Gazes. Marta Ferreira Martínez
saqué un 10.
—No quiero que me digáis en voz alta si queréis o no, ya sé que es mejor que me lo confirméis en privado para que sea confidencial, al final de la clase os acercáis a mi mesa y me lo decís. Os recuerdo que es voluntario, no os veáis en un compromiso, si no queréis, no tenéis tiempo o lo que sea, no pasa nada, ¿vale?
Me tiré toda la clase pensando en la decisión que tenía que tomar; por una parte, me encantaba ayudar a los demás siempre que podía, pero por otra, también me quitaría tiempo para estudiar. Pero bueno, tras muchas vueltas y una lista mental de pros y contras, decidí hacerlo, ¿por qué no? Al fin y al cabo, también me servía para repasar la asignatura. Cuando la clase finalizó, me acerqué a la mesa de la profesora para decirle que contara conmigo en lo que tenían programado.
—¡Hola, Gabriella! —me saludó.
—Hola, puedes llamarme Gaby, si quieres —le sugerí.
—¡Ay, Gaby!, me encanta, qué bonito —dijo con una sonrisa pintada en la cara—. Bueno, ¿qué has decidido? —preguntó.
—Que sí —le aclaré.
—Menos mal, muchísimas gracias —contestó aliviada—. Oye, una pregunta, mira, eres de las que mejor nota tenían, vaya, tienes un diez, ¿te importaría ir con nuestro alumno más difícil? Si ves que no puedes en cualquier momento me podrías pedir dejar de ayudarlo y yo te seguiría subiendo la nota por intentarlo, es que se te ve una niña muy extrovertida y nos serías de gran ayuda —me suplicó.
—Claro, no te preocupes —contesté sin apenas pensármelo.
—Muchísimas gracias, en serio —me agradeció mientras me daba un abrazo.
Cuando la vi tan apurada comprendí que se tenía que tratar de alguien realmente difícil, así que me asusté un poco, solo esperaba poder ayudarlo y servir de ayuda. Volví a mi asiento en busca de Liss para charlar un rato con ella antes de que empezara la siguiente clase y descansar un rato.
—¿Le has dicho que sí, verdad? —preguntó Lissa intrigada.
—Sí, ¿cómo lo sabes? —me interesé.
—Pues porque te conozco demasiado bien, te encanta ayudar a los demás, si es que eres la mejor del mundo —me explicó.
En ese momento me sentí algo mal, porque lo que mi mejor amiga no sabía, es que hace cosa de hora y media estaba besando a su amor platónico, y eso no lo hacía que digamos «la mejor persona del mundo».
—Bueno, no te creas —me excusé.
—Que sí, además, el abrazo que te ha dado la profesora también me ha indicado que habías dicho que sí —me confesó entre risas.
—¡Pero qué tramposa! Sabía yo que no era «por lo buena que era» —dije, gesticulando unas comillas con mis dedos.
—¡Eso también! —finalizó Liss riéndose.
Justo entonces, entró en la clase el profesor de la siguiente hora, el de cultura emprendedora, que era una asignatura en la que te explicaban datos sobre el empleo, los currículum y todas esas cosas que íbamos a necesitar el día de mañana. La verdad es que era una clase bastante entretenida, me lo pasaba bien y era muy útil, ya que además hacíamos prácticas de entrevistas de trabajo con los compañeros para poder ponernos mejor en situación.
Cuando la clase finalizó, ambas salimos juntas del centro para irnos con el grupo de amigos de Liss.
—¡Hola, chicos! —exclamó ella.
—¡Nenas, os tengo que contar una cosa! Estaba esperando a que llegarais para contároslo a todas —nos explicó Daniel.
En ese momento me sentí bien, pues me acababan de contar como una más de ellos, y la verdad que fue bastante acogedor, porque noté que había encajado bien y era algo a lo que tenía miedo unos días atrás.
—Cuenta, ¡ya! —exclamó Abbie.
—Lo he dejado con Nick —nos contó finalmente Daniel en un tono más serio.
—¡¿Qué?! —soltó Jessica.
—¡¿Cómo?! —preguntó confundida Liss.
—¡No puede ser! —dijo sorprendida Abbie.
—¡Jolín! —añadí yo.
—Pues ya, pero es que era lo mejor porque estaba muy raro —siguió contándonos Daniel.
—Claro, si tú vas a ser más feliz, es lo mejor —lo apoyó Jessica.
—A eso me refiero, obviamente ahora lo voy a pasar muy mal, pero dentro de un tiempo, sé que voy a estar mucho mejor —nos argumentó él.
—Bueno, Daniel, yo creo que lo más importante es cómo estés tú, y si ves que él ya estaba raro y no era lo mismo, va a ser lo mejor. Al fin y al cabo, si una relación deja de funcionar en un momento, no debes forzarla para que se arregle, porque si un cristal se ha roto, roto está, y aunque lo pegues, siempre se va a salir el agua cuando lo vayas a utilizar. No te preocupes, porque seguro que algún día encuentras a la persona de tu vida, y cuando la encuentres, te darás cuenta de que es la adecuada y con la que realmente vas a durar —lo animé.
Todos se quedaron con la boca abierta, patidifusos, ante lo que acababa de decir, no entendía muy bien por qué, pero se quedaron todos mirándome fijamente.
—¡Ay, por favor, qué mona! Dame un abrazo, anda —me contestó Daniel mientras se acercaba a mí con los brazos abiertos.
—¿Cómo das unos consejos tan buenos? —preguntó Abbie sorprendida.
—No lo sé —contesté avergonzada y me encogí de hombros.
—Por eso siempre es la mejor ayudándome, siempre ha sabido qué decir en el momento exacto y es una de las cosas por la que más aprecio le tengo —añadió Liss refiriéndose a mí.
—Jo, ¡qué mona! —le contesté.
—Bueno, chicos, ¿entramos? —sugirió Jessica.
Todos le hicimos caso y volvimos dentro del centro, pues ya eran las once y veintinueve, y debíamos estar en clase a las y media. La verdad es que el grupo de amigos de Liss cada vez me caían mejor, y no sé si debería empezar a llamarlos mi grupo de amigos en vez del de Liss.
Continuamos las clases y pude estar atenta porque no había nada que me comiera el coco esta vez, solo estaba un poco preocupada por lo de ayudar a aquel compañero que «tan malo» era, pero tampoco era muy importante, seguro que al final podía ayudarlo. Llegó el cambio de clase y la profesora de lengua apareció en mi clase buscándome.
—¡Gaby! —exclamó desde la puerta del aula.
Me acerqué a ella y la saludé para ver qué quería.
—Mira, ¿te importaría empezar con lo de la ayuda a tu compañero esta misma tarde? ¿O tienes ya algo planeado? —me preguntó.
—No, no hay problema, no tengo nada planeado.—le confirmé.
—Vale, perfecto, pues entonces, ¿podrías estar a las cinco en la biblioteca del instituto? Yo estaré allí para decirte quién será tu compañero y lo que le tienes que explicar —me dijo.
—¡Claro! A las cinco estaré allí —le aseguré.
Ella suspiró aliviada y añadió:
—Menos mal, eres la mejor.
Otra vez me habían vuelto a decir que era «la mejor» y, cada vez que esas palabras salían de la boca de alguien, un sentimiento de culpabilidad me invadía. No podía evitar acordarme de los labios de Theo sobre los míos, y cuando lo hacía, unos sentimientos muy contradictorios manejaban todo mi cuerpo. Por un lado, miles de mariposas me revoloteaban en el interior, pero por otro, era como una punzada en el pecho. Quería mucho a mi mejor amiga y tenía la sensación