Gazes. Marta Ferreira Martínez

Gazes - Marta Ferreira Martínez


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se acercó un poco más a mí hasta que prácticamente notaba su aliento encima mía, pero seguía sin mirarlo.

      —¿En serio? —volvió a formular otra pregunta.

      —En serio —contesté bastante borde.

      De repente se acercó tanto que rozó su labio superior con el borde de mi oreja, provocando así que se erizaran todos los pelos de mi piel.

      —Pues deberías replantearte eso de quedarte mirando a la gente tan fijamente —me susurró al oído.

      No le contesté, simplemente resoplé y por fin me devolvió algo de espacio personal.

      Pocos minutos después, salió una chica del interior de lo que parecía más o menos una oficina y se acercó a nosotros.

      —¿Eres Gabriella Edevane? —preguntó.

      —Sí, soy yo —contesté.

      —Pues ven conmigo —me ordenó.

      La seguí hasta la puerta y ya cuando estaba a punto de salir, aquel chico dijo en tono burlón:

      —No la vayas a mirar mucho, a ver si se va a asustar.

      Yo simplemente negué con la cabeza y sonreí ligeramente, aquel chico me había puesto de los nervios, pero parecía majo. Aún seguía preguntándome cómo podía ser tan irresponsable y buen estudiante a la vez, según lo que había dicho aquella profesora.

      —Bien, Gabriella, estas son tu taquilla y tu llave —dijo la chica ofreciéndome un pequeño utensilio de metal con una cartulina roja plastificada enganchada a ella en la que ponía 622, que obviamente, era el número de mi taquilla—. Muy bien, deja tus cosas y dirígete al auditorio, ¿sabes dónde está? —preguntó amablemente.

      —No, pero creo que sabré apañármelas —contesté.

      —Perfecto, hasta luego —se despidió ella.

      Abrí la taquilla para ver cómo era por dentro, pues no llevaba mochila y tampoco tenía nada que guardar, era pequeñita y tenía un espejito en la parte interior de la puerta, cosa que me venía muy bien si necesitaba retocarme el rímel o el gloss. Cerré la taquilla y eché la llave para asegurarme de que nadie la abriera, aunque no tuviera nada dentro. Comencé a recorrer pasillos para encontrar la puerta del auditorio, pero solo logré encontrar aulas y despachos. De repente, la luz del pasillo en el que me encontraba se apagó bruscamente y, sin pensármelo dos veces, comencé a correr para salir de allí. Era escalofriante, pues estaba vacío y demasiado silencioso, solo de pensarlo me aterrorizaba.

      Cuando llegué al final de aquel pasillo, alguien giró la esquina de este mismo y me estampé contra él cayéndome al suelo.

      —A ver si miramos por dónde vamos corriendo —exclamó una voz grave y burlona.

      Al levantar la mirada del suelo vi delante mía, ni más ni menos que al chico de la secretaría.

      —¿Me has echado de menos, mirona? —preguntó irónicamente.

      —Un poco —contesté satíricamente.

      —Un terremoto como tú no debería ir corriendo así por los pasillos… podrías chocarte con alguien —se burló.

      —¿Terremoto? —exclamé ofendida—. Tú ni siquiera me conoces —añadí.

      —Si lo suficiente como para saber que eres un... ¿cómo era?... ¡ah, sí!... un... terremoto, ¡eso! —dijo chuleándose.

      —Y yo a ti lo suficiente como para saber que eres un chulito engreído —le devolví el insulto.

      —Vaaaya, la verdad es que me sorprendes, pequeñaja —contestó irónicamente.

      —¿Cómo que pequeñaja? Solo eres un par de centímetros más alto que yo —repliqué.

      Él se rio, apartó la mirada hacia un lado, se mordió el labio y me la devolvió de nuevo.

      —Pero soy más alto, ¿no? —contestó esta vez en un tono más serio mientras que entornaba sus ojos.

      No me dio tiempo a contestar, simplemente él pasó por mi lado golpeándome ligeramente con el hombro y continuó su camino como si nada hubiera pasado. No podía creer lo chulo y presumido que era, ¿quién se creía? ¿El más guapo del colegio? ¡Uf! Es que nunca he soportado a estos chicos tan engreídos, y encima este parecía que iba buscándome las cosquillas.

      CAPÍTULO 2

      De esta manera, continué yo mi camino y, no sé cómo, pero conseguí dar con el auditorio de una vez por todas. Entré y divisé a lo lejos a Lissa, que tenía un sitio libre justo a su lado, tal y como ella había dicho. Me senté junto a ella y me dispuse a escuchar lo que la profesora que estaba subida en el escenario estaba explicando. Tras pasar un par de minutos, me di cuenta de que era la profesora que anteriormente le había echado la bronca a aquel chico tan arrogante.

      —De todas formas, cualquier duda que tengáis nos la podéis preguntar o al director Miracle o a mí —explicaba ella.

      En ese momento encajé ambas situaciones, ella era la jefa de estudios, por eso se había encargado también del otro asunto.

      —Qué pesada es, dice lo mismo todos los años —anunció Lissa con un tono cansino.

      —¿Después de esto qué hacemos? —pregunté intrigada.

      —Vamos a las clases para que nuestros profesores nos expliquen cómo vamos a organizar el curso —me explicó Lissa.

      —Vale, gracias —contesté.

      —Y ya está chicos, eso es todo. Fuera están las listas para que veáis en qué clase os ha tocado —finalizó la profesora.

      De repente todo el mundo se puso de pie y salieron corriendo hacia la puerta del auditorio; yo, sin embargo, al igual que mi amiga, permanecí sentada esperando a que el barullo de gente se calmara, aunque solo fuera un poco.

      —¿Nos habrá tocado juntas? —se preguntaba Lissa.

      —Eso espero —añadí un tanto preocupada.

      Lissa notó en mi voz que estaba un poco estresada, me conocía demasiado bien, así que me frotó la espalda con la mano y dijo:

      —Seguro que sí, y si no es así, seguro que te adaptas, ya lo verás.

      Yo le regalé una sonrisa esperanzadora con tal de que sintiera que su frase había surgido efecto en mí, pero no fue así, estaba demasiado asustada como para calmarme con la típica frase de Liss, siempre lo conseguía, pero esta vez era diferente.

      —¿Vamos ya? —preguntó Lissa.

      —Sí, por favor —dije en tono de desesperación.

      Cuando atravesamos la puerta del auditorio vimos a miles de niños dándose empujones unos a otros para poder ver las listas. Unos gritaban de alegría, otros lloraban decepcionados y otros, simplemente les daba igual. Estábamos intentando llegar a la pared donde estaban las listas colgadas, cuando Lissa y yo fuimos separadas por un grupo de gente, ella se acercó más a la dichosa lista, pero yo salí disparada fuera del mogollón cayéndome al suelo.

      —Le has cogido cariño al suelo, ¿no? —me preguntó alguien entre risas.

      —¿Sí? Pues tú le vas a coger cariño a mi... —intenté contestar.

      No me dio tiempo a terminar la frase porque vi delante de mí al chico de la secretaría, ¡otra vez! Ni que me estuviera persiguiendo.

      —¿Que le cogeré cariño a tu qué? —preguntó él sonriente.

      Entorné los ojos y negué con la cabeza mientras resoplaba, entonces él volvió a reírse. Dadas las circunstancias, simplemente me crucé de brazos y me di la vuelta para intentar volver a entrar en el barullo de gente.

      —¿A


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