Gazes. Marta Ferreira Martínez
Por eso sabía que estaba con él, habrían pasado lista y pudo escuchar mi nombre. De hecho, ahora que lo recordaba, tenía francés con los de 1.ºB, él sería de esa clase. Tras ese pensamiento interno le repliqué:
—Mira, por si no lo has notado, odio a los chulitos, es decir, a ti.
—Vaya, me tienes impresionado. Seguro que eres de esas a las que les gusta que los chicos le abran la puerta del coche y esas tonterías —insinuó.
—Bueno, puede ser, qué pena que nunca lo descubras —le restregué.
Él se quedó patidifuso mientras me soltaba una leve sonrisa con esa cara de chulo que llevaba siempre pintada en el rostro. ¡Arg! Es que me daba tanta rabia, ¡siempre estaba metido en todo! Sonó el timbre que indicaba que la clase que me estaba perdiendo había terminado, miré el horario y descubrí que me tocaba informática, así que me dirigí al aula que nos había nombrado mi tutor el día anterior.
Una vez llegué allí, pude divisar a Lissa sentada enfrente del ordenador del fondo.
—¡Gaby! —exclamó preocupada—. ¿Qué te ha pasado? —añadió.
—Nada importante, solo me he quedado dormida —aclaré.
—Menos mal, estaba muy preocupada —contestó aliviada.
Le dediqué una sonrisa y volví a formular otra pregunta:
—¿Qué hay que hacer?
—Pues tenemos que ponernos por parejas y hacer un Excel con los datos que nos acaba de dar el profesor como prueba inicial —me explicó.
—Vale, ¿tienes ya pareja? —me interesé.
—Sí, tú —dijo mientras soltaba una sonrisa.
Ambas nos dirigimos a donde estaba sentada Liss anteriormente y comenzamos con la prueba del Excel, tampoco era muy complicada, solo teníamos que meter los títulos, los números y alguna que otra fórmula para que estos sumasen solos.
Cuando la clase terminó, tocaba el recreo. Liss y yo bajamos las escaleras y salimos a la calle, pues en bachillerato podíamos salir fuera siempre y cuando estuviésemos autorizados por nuestros padres. Ambas nos dirigimos al banco de la acera de enfrente, donde estaban sentados los amigos de Lissa.
—¡Hola! —exclamaron todos al unísono cuando llegamos.
—¿Tu eres la nueva, no? —preguntó un niño rubio que iba vestido entero de marca y sostenía un IPhone XR.
—Sí, me llamo Gabriella. Aunque prefiero que me llamen Gaby —contesté.
—¡Ay, qué mona! —añadió una niña también rubia con los ojos azules.
—Bueno, te digo los nombres de todos. Ellos son Daniel, Jéssica y Abbie. —Me los presentó Lissa.
—Encantada —añadí con una sonrisa.
—Dios, no sé qué hacer con Nick —dijo un tanto preocupado Daniel, el mismo que vestía tan bien.
—¿Por qué? —preguntó preocupada Abbie.
—¿Qué ha pasado? —añadió Liss.
—Yo qué sé, nenas, está muy raro conmigo. En plan está superborde y hablamos ya poquísimo —se explicó Daniel.
—¿Es tu novio? —pregunté interesada.
—Sí —contestó él decaído.
—¿Cuánto lleváis ya? —preguntó Jéssica, la que anteriormente me había llamado mona.
—Seis meses —contestó Daniel.
—Jolín, es que lleváis ya bastante —se compadeció Lissa.
—Ya, si sigue así al final lo voy a tener que dejar, porque al final, el que lo pasa mal soy yo —nos contó él.
—Pues sí, es lo mejor —le di la razón.
Tras un rato de charla sobre distintos temas, me hice amiga de este grupo, que a decir verdad eran todos supersimpáticos y me transmitían mucha confianza. Después, entramos de nuevo en el centro y proseguimos con las clases, esta vez, tocaba matemáticas. Posteriormente, tuvimos religión, seguida de esta, inglés y, finalmente, salimos para irnos a nuestras casas.
—Dios, estoy harta de hacer pruebas iniciales —exclamó Liss sentada en la parada del autobús.
—Pues ya, y todavía nos quedan las de las asignaturas que no hemos tenido —le recordé.
—Puf, qué pereza —dijo Lissa decaída.
—Pues sí. Oye, ¿exactamente por qué te gusta Theo? —pregunté para poder entender aquella extraña razón, ya que era el niño más engreído que había conocido en toda mi vida.
—Porque antes estaba en mi clase y siempre hacía comentarios graciosos, por lo que las clases eran más divertidas, además, ¡es guapísimo! No me digas que no, ¡eh! —se explicó.
—Bueno, tampoco es para tanto —le repliqué.
—¿Que no? Cómo se nota que todavía no lo conoces lo suficiente para ver su verdadero encanto —siguió hablando.
«Créeme que sé perfectamente el encanto tan bonito que tiene» dije irónicamente en mi cabeza.
—Oye, te advierto, ¡es mío! —me comentó, mientras que hablaba para mí misma.
—Ya, ya, no te preocupes, si Theo no me gusta —me excusé.
—¡Vale! —exclamó Liss con una sonrisa.
Justo entonces, el autobús llegó y nos metimos en su interior para llegar a casa. Cuando llegamos a la parada, nos bajamos del vehículo y entramos en el edificio, íbamos tan cansadas que apenas hablamos en el trayecto del bus a nuestras casas, simplemente nos despedimos antes de entrar cada una en la suya.
Cerré la puerta con llave y saludé a mi padre con un beso en la mejilla, posteriormente, me dirigí a mi cuarto para dejar la mochila y cambiarme de camiseta para no mancharme comiendo y, justo entonces, me sonó el teléfono. Era un mensaje de Instagram, una solicitud de seguimiento. Desbloqueé el móvil y me metí en la aplicación, en el apartado de solicitudes, pero lo que vi cuando ya estaba dentro no me lo podía creer «theoo3_ quiere seguirte». ¿Por qué me había solicitado? Y lo más importante, ¿cómo había conseguido mi Instagram? Sin pensármelo dos veces, lo acepté y le solicité yo a él, nunca venía mal un seguidor más, aunque este chico me tenía algo confundida, ¿por qué siempre estaba en todos lados? Ni que fuese el centro del universo, me ponía de los nervios.
—¡Gabriella, ven a comer! —exclamó mi padre.
—¡Ya voy! —contesté.
La verdad que había sido un día de lo más rallante, primero me quedaba dormida, luego me volvía a chocar con Theo, después había conocido a los amigos de Liss, posteriormente ella me había hecho una amenaza de muerte y ahora, ¿Theo empezaba a seguirme en Instagram? ¡Vaya día!
CAPÍTULO 4
Esta vez me desperté puntual como de costumbre. Me levanté de la cama y fui a la cocina, donde me tomé un vaso de leche con galletas ositos. Después, volví a mi cuarto, cogí la ropa que me iba a poner y me dirigí al baño para darme una ducha rápida. Una vez que terminé de ducharme y vestirme, me peiné y me recogí el pelo en una cola alta, finalmente salí de mi casa y llamé al timbre de Liss.
—¡Ya voy! —exclamó ella desde el interior de la casa.
Unos minutos más tarde, salió de ella y ambas fuimos a la parada del autobús, nos montamos en él y, finalmente, llegamos al instituto. Entramos en el aula y comenzamos con la clase de economía.
—Bien, chicos, hoy lo que vamos a hacer va a ser un trabajo cooperativo