¿Cómo aman las mujeres?. Bettina Quiroga

¿Cómo aman las mujeres? - Bettina Quiroga


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id="ulink_e293c9e7-3c75-5406-835b-8e7bfcea4794"> 3. EL AMOR DESDE PLATÓN

      Consideramos importante comentar algunos puntos del Banquete a fin de revisar por qué Lacan toma este texto de Platón para trabajar el amor de transferencia, especialmente, en el Seminario 8, La transferencia.

      El Banquete fue escrito por Platón, filósofo griego, en el año 385 a. C. Su esquema es sencillo: el poeta Agatón invita a comer a sus amigos: Fedro, Pausanias, Erisímaco, Aristófanes y al maestro Sócrates. Cada uno de ellos va a pronunciar un discurso acerca de la naturaleza del amor y de lo bello; después se agregan Erixímaco, Alcibíades y Apolodoro.

      Fedro establece el terreno sobre el que se llevará a cabo la disputa. Primero afirma que Eros es el más antiguo de los dioses y, que el amor implica la mayor garantía de que un hombre llevará una vida recta y provechosa. Tanto para sí como para la sociedad.

      Una de las formas más elevadas del amor es el que los hombres sienten por sus iguales. La homosexualidad, en ese contexto, es la predilección más fuerte. Cada uno de los discursos forma parte de un todo. Cuando le llegue el turno a Sócrates se encargará de resumir y de elevar su discurso a la categoría de lección magistral.

      Para Platón, y su maestro Sócrates, el amor es una carencia: el hombre desea lo bueno y lo bello, bienes que no posee. Al desear un cuerpo hermoso, se aferra a una manifestación visible de una idea universal. Desde este deseo, pasa a admirar las almas hermosas y se eleva hacia la apreciación de las obras humanas, la ciencia y la sabiduría. Solo a partir de esta iniciación el hombre puede llegar a concebir la Belleza perfecta, como unidad que no varía y como eterna, el bien supremo que puede alcanzar.

      La felicidad se lograría al poseer perpetuamente el bien y la belleza. Por lo tanto, el filósofo que experimenta esto de manera más aguda se convierte en el paradigma del amante.

      La identidad entre el bien y la belleza tienen una raíz común, forman parte del núcleo del sistema filosófico de Platón y de Sócrates. Es importante, en la obra de ellos, tener presente el concepto de amor puro que considera que el verdadero amor es el que está apartado de cualquier recompensa y de cualquier interés propio.

      La filosofía platónica es unitaria y universalista; se dirige a todos los órdenes del saber y del comportamiento de los seres humanos. Se basa en la doctrina idealista; las ideas constituyen la única realidad esencial, ajena a las mutaciones y a los engañosos cambios del mundo tangible. Forman un mundo aparte. Su objeto son las cosas inmutables, como la belleza y la naturaleza de los dioses. En el mundo de las ideas, Platón establece una jerarquización, con categorías superiores a partir de un procedimiento lógico. A partir de este la belleza, la simetría y la verdad ocupan el mismo nivel que el bien. La sabiduría sólo puede surgir de la verdad que se fundamenta en el ser.

      Eros, el Amor, es el tema de este simposio, y Platón nos sitúa en un típico banquete griego, con sus dos partes, primero la comida en común y luego la bebida; y un diálogo de ideas, con sus discursos y reflexiones. En este caso, se trata de un banquete en el que los invitados de Agatón, poeta que había triunfado en el último certamen literario, pronuncian un elogio del amor.

      Antes de las palabras que pronuncia Sócrates, Agatón intenta vislumbrar la esencia del amor y la divinidad de Eros. Su discurso, que tiende al idealismo, otorga a Eros los rasgos del amado más que del amante y le atribuye a este todas las virtudes. Resigna todos los placeres ante él y los encuentra en las almas de los hombres templados.

      Apenas aplacado el coro de admiraciones que había suscitado el florido elogio de Agatón, Sócrates se excusa humildemente de pronunciar un discurso por no ser capaz de competir con los demás. Dice:

      …yo creía que se debía decir la verdad sobre cada una de las cualidades de la cosa encomiada, […]. Más no era ese, el parecer, el modo correcto de elogiar cualquier cosa, sino el atribuir al objeto el mayor número de cualidades y las más bellas, se diera o no en la realidad. Y si éstas eran falsas, la cosa carecía de importancia, pues lo que se propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros cuidara de hacer en apariencia el encomio del Amor, no que éste fuera realmente elogiado (Platón, 1985, pp. 72-73; 198e).

      Con su diálogo, Sócrates hace reconocer a Agatón que sus palabras eran bastante huecas, pues escondían contradicciones dentro de su belleza y persuasión. Decía Agatón que el amor era bello, bueno y que anhelaba, deseaba, tendía a lo bello; pero todo deseo representa anhelo de algo, de algo que no se tiene, y que se desea tener.

      Además, si Eros aspira a lo bello, no puede ser él mismo bello, sino necesitado de belleza. Por eso, no es un dios, puesto que no es posible un dios sin belleza. Es un daimon (una especie de ser semidivino); está entre la mortalidad y la inmortalidad. Esta refutación puede parecer cortante, pero Sócrates la hace con humildad, y confiesa que a él le ocurrió lo mismo, que él creía que el amor era bello y bueno, y fue Diótima, una sacerdotisa, la que respondió a sus inquietudes.

      Diótima al referirse al amor, sostiene que si el amor no es bello ni bueno, ¿será feo y malo? Ciertamente no, el no ser bello ni bueno no implica necesariamente el ser feo y malo; como el no ser sabio no implica necesariamente ser ignorante. Entre belleza y fealdad –bondad y maldad–, como entre sabiduría e ignorancia, hay términos medios, y este es el caso del amor. Por ello, no tiene que considerarse, como hace la opinión común, como un gran dios, ya que no puede negársele a los dioses la belleza y la bondad. La idea es sencilla: el amor es el camino, el nexo de unión con aquello que llamamos perfecto, divino, hermoso. Sirve de enlace y comunicación llenando el vacío que existe entre lo visible y lo invisible. Por amor somos capaces de hacer y vivir aquello que el cuerpo biológico no puede concebir, lo heroico.

      En seguida, Diótima describe un mito sobre el amor. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también el dios Poros, el hijo de la Inventiva, que significa el que tiene recursos, abundancia. Fue a mendigar a la sala del festín Penia, la pobreza, la carencia. Poros, embriagado de néctar, el licor de los inmortales, salió del jardín a disipar con el sueño los efluvios. Estaba tendido cuando lo divisó Penia. Es cuando piensa que lo mejor era aprovechar la oportunidad que se le ofrecía y procurarse un hijo de Poros. Eros fue engendrado en ese día, el del natalicio de Afrodita. Por ello, entonces, decimos que el amor está siempre en el cortejo de la diosa. Y por ser Afrodita supremamente bella, corresponde al amor ser amante de lo bello.

      Además, el amor anhela poseer un bien con la intención de que dure siempre. Dirá: “Luego, en resumidas cuentas el objeto del amor es la posesión constante de lo bueno” (Platón, 1985, p. 89; 206 a). El amor se convierte en apetito de inmortalidad. La obtiene por la vía de la procreación, único camino para perpetuarse. Platón sienta esta misma ley para la naturaleza espiritual: el anhelo de generación no se limita al cuerpo sino que tiene su analogía en el alma.

      A partir de ese momento, la conversación toma vuelo, y empiezan a sonar las palabras de alta tensión: “misterio”, “iniciación”. Hay una vía a seguir para llegar a la contemplación de lo bello en sí. Pero se requiere una iniciación, un ascenso a través de etapas dialécticas: primero nace el amor a la belleza corporal, es una educación estética, se ama un cuerpo, y más allá, se ve que lo bello no está circunscrito a un solo cuerpo, es ver que la belleza de un cuerpo es hermana gemela de la del otro, y no solo los seres humanos, mujeres y hombres son bellos, hay belleza en todo, en la naturaleza, animales y montañas.

      Llega en segundo lugar el amor a la belleza de las almas, a la belleza moral, a la conducta, y es una belleza mucho más preciosa. Así, uno prefiere un alma bella a un cuerpo bello. Existe una belleza interior y tiene más alta estima que la física.

      Tampoco se mostrará a él la belleza, pongo por caso, como un rostro, unas manos, ni ninguna otra cosa de las que participa el cuerpo,


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