La inquisición española. Miguel Jiménez Monteserín

La inquisición española - Miguel Jiménez Monteserín


Скачать книгу
diría la intuición genial– de Fernando el Católico fue la de utilizar la religión para enmascarar unas intenciones o estrategias que se pueden cualificar de preabsolutistas.

      Se trata entonces de enfocar los tribunales de la fe, ya no desde un punto de vista canónico sino político o más bien político-religioso. La Inquisición justifica su derecho a perseguir penalmente e incluso eliminar físicamente a los disidentes alegando la necesidad de preservar la pureza de la fe, pureza que se corresponde con la de la raza a partir del momento en que se identifica a los nuevos convertidos con los herejes. Esta superioridad racial –y por tanto religiosa– arraiga en un relato nacional de contornos claramente definidos: la historia de la Reconquista, expansión territorial a la vez que impulso espiritual, exaltación de la fe. Los herejes judeoconversos o moriscos son los enemigos de España y el Santo Oficio es ese baluarte de la fe que permite evitar el contagio destructor a partir del momento que se evidencia su rechazo de cualquier forma de asimilación. La argumentación elaborada por los defensores de este punto de vista reposa sobre tres pilares: la seguridad, el control ideológico –y social– y la cuestión de la identidad.

      La seguridad.

      Conocida es la teoría de Hobbes: la legitimidad del príncipe estriba en un contrato mediante el cual los poderes se transfieren al soberano porque éste garantiza el fin de la guerra de todos contra todos, porque hace que cese el miedo. En el llamado Estado de seguridad, ese esquema se invierte: el Estado funda su legitimidad y su función esencial sobre el miedo y por consiguiente debe mantenerlo. El recurso a la seguridad consiste entonces principalmente ya no en prevenir las catástrofes sino en dejarlas advenir con el fin de poder luego gobernarlas y orientarlas en la dirección más provechosa políticamente hablando. Así, la Inquisición genera el peligro herético de los nuevos convertidos para hacer reinar el miedo e intentar instaurar una nueva relación con los súbditos basada en un control generalizado y sin límites. Ello implica la progresiva despolitización de los ciudadanos que pasan a ser sujetos pacientes y acríticos.

      Las fórmulas como «que con esta gente (los herejes judeoconversos) nadie está seguro» o «con gente tan infiel y revoltosa no se puede estar seguro» y otras semejantes, empleadas corrientemente por los inquisidores y hasta por el propio emperador Carlos V, hablan claramente de la instrumentalización de la herejía, cuyos estragos la Inquisición ponía de manifiesto cada día. Pero queda por determinar según qué mecanismos de persuasión y de difusión, a partir de qué estrategias conjuntas de las élites de poder, se logró acreditar en el tiempo la traición de los herejes, su doblez, su peligrosidad y su carácter eminentemente subversivo por naturaleza, para lograr que la evidencia de la disidencia religiosa –dada a ver, no real– generara ese sentimiento de inseguridad políticamente provechoso.

      El control ideológico y social.

      Este aspecto fundamental de la razón de ser –y sobre todo de durar– de la Inquisición queda ampliamente documentado en el libro de Miguel Jiménez Monteserín. En tanto que parte del dispositivo de cristianización de la población, y luego uno de los instrumentos del disciplinamiento post-tridentino, la Inquisición buscó a través de la imposición del hermetismo ideológico una forma estable de inmovilismo social. Los instrumentos de su pastoral intrusiva, si se me permite la expresión, son conocidos y no vamos a insistir en ellos. Se trata del despliegue de una plantilla de funcionarios o adictos –comisarios y familiares–, de la difusión de una verdadera ética de la delación, de la práctica de las visitas del distrito y, claro está, de los famosos autos de fe cuyo significado el propio Miguel Jiménez Monteserín ha analizado en un fundamental capítulo del tomo II de la Historia de la Inquisición en España y América citada más arriba.

      La cuestión de la identidad.

      A partir de la difusión del prejuicio anticonverso de la «limpieza de sangre», que no es invención de la Inquisición pero que la actividad represiva de los tribunales de la fe iba a incrementar durablemente repercutiendo la memoria de la infamia recaída en las familias condenadas, la temática racial e identitaria, como diríamos hoy, se difundió por doquier hasta constituir, como ha escrito un historiador, una verdadera «obsesión por el blanqueamiento» característica de las mentalidades de la España del Siglo de Oro. De esta omnipresente etnicidad en la reflexión hispana acerca de la identidad o el ser nacional, la Inquisición se nutre para hacer existir una clara línea de demarcación entre un «ellos» y un «nosotros». Utiliza el carácter fuertemente comunitario propio de cualquier religión para designar al Otro –judío, musulmán– como un rival destructor que alega también la defensa de un Dios único, pero falso. Se trata de escenificar un choque entre varios universalismos rivales e incompatibles. Para entender este aspecto esencial, hay que tomar en serio la fuerza de lo religioso en las sociedades antiguas. La Inquisición apunta a suscitar una «efervescencia fundamentalista» vehículo de un mensaje político: los españoles como pueblo elegido. La Inquisición sería entonces la expresión de una fuerza política y espiritual considerable. Los efectos que se esperan de ello son decisivos: la refundación de la sociedad en la verdadera fe y la expansión legitimada por esa certidumbre (mesianismo y conquista espiritual de América).

      Con la Inquisición, la fuerza política propia de lo religioso obra en servicio del soberano, que espera sacar de ello un beneficio político superior identificando su acción con la lucha contra los enemigos de la fe, cuya actuación explica que las cosas no vayan tan bien como se podría esperar. Los enemigos son de dos suertes, los exteriores y lejanos (el Turco, Lutero…) y los que están cerca, los que conviven con nosotros, los interiores, insidiosos, que comparten nuestras alegrías y nuestras penas, que desempeñan las mismas tareas, viven en nuestras ciudades y caminan por nuestro suelo, que están perfectamente individualizados, que son seres concretos, pero que bajo la máscara de cristiano fomentan la perdición de España. La Inquisición ha decretado el estado de guerra contra ese enemigo solapado, oculto, carácter que en ese combate mortal justifica cualquier tipo de acción represiva. Los enemigos han de ser exterminados, las fuerzas del bien, vigilantes e implacables, han de llevar sin tregua una guerra sangrienta contra las fuerzas del mal. La lectura del Anatema que coronaba la promulgación del edicto de fe es expresiva de ese maniqueísmo que constituía uno de los resortes fundamentales de la comunicación inquisitorial.

      No dudo de que esta nueva suma documental que nos ofrece ahora Miguel Jiménez Monteserín constituirá un poderoso incentivo para nuevos jóvenes historiadores deseosos de profundizar en esta problemática política que acabo de esbozar groseramente. Aquí hallarán materia para una amplia reflexión y si quieren más, los archivos esperan.

       Rafael Carrasco

      NOTAS

      1 Joaquín Pérez Villanueva, el coordinador del congreso, deja clara esta perspectiva en la presentación del volumen: «La fecha que ahora se cumple, de los quinientos años de su fundación por los Reyes Católicos, obliga a los historiadores españoles a subrayarla de manera adecuada, a tono con el clima intelectual de nuestra hora, y de acuerdo con los nuevos enfoques metodológicos y actitudes mentales que tema tan esencial nos suscita».

      2 Emil van der Vekene, Bibliotheca Bibliographica Historiae Sanctae Inquisitionis. Bibliographisches Verzeichnis des gedruckten Schrifttums zur Geschichte und Literatur der Inquisition. Vol. 1 - 3. Vaduz, Topos-Verlag, 1982-1992.

      PREÁMBULO

      Este libro se gestó y editó hace ya cuarenta años, en una época de amplias incertidumbres y esperanzas, cuando la Inquisición española dejaba de ser un tema ideológico controvertido para animar la fecunda tarea de un buen número de historiadores jóvenes. En los archivos les aguardaban, casi del todo inéditos, innumerables papeles y no eran muchas las guías que ayudaban a moverse entre ellos. Como principiante comencé yo también a frecuentar los excepcionales fondos inquisitoriales del Archivo Diocesano de Cuenca. Allí, a la vez que aprendía en ellos, pensé en la utilidad de dar a conocer, reunidos, los documentos básicos del quehacer inquisitorial a lo largo del tiempo. Un instrumento de trabajo al que acudir en la <investigación y un material documental desde el que acercarse de primera mano a una institución tan controvertida. No cabe


Скачать книгу