rojo. Se podía leer el nombre en un cartel un poco viejo. Detrás de un vidrio, estaba el mismo folleto que alguien había pegado en el tablón de anuncios del instituto, pero mucho más grande. Eso era Amadeus.

      Me puse bien la chaqueta, que llevaba abrochada hasta el escote, respiré hondo y crucé la calle en dirección a mi objetivo. El guardia de seguridad estaba sentado junto a la puerta.

      —Buenas noches —le saludé intentando sonar lo más natural posible.

      Me miró de arriba abajo; parecía un armario empotrado.

      —Hola. Carnet de identidad, por favor —solicitó. Ahora venía lo difícil.

      Busqué en el bolsillo, saqué el carnet de mi hermana y sonreí.

      —Tengo esto —anuncié mientras se lo enseñaba.

      Me lo quitó de la mano y lo examinó por ambos lados. Se fijó en mi cara con los ojos entrecerrados. Yo trataba de parecer relajada, aunque me temblaran las rodillas.

      —Estás un poco diferente —señaló.

      —Un poco —admití. Me preguntaba si alguien me daría un premio si conseguía extraerle una sonrisa.

      Él asintió.

      —Bueno, entra —indicó devolviéndome el carnet mientras movía la cabeza en dirección a la puerta.

      Estuve a punto de gritar de la emoción, pero, si lo hacía, me delataría, y necesitaba cumplir el deseo de Hillie. Oculté mi alegría, me guardé el carnet en el bolsillo y entré rápido en el bar.

      Atravesé un pasillo oscuro donde solo había una ventanilla y, al otro lado, una chica que jugaba con su móvil. Por lo que alcancé a ver, era el guardarropa. Seguí avanzando hasta llegar a una sala grande con algunas mesas de madera. Estaba lleno de gente. La hilera de las mesas terminaba frente a un escenario donde se acumulaban decenas de personas de pie. El humo de los cigarrillos y el olor a alcohol invadían el lugar. Nunca me había metido en un sitio como ese y no pensaba volver a hacerlo.

      «Tú y tus malditos deseos», le dije a Hillie mentalmente en el momento en que un chico que iba abrazado a su novia se me llevaba por delante. Por supuesto, ni siquiera se disculpó.

      Me coloqué en un rincón. No tenía ninguna duda de que los que tocaban en ese momento eran los Stones Tribute: sonaba Satisfaction, un clásico de los Rolling Stones, y el público estaba como loco. Saltaban, cantaban a gritos y se reían sin parar.

      Otro chico se me llevó por


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