De la sociedad de las naciones a la globalización: Visiones desde América y Europa. Mercedes Samaniego
dicha potencia, culminando esta radicalización con la crisis de los misiles en octubre del mismo año, episodio histórico que deja al descubierto la profunda injerencia soviética en el continente, y que es la expresión del mayor nivel de conflictividad entre las superpotencias.
La gravedad del evento de los misiles en Cuba despeja, desde una perspectiva de largo plazo, cualquier duda respecto al real peligro que representaba, no solo para el continente, la presencia nuclear de la potencia soviética e, indudablemente, el secreto traslado de armas atómicas a la isla es un argumento contundente que explica, fundada y objetivamente, la marginación de Cuba del sistema interamericano el año 196279.
Develada la realidad de la situación cubana al momento de su exclusión del sistema interamericano, es imprescindible reflexionar en torno a la tesonera y compleja tarea de recrear los procesos del pasado que le corresponde a la historia, que se ve en muchas ocasiones presionada o influida por ideologías, doctrinas o visiones guiadas por sentimientos o mesianismos intelectuales que terminan distorsionando la realidad de los hechos ocurridos80. Esta amenaza a la objetividad y carácter científico de la disciplina es particularmente peligrosa y evidente en el periodo que abarca la creación y puesta en marcha del TIAR, cuando el poder en todas sus formas se concentra en las dos superpotencias que han surgido luego de la desastrosa Segunda Guerra Mundial.
Al momento de concluir con la exposición de este proceso, cuando el transcurso del tiempo nos ha permitido conocer con más profundidad y detalle los eventos y circunstancias que se desarrollaban en la década de los cincuenta y comienzos de los sesenta, resulta pertinente colocar en la balanza la esencia de lo que políticamente se estaba jugando, ¿Cuál era el dilema, la coyuntura que se presentaba a las naciones del continente?
Más de medio siglo ha transcurrido desde los años cuarenta del siglo pasado, y en general los análisis históricos que se realizan sobre lo ocurrido en América giran en torno a la tesis tradicional que resalta la presencia y dominio del “imperialismo yanqui” en el plano político, económico y de seguridad hemisférica. Con lo anterior, se realiza de inmediato una equivalencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética, entre el imperialismo norteamericano y el imperialismo soviético. No escapa a este ejercicio comparativo el TIAR, cuya creación, inspiración y objetivos pone a todos los países de la región en condición de sirvientes o piezas, que Estados Unidos mueve a su antojo según sean las exigencias o demandas que la coyuntura internacional demande, en este caso concreto la guerra fría81.
No son un misterio las enormes diferencias que en todas las dimensiones separan al país del norte con las naciones ubicadas al sur del río Grande. Esta realidad ha sido patente desde el término de la Primera Guerra Mundial al presente, no solo con los países americanos, sino con el resto del mundo, y aquí es donde a nuestro juicio debemos incorporar un matiz respecto a la interpretación seguida por la generalidad de los estudios realizados sobre la llamada guerra fría y sus efectos en nuestro continente, que permita una respuesta más realista y global, abarcando todos los componentes de los sistemas que se confrontaron.
¿Dónde está el error base de la tesis tradicional? Es una verdad histórica indesmentible que Estados Unidos ha sido una nación imperialista al menos en el siglo XX. La actitud norteamericana calza plenamente con una definición de imperialismo que consideramos pertinente: “la actitud o forma de actuación política basada en dominar otras tierras y comunidades usando el poder militar o económico o ambos a la vez”. Resulta evidente, que el gigante americano ha dado incluso la razón a Lenin, para quien el imperialismo “era el mecanismo de división internacional del capital y el trabajo por el que la propiedad del capital, la gestión, el trabajo de mayor cualificación y la mayor parte del consumo se concentraba en las potencias centrales (imperios), dejando algún remanente para las naciones periféricas”.
Si la definición sobre el imperialismo norteamericano es correcta ¿Está el error en caracterizar el poder soviético como imperialismo? La abundante evidencia histórica que acompaña a la criatura política que surge desde 1917, cuando cuaja el triunfo de la revolución rusa, nos indica rotundamente que la definición utilizada no refleja la verdad del sistema que Lenin impulsó desde sus inicios. Lo que corresponde, en estricto rigor, es clasificar al comunismo como un sistema totalitario que junto al nazismo se transforman en los ejercicios de ingeniería social más profundos, en cuanto a su alcance, y más degradantes respecto a la condición humana. Dicho lo anterior, cabe preguntarse ¿Qué caracteriza a un sistema totalitario?
Un sistema totalitario es un régimen donde la libertad está severamente restringida y el Estado ejerce todo el poder sin divisiones ni restricciones, interviniendo directamente en la vida de los ciudadanos. En él solo está permitido un partido político, y los medios de comunicación, la cultura, la economía y la educación son fuertemente controlados, no tolerando disensiones.
El sistema se construye para formar una persona nueva en una sociedad perfecta, y en su ejecución asume la inexistencia de la persona como ser individual que posee libre albedrío, de tal manera, el totalitarismo soviético retrotrae a la persona a la época de la esclavitud.
Los órganos represivos internos actúan sobre la esencia del ser humano anulando su libertad, usando métodos directos o indirectos. Estamos en presencia de una máquina que, alimentada por el sentimiento de los miserables y desposeídos del mundo, busca cambiar la naturaleza individual y formar la sociedad perfecta, por lo que no se detendrá ante nada, lo que implicó actuar sin Dios ni ley.
Innumerables ejemplos y testimonios dan cuenta de la inhumanidad del proyecto de los socialismos reales, e históricamente la implosión de 1991 nos reveló que la agobiante presión sobre la condición humana ejercida por décadas sobre sus habitantes terminó por destruir al modelo82.
En esta diferencia esencial, de la naturaleza de ambos regímenes, se encuentra una clave para encontrar el sentido verdadero, real, de la radical contradicción que se genera al final de la Segunda Guerra Mundial. La información de lo que ocurre en el oriente europeo, la magnitud de su tragedia, las capacidades militares soviéticas y su irrefrenable acción expansionista, conocidas por el imperio norteamericano, impulsarán a Washington a buscar una estabilización de los dominios territoriales e ideológicos (esto último jamás logrado), y ello coincidirá con el afán permanente que existía en el conjunto de las naciones americanas, de concretar la deseada unidad política que garantizará seguridad y cooperación para el desarrollo.
Teniendo a la vista la utilización del poder que realizan las dos superpotencias, pensamos que deja en evidencia las profundas diferencias cualitativas que surgen del análisis sobre sus comportamientos a lo largo del siglo.
Los antecedentes conocidos, indican que se hace una equivalencia y una comparación parcial e inexacta sobre lo que en la llamada guerra fría representan Estados Unidos y la Unión Soviética. Presentar el conflicto entre el “imperialismo norteamericano versus el imperialismo soviético” no se corresponde plenamente con la realidad, y no deja de llamar la atención que luego de 1991, con la caída y desaparición de la Unión Soviética, tal interpretación subsista a pesar de la evidente distorsión que contiene.
Estados Unidos tiene responsabilidades, por acción u omisión, en diferentes procesos, y así podríamos culparlo por la explotación de las economías de las naciones de la región, la intervención directa o indirecta en los gobiernos, la violación de los sistemas judiciales nacionales con acciones represivas, y sin duda, la permanente presión sobre las elites americanas, muchas veces corrompiéndolas, para que actúen según sus deseos. La diplomacia del “gran garrote o del dólar” ha actuado según las circunstancias o actores, y la realidad trágica de esta relación fue bien reflejada en la lastimera frase de un político mexicano que podríamos hacer extensiva a todos los países de la región: “México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
Sin embargo, lo que representa el Leviatán soviético en su mesianismo redentor, expresado en la construcción de un hombre nuevo en una sociedad perfecta, es una experiencia que desde 1917 ha dejado una huella indeleble en la humanidad del siglo XX, y corresponde definitivamente a otra escala o dimensión de la ingeniería social.
Su estructura teórica se asumió