EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO. Группа авторов
una sutil apreciación de esta obra, manifestando lo siguiente:
Sólo que el padre Espinosa no cree que lo esencial sea decir algo original sobre Virgilio, ni sobre nada. Acaso la parte más penetrante de su obra sea la que dedica a explicar las numerosas veces que Virgilio se sirve de uno o dos versos de Homero o de otro poeta, como lo hacían todos los clásicos entonces, porque en la Antigüedad se consideraba el plagio como una cortesía que debía cada poeta a sus predecesores, en vez de rechazarla con el desdén romántico de un Musset, que se jactaba de beber en su vaso, aunque fuese pequeño. Los antiguos pensaban, como André Chénier, que los escritos de otros poetas son «aguijones poderosos que al besarme con su llama me hacen creer con ellos».
[Virgilio] fue el poeta más dulce de la humanidad. Y esto es lo que le hace pensar al señor Espinosa en la misión providencial del poeta7.
La publicación de Virgilio. El poeta y su misión providencial propició que el P. Aurelio fuera nombrado miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; además, determinó que el consistorio de la Fiesta Mariana de la Lira de Cuenca lo premiase el último sábado de mayo con la medalla de oro «Honorato Vázquez» de 1933, que le fue conferida en 1934.
Como parte de este fervor por la obra del autor de la Eneida publicó el folleto La ascensión espiritual de la crítica virgiliana (1933), en el que recogió, en homenaje al poeta mantuano, tres sonetos: del poeta italiano Giosuè Carducci, del jesuita francés Alexis Hanrion (vertidos al español por él) y del ecuatoriano Manuel María Palacios Bravo, los tres concienzudamente comentados.
En 1935 apareció su versión en verso castellano de Edipo rey de Sófocles, traducida directamente del griego, precedida de un prólogo. Diez años después publicó una segunda edición revisada, y hará más cambios sobre la traducción tanto en 1947 —cuando su Edipo rey aparezca, comentado, dentro de seis de sus Dieciocho clases de literatura— como en la versión definitiva de Sófocles en verso castellano (1959).
Su traducción en verso castellano de Edipo en Colono vio la luz en 1936, pero fue también revisada para su edición de 1959, incluida en las nombradas obras completas del trágico griego.
Dentro de sus proyectos humanistas, inició la difusión de sus estudios dedicados a Quinto Horacio Flaco con el trabajo El bimilenario de Horacio (1935), empeño que culminará lustros después con su Lírica horaciana en verso castellano —Odas, Epodos, Canto secular— (1953), cuya última edición, bilingüe, preparó para la Editorial Jus de México en 1960. Antes, en 1949, había publicado su traducción Doce odas de Horacio y, en 1952, cuatro de ellas en la revista Ábside de México.
Para el bimilenario de Horacio Espinosa Pólit preparó con los estudiantes de Cotocollao un volumen titulado Horatiana (1936), que abre y cierra con dos poemas suyos en latín dedicados al lírico venusino. Contiene su versión en verso castellano de 17 de sus odas e incluye al final del volumen dos composiciones místicas que mencioné anteriormente —fechadas la primera en 1915 y la segunda en 1920— de su autoría en latín, además de varias versiones y poemas originales en aquella lengua en homenaje a Horacio, a lo que se suman dos poemas en inglés de la estadounidense Florence Bennett Anderson con su correspondiente versión aureliana al latín.
Las convicciones religiosas de Espinosa Pólit le inclinaron a traducir al castellano otros diversos textos breves: composiciones sueltas o poemarios de escasas dimensiones, pero de gran contenido místico o literario.
Ejecutó, con la misma pasión e intensidad, la traducción de un par de poemas (1936 y 1938) de Victor Hugo, de La pastoral virgiliana del estadounidense George Meason Whicher (1937) —acompañada de un estudio de su autoría—, y de Siete poesías sagradas de la ya citada Florence Bennett Anderson (1937).
Tradujo también, de Joan Maragall, «La noche de la Purísima» y «La vaca ciega» (1938), poema este último ya vertido antes al castellano por Miguel de Unamuno. Y suya es también la traducción, datada en 1955, del sorprendente poema de Paul Claudel «A los mártires españoles», escrito con la intención de defender a la Iglesia católica en la Guerra Civil española y conocido en nuestra lengua gracias a las anteriores versiones de Jorge Guillén y de Leopoldo Marechal.
Con otros académicos y especialistas, en 1938 participó en un ciclo de conferencias organizado por la Universidad Central del Ecuador, como parte del curso de extensión cultural denominado «Realidades ecuatorianas». Espinosa Pólit intervino el sábado 28 de mayo con Los clásicos y la literatura ecuatoriana.
Cuando Gabriela Mistral visitó nuestro país, entre agosto y septiembre de 1938, se refirió a este valioso estudio:
Cuento entre las lecturas mejores hechas en este mes mío del Ecuador su conferencia sobre Los clásicos en la literatura ecuatoriana. Sabe usted, padre, que el tema es de mi interés más entrañable. Hemos de hacer pronto en Chile un círculo de «amigos de los clásicos» que restituya a su categoría nuestras humanidades aplebeyadas por el primarismo de los que odian los estudios humanísticos por tanto jacobinismo y por plebeyismo intelectual. Tendré la honra de referirme a su trabajo cuando vuelva ya a escribir sobre este tema de verdadero latinoamericanismo8.
Igualmente, en el mismo artículo, la poeta chilena expresó lo siguiente sobre el poemario Alma adentro (1938) de Espinosa Pólit:
Recibí también, respetado señor, su volumen de poesías, donde he sentido el calor de su fuerte vida interna y he conocido, en cuanto es dable, su alma de guía de hombres.
Algunos años después Espinosa Pólit tradujo un importante pasaje de la Historia de la Guerra del Peloponeso, el «Diálogo de Melos» de Tucídides (libro V, 85-113), con una sucinta nota:
De incontrovertible actualidad. Los atenienses necesitan o desean, para sus intereses imperialistas, tener sujetos a los melios, y vienen para arreglarlo «racional y pacíficamente». Qué valor y alcance tienen estas negociaciones «pacíficas» en labios de un país totalitario frente a otro más débil, nos lo enseña nuestra historia contemporánea, pero ya antes, hace 24 siglos, lo dijo el inmortal historiador ateniense en su interesantísimo diálogo. La historia es la maestra de la vida9.
Cabe recordar que cuando esta versión apareció (1943) se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo que, a nivel nacional, el Gobierno ecuatoriano se había visto obligado a firmar, en 1942, el denominado con pomposo y ridículo nombre «Protocolo de paz, amistad y límites de Río de Janeiro», que comportó la pérdida de amplias extensiones de territorio en favor del Perú.
En el mismo 1943 el Gobierno ecuatoriano designó una comisión para el arreglo del fondo jesuítico de la Biblioteca Nacional del Ecuador, y el P. Aurelio fue nombrado asesor para esta labor.
Entre 1942 y 1945, otra de las actividades en que desplegó grandes esfuerzos el P. Aurelio fue la de editor de las obras de nuestros clásicos, excepcional trabajo para el Instituto Cultural Ecuatoriano10 durante la presidencia de Carlos Alberto Arroyo del Río (1940-1944). Entonces formó parte de la Comisión de Propaganda Cultural del Ecuador —órgano adscrito al mencionado Instituto y encargado de las ediciones—, a cuya labor contribuyó con el cuidado editorial de cuatro de los siete volúmenes que aparecieron de la colección denominada Biblioteca de Clásicos Ecuatorianos11.
El prólogo y edición del primer volumen de la colección, Gobierno eclesiástico-pacífico de fray Gaspar de Villarroel (1943), fue responsabilidad de Gonzalo Zaldumbide, y el P. Aurelio se encargó de la traducción de los textos latinos y de poner títulos a los párrafos seleccionados en la antología.
En el volumen III, correspondiente a las Poesías y obras oratorias de Juan Bautista Aguirre, S.J. (1943), el estudio preliminar y cuidado de los textos en verso corrió a cargo de Gonzalo Zaldumbide, y del establecimiento de los textos en prosa se ocupó Espinosa Pólit.
El P. Aurelio realizó la transcripción, fijó el texto y añadió notas explicativas, filológicas e históricas, a más de la traducción de las citas en latín y en griego, para la edición de El nuevo Luciano de Quito. 1779 de Eugenio Espejo (1943), volumen IV de la colección, que apareció con prólogo de Isaac J. Barrera. Para efectuar esta edición