Brillarás. Anna K. Franco

Brillarás - Anna K. Franco


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música sonaba muy fuerte y me embotaba los oídos. Me quedé boquiabierta, mirando como se drogaba. De pronto, lo bella y deseada que me sentía se transformó en miedo.

      Miré a mi alrededor: casi todos sus amigos se estaban enrollando con chicas que, seguramente, también habían bebido y esnifado. Solo una se miraba las uñas, un poco despeinada y distraída, en un rincón, con el guitarrista de la voz dulce, que bebía con los ojos entrecerrados. Supuse que ya no se estaba drogando porque había llegado a su límite.

      —Toma —me dijo Brad, ofreciéndome el espejo, y volvió a tocarme una teta.

      —No, gracias —dije. Él se rio.

      —Venga, no te hagas de rogar. Te gusta tanto como que te toque —murmuró, buscando mi cuello.

      ¿«Te gusta tanto como que te toque»? Le di vueltas a la frase que acababa de decir.

      —Déjame —pedí. Él no me hizo caso—. Déjame, ¡no quiero! —grité, a la defensiva.

      Intentando quitármelo de encima, golpeé el espejo sin querer. La cocaína voló por los aires y se esparció por nuestros pantalones.

      —¡¿Qué haces?! —exclamó enfadado mientras me empujaba—. ¿Quién te crees que eres? —tiró el espejo a un lado y sacó el móvil mientras yo no cabía en mí por el asombro—. Ahora verás. Le voy a decir a todo el mundo que eres una puta histérica. Pobre del que se enrolle contigo.

      El corazón me empezó a latir frenéticamente. Me temblaban las manos, no acababa de entender qué estaba pasando.

      —¡¿Qué te pasa?! —proferí intentando arrebatarle el teléfono.

      Él se puso de pie. Yo le cogí del antebrazo, con la intención de ver a quién iba a decirle todas esas cosas. ¿Acaso me conocía del instituto y yo no me había dado cuenta? ¿Por qué me amenazaba?

      Se soltó de forma tan brusca que acabé en el suelo.

      —¡Eh, Brad! —le llamó alguien. Los dos miramos al mismo tiempo: era su amigo, el guitarrista de la voz dulce, quien, en ese momento, sonaba como un cantante de heavy metal—. Ven a ver esto.

      Le puso una mano en el hombro y le guio hacia la cortina. Yo seguía en el suelo, temblando, sin entender del todo qué había pasado. El chico de pelo negro que se llevaba a Brad me miró por encima del hombro y se apresuró a salir. Yo me quedé de pasta de boniato. Cuando conseguí, al menos, respirar calmadamente, recogí los fragmentos de mi dignidad, que se habían dispersado por el suelo, me puse de pie con las rodillas todavía temblorosas y salí al pasillo.

      Me llevé a algunas parejas por delante y llegué a la calle con el corazón en la boca. No podía respirar. Me sentía angustiada y más sola que nunca, humillada hasta los huesos. ¿Cómo podía alguien hacerte sentir la más hermosa y, al segundo, la peor persona que existe?

      Empecé a caminar con intención de alejarme de ese bar lo antes posible. Antes de que llegara a la esquina, me pareció que alguien me llamaba con un «¡Eh!».

      Me giré y lo vi: el guitarrista de pelo negro me seguía. Se acercó con pasos largos y, en menos de un segundo, le tuve cara a cara.

      —¿Estás bien? —me preguntó.

      —¿Y a ti qué te importa? —protesté entre lágrimas.

      —Si no me interesase, no te hubiera preguntado —respondió tajante, aunque calmado. Todo lo contrario a mí.

      —Eres un imbécil… —espeté—. Aun así, para tu información, no, nada está bien. Mi madre está deprimida y mi padre se pasa el día trabajando. He venido a un bar de mala muerte, he dejado que un chico me sobara y mi hermana murió hace dos semanas. Así que no. Nada está bien.

      Se quedó callado unos segundos.

      —Siento mucho lo de tu hermana —dijo al fin con voz calmada.

      Me reí como una histérica.

      —¿Eres idiota? Por supuesto que no lo sientes. Solo mi madre, mi padre y yo lo sentimos, así que no seas falso. ¿Por qué no vuelves con tus amigos? Nadie que valga la pena se juntaría con ese inútil de Brad, así que déjame en paz. Ve a beber y a esnifar coca con tus amigos. Adicto.

      Orgullosa de haberle dicho todo lo que querría haberle chillado a Brad, me di media vuelta y me alejé del bar.

      «Siento mucho lo de tu hermana». ¡Ja!

      ¿Y si el rock era lo mío?

      Estaba segura de que sí porqué había puesto en su lugar a ese idiota al que decidí llamar «Dark Shadow».

apertura de capítulo

      7

      Dark Shadow

      Dark Shadow, el guitarrista de voz dulce y pelo negro, se convirtió en una sombra oscura en mi conciencia.

      Como era tarde, volví a casa en taxi, y me fui enfadando cada vez más por el camino. La humillación había dado paso a la ira. Debería haberle partido la cara a Brad, en vez de insultar a Dark Shadow.

      Papá se dio cuenta de que había llegado y llamó a la puerta de mi habitación justo cuando terminaba de ponerme el pijama.

      —Pasa —dije.

      Entró mientras me metía en la cama. Cuando terminé de poner bien el edredón, se sentó en el borde de la cama y me miró de forma compasiva.

      —¿Estás bien? —preguntó—. Juraría que has llorado. ¿Quieres contarme qué ha pasado?

      —Me he peleado con Liz, no es nada importante —mentí. En la vida se me ocurriría preocupar a mi padre con lo que había pasado esa noche teniendo en cuenta nuestra situación.

      —Esta semana internarán a mamá. No hay vuelta atrás. Será poco tiempo, para prevenir que la depresión empeore. ¿Qué opinas?

      —Solo quiero que vuelva a ser la de antes —contesté—. Si esto va a ayudarla, entonces me parece bien —papá asintió y me sujetó la mano.

      —Gracias por ser tan comprensiva, cariño. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad? Todo lo que te pase.

      —Sí, papá, gracias.

      —Bien. Te dejo dormir.

      Me dio un beso en la frente, se levantó y apagó la luz al salir.

      Me recosté pensando en mamá. Quería que se sintiera mejor lo antes posible.

      Pensé en Hilary. Cumplir sus deseos no estaba resultando tan fácil como esperaba; debería haber empezado por la pizza.

      Después, para mi sorpresa, pensé en Dark Shadow. Repasé nuestra discusión a la salida del bar y me di cuenta de que, a decir verdad, la única que había discutido había sido yo. Él se había limitado a escuchar o a responder con voz calmada. Había hecho bien en apartarme de él, era igual de rastrero que su amigo rubio. Sin embargo, había algo que me reconcomía por dentro.

      No paraba de darle vueltas a por qué me sentía mal por haberle insultado si se lo merecía. Era amigo de un gilipollas y solo la gente con ideas parecidas deciden formar un grupo de música. Casi no había hablado, así que me basaba en su silencio y dos o tres palabras. Al cabo de unos minutos comprendí que el secreto no radicaba en lo que había dicho o no, ni en cómo había actuado, sino en su mirada. Concretamente, la expresión que puso cuando lo llamé adicto.

      Con esfuerzo logré conciliar el sueño, pero no sirvió de nada: cuando amaneció seguía pensando en Dark Shadow y esa mirada herida. Tenía los ojos azules… No, grises. No lo tenía del todo claro porque me había dedicado a insultarle, pero recordaba que eran preciosos.


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