Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX. Gerardo G. Sánchez Ruiz

Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX - Gerardo G. Sánchez Ruiz


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rel="nofollow" href="#ulink_27f2e936-5f85-5636-8edc-a984a726ba2e">* Profesor titular de la Universidad Simón Bolívar, Caracas; titular adjunto de la Universidad Católica de Chile. Miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat de Venezuela.

      INTRODUCCIÓN

       Con sus incesantes y maravillosos progresos, la ciencia ha establecido con toda precisión las leyes de la solidaridad sanitaria; ha hecho saber que las enfermedades infecciosas tienen por agente de transmisión y propagación un elemento específico; ha enseñado que toda insalubridad o local inmundo es como un nido donde prosperan o se multiplican y donde se difunden los contagios específicos de estas enfermedades, y que los vecinos de este foco se hayan amenazados a ser atacados de tal infección, la cual de este modo, de casa en casa, de barrio en barrio, puede invadir una ciudad, luego una provincia, un territorio, por extenso que sea, y alcanzar a las poblaciones vecinas.

      Wenceslao Bernal Mariaca (1904)

      Desde la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX, las principales ciudades de América Latina fueron objeto de una serie de intervenciones por demás significativas, bajo el marco del urbanismo, una nueva disciplina, que como concepto en construcción y con la participación de médicos, ingenieros y arquitectos en sus inicios se le denominó “higienismo”. Esas intervenciones en su medida, carácter y posibilidades, buscaron modificar el estado de cosas que guardaban aquéllas en lo social, higiénico, funcional y estético, para equipararlas con los deseos de progreso de sus sociedades; sin embargo, los deseos hubieron de enfrentar una serie de obstáculos como efecto de las guerras de independencia, los reacomodos de los grupos de poder, la partición de territorios, el atraso en formas productivas, la falta de recursos económicos, la lentitud en la consolidación de instituciones, e incluso, la falta de profesionales para conducir obras y proyectos.

      En la tercera década del siglo XIX, gran parte de los territorios dominados por España y Portugal habían logrado su independencia y, después de cruentas disputas entre los poderes regionales resultado del desmembramiento colonial, lograron delimitar sus territorios convirtiéndolos en países. De manera que esos poderes se dieron a la tarea de organizar sus espacios de dominio política, social y territorialmente, para alcanzar los beneficios por los que habían luchado, de ahí la relevancia adquirida por las ciudades como asientos de poder, o en su caso como espacios clave para el desarrollo de actividades económicas vitales, como lo eran las agropecuarias, las cuales fueron la fuente principal para el acopio de recursos.

      Así, las intervenciones en las urbes surgieron en un primer momento con el fin de sentar bases territoriales de poder y modificar resquicios coloniales que ataban con el pasado, y junto a ello, atender situaciones de insalubridad, hacinamiento, disfuncionalidad, mala imagen, etcétera, que tuvieron lugar al incrementarse actividades, población, y exacerbarse una oleada de cruentas epidemias. Y en segundo lugar, como materialización de los deseos de progreso entre grupos dominante ante una nueva modernidad que se extendía y expresaba en ideas y acciones de mejora de ciudades, más allá del océano Atlántico y al norte del río Bravo; la cual, al concretarse en las urbes, se acompañó de otras cotidianidades y manifestaciones culturales.

      Entonces, para remontar una condición de coloniaje y de redefiniciones sociales era necesario: lograr acuerdos entre los poderes regionales —la mayoría a través de las armas— y establecer condiciones de paz; reconstruir las economías y afianzar mercados para, de esa manera, contar con recursos; acordar límites para constituir nuevas naciones y, por ende, asientos territoriales a los poderes —no siempre estables— y, plantearse proyectos políticos y económicos de conjunto en la vía de unificar intereses, lo cual adquirió forma con la creación de Estados nacionales. En ese contexto, la variable territorial y en específico la condición de las ciudades cobró amplia relevancia, pues los Estados y las élites que los dominaban, tenían que evidenciar ante sus sociedades y frente al exterior, un determinado nivel de progreso, y una manera de hacerlo era mostrar envolventes urbano-arquitectónicas que social, funcional y estéticamente dieran fe del nuevo estatus, por lo que esas élites adoptaron como referente las intervenciones que se sucedían en las metrópolis europeas y estadounidenses.

      No obstante, lograr ese nuevo estado de cosas en las ciudades y en especial en las capitales, significaba renovarlas desde sus cimientos, no se podían erigir nuevos edificios sin los elementos modernos que lo permitieran, por lo que en el ideal de impulsores, esa cuestión tuvo necesariamente que relacionarse con la apropiación de teorías, métodos, tecnologías, formas de organización, etcétera. Y en efecto, pensar en construir viviendas, hospitales o escuelas modernas, demandaba contar con un mínimo de infraestructura para satisfacer los requerimientos de las edificaciones pretendidas, de ahí la generalización de obras que concretaron la introducción de sistemas de drenaje, abastecimiento de agua potable, o de pavimentación, y es que sin esos elementos de infraestructura, la modernidad sólo podía existir en el mundo de los discursos.

      Así, en esa necesidad de intervenir a las atribuladas urbes, fue importante la perspectiva de aquellos profesionales, quienes pese a sus límites o los intereses que pudieron haber tenido en un ambiente liberal, cumplieron con su tiempo al conducirse en procesos de interpretación y transformación, al apropiarse de teorías o construirlas y, sobre todo, ejercer las prácticas. Estos profesionales observaron, reflexionaron, idearon, impulsaron y concretaron sistemas de abastecimiento de agua potable y drenaje, de pavimentación, lugares para la recreación y el ocio; propusieron espacios de habitación, zonas industriales y comerciales, distritos de gobierno, entre otros espacios. Obras que, en su conjunto, se convirtieron en los sustentos de una modernidad que años más años menos y dependiendo del país, se extendió hasta mediados del siglo XX, pese a que ésta se haya desplegado con disfrutes desiguales.

      En este punto había que reflexionar respecto a las periodizaciones en la historia, en tanto comúnmente éstas se muestran muy tajantes cuando se realizan por décadas o por siglos; desde esa perspectiva, las nuevas condiciones de desarrollo de la región posterior a la independencia, objetivamente impactaron en la formación y carácter de las repúblicas y de sus asientos territoriales; entonces, la ruta seguida por América Latina en las primeras décadas del siglo XX, con todos sus logros y fracasos, en lo social y territorial, fue trazada desde el XIX. Y en efecto, gran parte de la modernidad desplegada a lo largo del siglo XX, como ambientes urbano-arquitectónicos aun con sus expresiones y disfrutes desiguales, fue impulsada desde el siglo anterior por los deseos de élites y gobiernos; pero además, por las mentes creativas y brillantes de médicos, ingenieros, arquitectos y juristas quienes edificaron los sustentos materiales.

      Teniendo como marco esas aspiraciones, es claro que las intervenciones realizadas en las ciudades fueron determinadas por, primero, el relativo auge brindado por los cambios en las economías donde pesaron los niveles alcanzados por las exportaciones al aprovecharse los procesos de industrialización en países desarrollados; segundo, los esfuerzos por activar las economías y articular a la región en la nueva vía de acumulación que dominaba a la mayor parte del mundo; tercero, los deseos de incorporarse a lo que se constituían como naciones y en especial a sus capitales, a las notas de modernidad observadas en metrópolis como París, Berlín, Londres o Nueva York, para mostrar avances y justificar los procesos de independencias; cuarto, los intentos por superar las situaciones de hacinamiento e insalubridad, con el fin de evitar, o al menos disminuir, las enfermedades y epidemias que afectaban a todos los grupos sociales; quinto, los esfuerzos de guiar las formas de expansión para adecuarlas al crecimiento y diversificación de actividades económicas y al incremento poblacional que acompañó a los procesos; sexto, la apropiación por parte de médicos, ingenieros, arquitectos y abogados en un inicio, de las experiencias del higienismo, el cual en su evolución y como conjunto de teorías y prácticas avanzadas, se transformó en urbanismo y, séptimo, el acompañamiento o conducción del proceso que hizo el Estado, el cual a su vez, junto al desarrollo de la disciplina varió su carácter liberal a interventor, al asumir obras que por su magnitud y complejidad ya no pudieron realizar entes privados en razón de que ya no les eran redituables.

      De ahí la pretensión de este trabajo de analizar el contexto económico, social y cultural de la época, hacer claras aspiraciones


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