Deportes, masculinidades y cultura de masas. Pedro Acuña Rojas
y música, también se refirió a los deportes en un ensayo de 1941, señalando que “el deporte moderno intenta devolver al cuerpo parte de las funciones que le ha arrebatado la máquina. Pero lo hace con el fin de educar tanto más despiadadamente a los hombres para ponerlos al servicio de la máquina”34. En base a este planteamiento, Gerhard Vinnai ve en el fútbol una industria cultural que consolida la explotación corporal y perpetúa la alienación del proletariado35.
Durante la segunda mitad del siglo XX es posible identificar interpretaciones de la cultura de masas desde el estructuralismo, una corriente centrada en la búsqueda de mecanismos sociales y lingüísticos a través de los cuales se produce el significado dentro de una cultura. A diferencia de los aparatos represivos del Estado que funcionan mediante la coerción, Louis Althusser plantea que tanto los deportes como los medios de comunicación reprimen disimuladamente a las masas como aparatos ideológicos del Estado. Así, la prensa adiestra a través de la censura y los deportes promueven el chovinismo con la finalidad de reproducir las relaciones de producción36. A partir de esta visión, un grupo de sociólogos franceses como Jean-Marie Brohm, Regis Marbleu, y el argentino Juan José Sebreli, ven el deporte como un mecanismo de adoctrinamiento de las masas37.
Una segunda lectura estructuralista proviene del sociólogo francés Pierre Bourdieu, probablemente uno de los escritores más prolíficos al vincular la teoría social con el deporte. En su obra La distinción de 1979, Bourdieu discute cómo los deportes marcan a los grupos sociales, por ejemplo, el porqué las clases trabajadoras tienden a participar en boxeo y fútbol mientras que las clases altas tienden a jugar golf y tenis38. Bourdieu destaca las experiencias de cada clase en las cuales el deporte inculca visiones de mundo y orientaciones de consumo. Sin embargo, al igual que en Althusser, el deporte juega un rol esencialmente reproductivo en la vida social ya que refleja fuerzas históricas más grandes en lugar de impulsarlas.
En respuesta a visiones reduccionistas, un diverso grupo de intelectuales etiquetados como posestructuralistas promovió la idea de que la cultura es un asunto inestable generado a partir de una pluralidad de textos que no pueden ser anclados en un significado determinado. Este grupo señala que los liberales norteamericanos no reconocen que la elección de la “sociedad de masas” es limitada y que la “cultura del gusto” no es ideológicamente pura ya que los artefactos culturales están integrados en un conjunto complejo de relaciones de poder. Los argumentos contra los teóricos de izquierda, especialmente Adorno y Althusser, aluden a la tendencia de ambos por exagerar la manipulación de la industria cultural y simplificar la docilidad del público ante la omnipresencia de los medios. A partir de 1970, al menos tres respuestas posestructuralistas amplían el debate sobre las masas gracias a tres productivos conceptos: lo simbólico, el poder y la hegemonía.
En primer lugar, la obra del sociólogo francés Edgar Morin otorga pistas para el estudio de formas simbólicas en la cultura de masas, definida como un “conjunto de dispositivos de intercambio cotidiano entre lo real y lo imaginario”. Según Morin, para estudiar la cultura de masas “es necesario disfrutar una película en el cine, seguir partidos de fútbol en la televisión, cantar canciones de moda, e identificarse con las fiestas populares”39. Si bien admite que la cultura de masas tiende a alienar, Morin duda que el proceso industrial sea el responsable. Si una película o canción de moda funcionan en el público es porque dan respuesta a miedos y esperanzas colectivas que ni la racionalidad capitalista logró satisfacer. Ahí radica la mediación que cumplen los medios en la cultura de masas: la comunicación de lo material con lo simbólico. Morin insiste en que los intelectuales de izquierda deben reconocer que la cultura de masas no se limita a un lavado de cerebro orquestado por las corporaciones de entretenimiento. Desde la antropología, una de las obras más destacadas en esta dirección es la del estadounidense Clifford Geertz, con su ensayo “Juego profundo: notas sobre la riña de gallos en Bali” de 1973. Según Geertz, lo que los balineses aprenden en la riña de gallos es “cómo se manifiestan simultáneamente el ethos de su cultura y su sensibilidad personal cuando se vuelcan en un texto colectivo”40. Así, las peleas de gallos no son simples eventos sociales, sino que expresiones dramáticas donde se construye simbólicamente la conciencia popular e identidad local pese a que ni siquiera sus propios participantes están plenamente conscientes del proceso social en el que están implicados.
En segundo lugar, la obra del filósofo francés Michel Foucault constituye un valioso aporte a la concepción de poder. En su libro Vigilar y castigar de 1975, Foucault argumenta que la violencia en la vida medieval europea fue sostenida por un vínculo metafórico entre los cuerpos individuales y los cuerpos colectivos, donde la mutilación y humillación corporal parecían respuestas idóneas a las revueltas masivas. Sin embargo, con la expansión de valores universales como la libertad e igualdad a partir del siglo XVIII, la idea del cuerpo social como entidad protegida por el Estado comenzó a dominar la vida occidental. La era de inquisidores y torturadores pasó a ser una era de nuevas organizaciones reguladoras del cuerpo que operaron mediante la vigilancia panóptica, la disciplina corporal y la producción de nuevos estándares de normalidad: la prisión, el manicomio, la fábrica, el hospital y la escuela41. Si bien Foucault no discute gimnasios o estadios, resulta lógico agregar sitios deportivos como espacios de disciplinamiento colectivo. De todos modos, historiadores como Georges Vigarello y Richard Holt argumentan que la gimnasia en las escuelas se convirtió en un intento de imponer actividades complejas en los cuerpos para controlarlos42. Pero a diferencia de posiciones marxistas, Foucault no ve estos desarrollos históricos como consecuencia de los intereses de una clase. Por el contrario, argumenta que en las formas de gestión corporal el poder tiene una forma capilar, que fluye a través del cuerpo social sin necesariamente depender de un grupo de interés en particular. En cierto sentido, la prensa moderna también contribuyó a esa docilidad del cuerpo al constituirse como un cuarto poder ya que, según Foucault, no existe relación de poder sin la constitución de un campo de saber. El periodismo deportivo, como nueva plataforma de saberes sobre el cuerpo, también es una institución reguladora de las masas especialmente al constituir su propio régimen de verdades43.
En tercer lugar, una de las respuestas más contundentes al estructuralismo proviene de los académicos británicos de la Escuela de Birmingham, quienes inauguraron los “estudios culturales” con la intención de elaborar una comprensión más matizada de la cultura sin minimizar el poder de la agencia humana. El camino elegido es revisar la obra del filósofo italiano Antonio Gramsci y su concepto de hegemonía, entendida no como la imposición de una clase dominante sino como la capacidad que tiene un grupo social de ejercer la dirección cultural sobre la sociedad en la medida en que representa intereses que las clases subalternas también reconocen como suyos. La hegemonía es un proceso dinámico y multidireccional (no de “arriba” hacia “abajo”) que implica compromisos entre el Estado y otros grupos mediante negociaciones que pueden resultar en victorias tácticas para las clases subalternas. El concepto de hegemonía rechaza la asimilación mecánica y automatizada de la cultura de masas. En lugar de considerarla como una desviación de la consciencia de clase, estos autores enfatizan las posibilidades de resistencia que se encuentran en los medios de comunicación masivos. Un autor pionero en esta dirección es Richard Hoggart, quien traza la forma en que la clase obrera inglesa conservó gustos, creencias y cierta independencia de la influencia de la prensa. Hoggart concluye que, pese a que los editores periodísticos recurren a valores tradicionales para atraer públicos masivos, la clase obrera no asimila de un modo mecánico los productos culturales, y en ocasiones, responde con indiferencia o apatía hacia ellos; no en el sentido de pasividad, sino que en base a “una capacidad de absorber lo que se quiere dejando que el resto siga su curso”44. Advirtiendo el impacto de los medios en la cotidianeidad popular, Hoggart no se ocupa de la producción cultural sino más bien de sus efectos en la experiencia de las masas. En la misma línea, Raymond Williams analiza la recepción del mensaje mediático en las audiencias. Si bien Williams considera que la noción de masas es limitada por su asociación con lógicas de manipulación, reconoce que la cultura masiva es una combinación compleja de elementos arcaicos (lo que sobrevive del pasado como rememoración); residuales (lo formado en el pasado, pero activo en el presente); y emergentes (lo nuevo, aparecido en instituciones y prácticas)45.
El enfoque de los estudios culturales permite concebir el deporte en la prensa como