EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO. Группа авторов
Sus trascendentales investigaciones y estudios sobre estos clásicos permitieron definir aspectos esenciales de nuestra literatura, al punto de ser reconocidos incluso por algunos de sus opositores ideológicos, como el escritor Joaquín Gallegos Lara, quien, en un polémico artículo —en el que arremete contra el presidente Arroyo del Río, auspiciante de la colección, y varios de los miembros de la comisión encargada de la misma: Gonzalo Zaldumbide, Jacinto Jijón y Caamaño e Isaac J. Barrera—, destacó las dotes del humanista de la siguiente manera:
Hay que aclarar la bajeza con que estos clasicizantes han mezclado en este lío, en calidad de peón literario, al P. Aurelio Espinosa Pólit, sacerdote de veras, alma clara, auténticamente cristiana. Él ama los clásicos españoles y grecolatinos con hondo saber modesto. Es un traductor ágil e inspirado de Virgilio.
Para concluir:
Ellos lo pusieron a restablecer textos, utilizando sus conocimientos, experiencia e intuición. No le confiaron un prólogo. Los viles tienen tanto miedo a las almas puras como a las rebeldes12.
Al año siguiente de la publicación de este artículo, el reclamo del narrador guayaquileño, sin pretenderlo, fue atendido: en las Poesías, como parte de las proyectadas Obras completas de José Joaquín de Olmedo (1945), volumen V de la colección, el P. Aurelio se encargó de establecer los textos, el prólogo y las notas. Con ligeros cambios, esta edición aparecerá bajo el sello editorial mexicano del Fondo de Cultura Económica en 1947 como la Poesía completa de Olmedo.
Como antes señalé, el conflicto limítrofe del Ecuador con el Perú concluyó con el desmembramiento territorial de nuestro país en 1942, suceso que determinó la caída del Gobierno de Arroyo del Río en mayo de 1944 y el acceso al poder de José María Velasco Ibarra. Como consecuencia, el proyecto editorial del Instituto Cultural Ecuatoriano se truncó.
En este segundo mandato de Velasco Ibarra (1944-1947) fueron creadas dos importantes instituciones, la una cultural, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y la otra educativa, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
Cuando en 1944 se hizo realidad el proyecto de Benjamín Carrión, la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Espinosa Pólit fue nombrado «representante de las Ciencias Filosóficas, en la Sección de Ciencias Filosóficas y de Educación», y al año siguiente la editorial de la institución se inauguró con la segunda edición de su traducción de Edipo rey.13
El 4 de noviembre de 1946 el P. Aurelio inició sus labores como primer rector de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (creada por la Compañía de Jesús, el arzobispo de Quito Carlos María de la Torre, Enrique Arízaga Toral y Julio Tobar Donoso, entre otros, más el apoyo económico de Jacinto Jijón y Caamaño), cargo que nuestro ilustre humanista desempeñó hasta su deceso en 1961.
La primera etapa de la Universidad comprende el periodo del primer rectorado, 1946 a 1961. El aporte personal más valioso y efectivo del primer rector, padre Aurelio Espinosa Pólit, fue su prestigio como humanista y hombre de letras. Gracias a él la Universidad se abrió paso ágilmente en la vida nacional. Como profesor de Cultura Religiosa dejó el aporte de sus textos de Religión Natural y Religión Revelada y, como rector, un rico conjunto de intervenciones académicas, de sentido doctrinario en su mayor parte14.
Dentro de la obra de creación, el P. Aurelio dio a la prensa cuatro libros en verso de su autoría: Alma adentro (1938), En el mismo laúd (1941), Estaciones y cristofanías (1944) y La fuente intermitente (1946). Sobre este último el poeta César Dávila Andrade expresó:
Espinosa Pólit es ante todo bardo, y los bardos comparten con los dioses y los héroes la huella de la quemante insignia de los constructores por el fuego, de la ígnea arquitectura de los arquetipos que no caen bajo el imperio vesperal de la decadencia.
Poesía de fe, de conocimiento emocionado y de ritmo sereno. Como conviene a un espíritu que, humilde pero noblemente, se sabe vivo símbolo del Infinito15.
Años después, el historiador Jorge Salvador Lara reunirá los cuatro libros de versos del P. Aurelio bajo el título de Poesías completas (1996), con prólogo de Gabriel Cevallos García.
Como miembro del Consejo Superior del Ministerio de Educación del Ecuador, Espinosa Pólit participó en un curso de capacitación para profesores de castellano y literatura (del 4 de agosto al 13 de septiembre de 1945). Desde entonces y por varios años mantuvo relación con dependencias estatales, contribuyendo, entre otras cosas, al mantenimiento de los estudios clásicos en la enseñanza media y superior en nuestro país.
En 1947 publicó el volumen Dieciocho clases de literatura, con las mencionadas conferencias de preceptiva literaria impartidas en el verano de 1945. Allí aparecen sus análisis literarios de obras de autores ecuatorianos —fragmentos de la Égloga trágica y de Mi regreso a Cuenca de Gonzalo Zaldumbide y poemas de Carlos Suárez Veintimilla— y, a continuación, varias prelecciones a todo el Edipo rey de Sófocles. Este volumen obtuvo una segunda edición (en 1996, por el Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador) al cuidado del jesuita y catedrático Manuel Corrales Pascual.
En octubre de ese mismo año Espinosa Pólit asistió a la I Exposición Bibliográfica Cervantina en España, en San Lorenzo de El Escorial, en la que participaron también José Ibáñez Martín y José María Pemán. El P. Aurelio contribuyó a las Actas de la Asamblea Cervantina de la Lengua Española con el estudio «Un latinismo en el Quijote».
Constante en el arte de la traducción, realizó la versión al castellano del poema El lebrel del cielo del místico británico Francis Thompson (1948), que fue publicado en edición bilingüe precedido y cerrado por una extensa «Semblanza y comentario» —que incluye, como complemento, sus versiones de «El Dios amor» del italiano Silvio Pellico y «En la encrucijada del dolor» del francés Albert Fleury—. El padre Julián Bravo publicó una segunda edición de esta obra en 1989.
También de 1948 data su Reseña histórica del himno nacional ecuatoriano, valioso estudio acerca de uno de los símbolos más importantes de nuestra patria, en que pasa revista a los antecedentes y a todo lo relacionado con las distintas letras del himno hasta su versión definitiva, debida a Juan León Mera.
En colaboración con su hermano José, también jesuita, dio a las prensas el manual de enseñanza Resumen sintético de análisis gramatical y lógico (1949).
En el ámbito de la crítica literaria se ocupó de prologar las obras de autores que le eran afines en sus gustos estéticos y convicciones religiosas, como A la paz bienhechora (1938) de Nicolás Rubio Vásquez; dos obras de Carlos Suárez Veintimilla: Caminos del corazón inquieto (1943) y Alondras (1945); El milagro (1951) de José María Egas y La Iglesia modeladora de la nacionalidad (1953) de Julio Tobar Donoso.
También hizo en 1953 una breve presentación, que se publicó junto con otra de Benjamín Carrión, a un estudio fundamental sobre la bibliografía nacional, la Historia de la imprenta en el Ecuador (1755-1953) del maestro holandés en artes gráficas Alexandre A. M. Stols.
Comentó las obras de algunos autores hispanoamericanos: Las sinfonías de las campanas (1940) del poeta cubano Rafael R. Vidal; los libros mexicanos La divina aventura (1938) de Alfonso Junco; ¡Para siempre! (1943) de Perfecto Méndez Padilla y Caín, el hombre (1951) de Emma Godoy, análisis literarios que, por su amistad con Alfonso Junco, fueron publicados en la revista mexicana Ábside, que este último dirigía.
Acerca del oficio de la traducción escribió —a más de los capítulos correspondientes en los magníficos prólogos a sus autores predilectos— un clarificador estudio, fechado en 1949 pero dado a las prensas en 1951: «La traducción como obra de arte. La métrica latinizante», dedicado al padre Félix Restrepo. Además, en su ensayo «Marcelino Menéndez y Pelayo, humanista» (1956) y en algunas cartas a Jorge Carrera Andrade, Alfonso Junco, Pablo Menor y José Antonio Falconí Villagómez expresó sus puntos de vista sobre esta labor tan cara y esencial a su existencia16.
En 1951 participó en el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado