Deportes, masculinidades y cultura de masas. Pedro Acuña Rojas
Frente a la competencia contra periódicos y tabloides, cronistas e ilustradores elaboraron creativas narrativas en las que la identidad nacional se asociaba prototípicamente con deportistas en tanto estos últimos funcionaban como modelos de comportamiento cívico.
Estudiar las narraciones periodísticas del pasado deportivo es una forma de comprender la articulación de lo nacional, definido por Homi Bhabha, “como una continua narrativa de progreso, el narcisismo de la autogeneración”7. Bhabha alude a la gran cantidad de relatos nacionales como sistema de significación cultural, aunque sin pensar necesariamente en el deporte como uno de los textos que más contribuyen a la configuración de ficciones colectivas y fundacionales. Junto al relato de lo nacional, el libro ahonda en la construcción cultural de lo masculino, o más bien, de las masculinidades, tanto como categoría de análisis a partir de lo que los hombres piensan de sí mismos, como también sus múltiples definiciones de virilidad. A su vez, el libro busca identificar continuidades y divergencias históricas en la configuración de ideales masculinos expresados a través del deporte, sin descuidar, por cierto, la construcción paralela de feminidad en las páginas deportivas, ya que la masculinidad es relacional, por lo que requiere de la feminidad para autodefinirse en tanto implica un proceso de diferenciación8. El deporte parece ser un espacio propicio para explorar las distintas formas en que los hombres interpretaron su experiencia corpórea, no como imperativo biológico sino que como parte del paisaje social, concebido a partir de una serie de imaginarios masculinos diseñados para encajar con las demandas de la modernidad9. El libro plantea que las revistas deportivas contribuyeron en la difusión de dichos imaginarios masculinos, especialmente aquellos imbuidos de discursos médico-higiénicos provenientes de la ciencia en boga, así como también valóricos, estructurados a partir de cualidades sociales como la disciplina, autocontrol y productividad del país. La proyección de un tipo de “masculinidad hegemónica”, concepto acuñado por Raewyn Connell (antes Robert Connell) y que alude al conjunto de prácticas culturales que justifican la posición dominante de los hombres en la sociedad, sintetiza el modo en que las revistas deportivas intentaron educar a la ciudadanía proyectando ideales de hombría basados en la promoción del “patriotismo saludable”, el matrimonio y la paternidad como bases de la nación chilena. Una vez que la cultura de masas se transformó en materia de Estado, los gobiernos impulsaron políticas deportivas basadas en arquetipos de masculinidad asociados a la familia nuclear patriarcal, donde constantemente se reafirmaba al varón/padre como autoridad. El fomento de este tipo de familia fue una respuesta a la necesidad de integrar la creciente población ociosa, vistos por las autoridades como una masa peligrosa y susceptible a enfermedades sanitarias y la delincuencia10. Si bien las revistas deportivas sirvieron como plataforma narrativa para representar masculinidades hegemónicas, también funcionaron como escenarios a través del cual la dominación masculina no solamente fue impuesta o reafirmada, sino que también contestada y reformulada11.
El texto periodístico también es una fuente útil al momento de analizar el concepto de “raza”, el cual no debe entenderse como una categoría física o natural, sino más bien, como una construcción histórica ligada a narrativas nacionalistas12. Como correctamente sugiere Bernardo Subercaseaux, el inicio del deporte chileno estuvo entrelazado a lo que se denominó “raza chilena” a principios del siglo XX, planteando que la supuesta base étnica de la nación que se intentó defender por parte de algunos intelectuales nacionalistas fue precisamente una invención discursiva que carecía de fundamento objetivo13. Si bien “la defensa de la raza” se constituyó como discurso hegemónico para referirse a la necesidad de proteger a las clases trabajadoras, los cronistas deportivos no crearon taxonomías raciales rígidas basadas en supuestos rasgos físicos de chilenidad, sino más bien, como argumenta Karin Rosemblatt, el discurso oficial generalmente equiparó el concepto de “raza” al de “patria” y “pueblo”, retratando a Chile como un país de mestizos racialmente homogéneos14. Esta formulación racial del periodismo deportivo borró diferencias étnicas existentes dentro del país e inspiró críticas, estereotipos y caricaturas hacia deportistas extranjeros. Este libro sostiene que, como discurso predominante de las revistas deportivas chilenas, la “defensa de la raza” elevó las demandas del deporte a las esferas más altas del Estado al mismo tiempo que vinculó el deporte nacional con discursos patrióticos, eugenésicos y educativos. Sin embargo, a partir de 1945, los cronistas gradualmente transitaron hacia un discurso temeroso sobre la masificación del deporte, particularmente el fútbol, expresando desconfianza hacia aquellos sectores previamente excluidos de las políticas deportivas del Estado y demostrando ansiedad respecto a la movilización de masas, vista como perjudicial a la estabilidad democrática del país.
Masas, medios y deporte
El papel de los medios de comunicación en la configuración histórica de la cultura de masas es un debate inacabado. Los medios evocan un amplio grupo de instituciones sociales y productos culturales como los periódicos, revistas, radio, televisión, e Internet. Estos soportes técnicos de información y entretenimiento frecuentemente caen en la etiqueta de comunicación de masas. El término “masa”, en particular, resulta confuso ya que frecuentemente concita tres imágenes negativas: en primer lugar, entendida como una vasta audiencia que comprende millones de individuos homologados entre sí. Sin embargo, la característica más destacada de la cultura de masas, como sugiere John Thompson, “no viene dada por el número de individuos que reciben los productos sino más bien por el hecho de que los productos estén disponibles a una pluralidad de destinatarios”15. En segundo lugar, el término “masa” puede resultar difuso al presentar un grupo amorfo de sujetos pasivos y aletargados frente a productos culturales. Esta noción describe de manera imprecisa la interacción entre quienes elaboran mensajes mediáticos y quienes los reciben ya que omite cualquier tipo de capacidad crítica entre los actores del proceso comunicativo. En tercer lugar, la distinción entre “cultura popular” y “cultura masiva” puede resultar falaz ya que encasilla la primera como un conjunto de tradiciones locales producidas por sectores plebeyos en contraposición a la cultura oficial de la clase dominante, asignando a la segunda una connotación comercial que se ocupa de purificar los contenidos transgresores de la cultura popular para obtener ganancias económicas en mercados internacionales. Aquella concepción clasista de lo popular asume un carácter somnífero e inevitablemente mercantil de lo masivo, silenciando la posibilidad democratizadora de públicos heterogéneos y pensantes. Ni la cultura popular es patrimonio exclusivo de los sectores populares (clases medias pueden fomentar tradiciones como el folclore o costumbres culinarias) ni la cultura de masas constituye una conspiración capitalista para adormecer a la sociedad (la música hip-hop y deportes masivos como el fútbol pueden ser reinventados por las audiencias e incluso despertar desobediencia contra la autoridad).
Mientras algunos intelectuales leen el surgimiento de la cultura de masas como un signo de decadencia humana propio de la modernidad, otros ven allí una señal de democratización. El semiólogo italiano Umberto Eco advierte esta división en su libro Apocalípticos e integrados de 1964, caracterizando la postura apocalíptica como una corriente intelectual que enfatiza la manipulación del público; mientras que los integrados como aquellos que hacen una interpretación complaciente de las audiencias16. Equilibrando ambas posturas, este libro sigue la línea de Jesús Martín-Barbero, quien entiende la cultura de masas como “el modo como las clases populares viven las condiciones de existencia, tanto en lo que ellas tienen de opresión como en lo que las nuevas relaciones contienen de demanda y aspiraciones de democratización social”17. No obstante, es posible identificar múltiples corrientes intelectuales para conceptualizar el surgimiento y naturaleza de las masas, especialmente a partir de su relación con el deporte y los medios de comunicación: el pesimismo anti-masas; la psicología de las masas; la metafísica de las masas; el optimismo de la sociedad de masas; la teoría crítica marxista; y las diversas vertientes del estructuralismo y posestructuralismo.
El pesimismo anti-masas fue una reacción de la filosofía europea que comenzó a gestarse a partir de 1830 frente al temor burgués hacia las turbas obreras y campesinas. Los efectos de la vida industrializada y el nuevo tejido social construido por el capitalismo parecían desbordar los pilares ideológicos de la Ilustración (racionalidad, progreso, democracia) frente al creciente igualitarismo social. El historiador francés y precursor del liberalismo político,