EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO. Группа авторов
elaboró un breve manual para la enseñanza de la poesía latina: Compendium prosodiae et metricae latinae (1920).
Realizó varios trabajos en colaboración, todos vinculados con obras místicas o religiosas, así como varias obras de teatro; refundió, en colaboración con Manuel Martínez Ruiz, el drama religioso Las glorias del mejor siglo de Valentín de Céspedes, S.J. (1921).
Compuso los dramas religiosos Berchmans o la vocación de un santo (1921), juntamente con Joaquín Peñuela y otros discípulos del curso de Humanidades de 1919-1920; y en colaboración con los discípulos del curso de Humanidades de 1920-1921, especialmente Rafael Fernández del Villar, El ángel de la vocación (1921).
Se conocen dos poemas místicos compuestos en latín por Espinosa Pólit bajo la influencia de la lírica del poeta romano Horacio, fechados en 1915 y 1920, que recogió, como después veremos, en el volumen grupal Horatiana (1936). En 1921, por el centenario del nacimiento de Gabriel García Moreno, escribió un soneto en su homenaje que publicó al año siguiente, con una lacónica presentación de su tío Manuel María, que concluye con esta premonitoria frase:
El Ecuador cuenta en adelante con otro excelente literato y poeta de verdad; Quito puede gloriarse de otro hijo suyo, que, si bien alejado por hoy del terruño nativo, lo ama de corazón, y le hace honor2.
Ya desde su época de estudiante la traducción formó parte de sus ejercicios escolares. De esta época data una versión en tercetos castellanos de los 75 primeros versos del Canto XXXIII —que corresponde al trágico pasaje del Conde Ugolino— del «Infierno» de la Divina comedia de Dante Alighieri, precedida por una interesante disertación suya.
Otros ejercicios de traducción sobre temas religiosos fueron Inter lilia, figuras de niños, primera y segunda serie (1924), de Alberto Bessières, S.J., y El espíritu de la beata Teresita del Niño Jesús según sus escritos y los testigos oculares de su vida, por un padre de la Compañía de Jesús (1926).
Efectuó estudios clásicos desde 1927 en la Universidad de Cambridge, pero, por disposición de sus superiores de la Compañía de Jesús, en 1928, a los 30 años de ausencia, retornó al Ecuador y fue destinado al Noviciado de los jesuitas de Cotocollao, en el norte de Quito, en donde se hizo cargo de la dirección de estudios. Durante las siguientes décadas la vida de Aurelio Espinosa Pólit, a más de cumplir sus deberes sacerdotales, se consagrará a importantes aspectos de la cultura del país: la enseñanza, estudios literarios e históricos, la traducción y la crítica literaria y la elaboración de varias antologías sobre la producción cultural de nuestro país, amén de su obra de creación poética, la reflexión mística, la hagiografía... Participó además, con diversos Gobiernos del Ecuador, en actividades relacionadas con normativas y reglamentación para el ámbito educativo.
En 1929, con el padre José Jouanen, adaptó un Catecismo elemental; y de este mismo año data su decisión más importante en relación con la bibliografía nacional, cuando, siguiendo el ejemplo de su tío, el mencionado arzobispo de Quito Manuel María Pólit Laso —erudito que tradujo al francés y publicó los escritos de santa Teresa de Jesús, que realizó importantes estudios y monografías históricas y literarias y que, a más de publicaciones vinculadas a su ejercicio religioso, prologó y editó varios volúmenes de los escritos de Gabriel García Moreno y de las obras de Federico González Suárez—, juntó la biblioteca de su padre Aurelio Espinosa Coronel, conformada por volúmenes encuadernados que recogían folletos ecuatorianos, con una sección de la de su tío. A todo ello se unió la imponderable contribución económica de su madre Cornelia Pólit Laso, quien financió durante décadas la adquisición de muchos volúmenes3, así como de toda publicación o manuscrito ecuatoriano que su hijo Aurelio consideró apropiado para conformar la importante biblioteca que actualmente lleva su nombre4.
Se trata de una obra cultural de primer orden. Hasta la fecha ha llegado a contener en su espacio una biblioteca, un archivo y una mapoteca (con libros, hojas sueltas, periódicos, revistas, mapas, manuscritos, etc.). Con el tiempo la colección se ha ampliado además con un museo de arte, historia y arqueología y con un herbario.
Sabemos que actualmente la colección, mediante adquisiciones y donaciones, contiene un aproximado de 500.000 ejemplares y 7.000 títulos de publicaciones periódicas. Es el repositorio más importante del patrimonio bibliográfico ecuatoriano.
Su génesis la registró el propio P. Aurelio en el artículo «Una biblioteca ecuatoriana en el Colegio Noviciado de Cotocollao», en el cual, pese a su brevedad (3 páginas), expone, con visión ecuménica y nada partidista, un extraordinario concepto del patrimonio de nuestro país5. Cito unos párrafos:
En los labios de todos está el nombre sagrado de patria; es anhelo común contribuir a cuanto puede realzar su lustre; y quizás no se piensa que la patria es algo más que el suelo amado que nos vio nacer, que es algo espiritual que debe informar nuestra vida, y que así como se ha de defender de la invasión el suelo de la patria, así se ha de defender también el espíritu de la patria de otro enemigo más artero y más temible: la inconsciencia y el olvido.
Y ¿cómo conservar íntegro el espíritu de la patria, cómo mantener vivo y alentador el recuerdo de los héroes que la crearon y de los hombres grandes que pacientemente la formaron en el curso de esta primera centuria? Las fiestas pasan, sin dejar en pos de sí más que el dulce pero fugaz perfume del recuerdo; los monumentos son emblemas grandiosos pero mudos; la huella sensible del alma de la patria, mucho más que en ellos, está en los escritos de sus más esclarecidos hijos. El canto inmortal de Olmedo, la historia de González Suárez, las prosas de Mera y Montalvo, los versos de Crespo Toral, son algo de la patria, tanto y más quizás que los edificios coloniales y los monumentos a los próceres.
Conservar cuidadosamente estos escritos, no solamente los de los más grandes, sino cuantos han brotado de una pluma ecuatoriana, aun los más humildes; procurar de este modo reunir y ordenar todos los sillares de la que ha de ser un día nuestra tradición nacional, religiosa, histórica, científica y literaria: tal es el fin de la Biblioteca de Autores Ecuatorianos que recientemente se ha fundado en el Colegio Noviciado de Cotocollao6.
Cuando en 1930 Espinosa Pólit publicó el folleto A Virgilio en el bimilenario de su nacimiento, lo hizo con un estudio sobre el poeta latino e incluyó una versión suya en verso castellano de la Égloga novena. Con este trabajo inauguró sus publicaciones relacionadas con su pasión por la obra de Publio Virgilio Marón, que le acompañará hasta el final de sus días.
Al año siguiente, en colaboración, preparó con textos en latín y español el volumen Estudios virgilianos. Homenaje de la Compañía de Jesús en el Ecuador al poeta latino en el bimilenario de su nacimiento (1931), que contiene trabajos de varios jesuitas, entre ellos una prelección virgiliana «según la Ratio studiorum» jesuítica realizada por Espinosa Pólit, más su registro del material bibliográfico referente a Virgilio en la colección de libros que conformaba hasta aquel año la Biblioteca de Letras del Colegio Noviciado de Cotocollao. Se trataba en aquel entonces de 550 entradas distribuidas en siete secciones, que a lo largo del tiempo él contribuyó a acrecentar con sus estudios y traducciones, obras que se conservan en una sala-museo en el actual Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit.
En octubre de 1931 dio la conferencia La poesía viva de Virgilio y publicó su versión al español de la oda «A Virgilio» del poeta británico Alfred Tennyson.
Sin embargo, el primer gran estudio —por dimensiones y calidad interpretativa— que publicó fue Virgilio. El poeta y su misión providencial, prologado por Remigio Crespo Toral (1932).
Esta obra se distribuye en dos partes: la primera ofrece un análisis de la literatura virgiliana y del espíritu de su poesía; y en la segunda, sumándose a una tesis literario-católica, presenta al ilustre poeta mantuano a la luz de las grandes revelaciones en el siglo de Augusto, en un papel providencial, premonitorio de la llegada de Jesús: «atisbos precristianos» los denominó el P. Aurelio. Criterios que, si no se comparten en su totalidad, plantean elementos literarios a considerar en la lectura de la obra virgiliana.
Al publicar este volumen el P. Aurelio,