Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX. Gerardo G. Sánchez Ruiz

Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX - Gerardo G. Sánchez Ruiz


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Villar, de los cuales los tres últimos, lamentablemente, se nos han adelantado. Es injusto no mencionar a todas las personas que de una o de otra manera me han ayudado en este camino de hacer investigación, pero a todas: gracias.

      RECOMPOSICIÓN SOCIAL, ECONÓMICA Y TERRITORIAL EN AMÉRICA LATINA

       Al desprenderse la América de la Monarquía Española, se ha encontrado semejante al Imperio Romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces una nación independiente conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado.

      Simón Bolívar (1819)

      La independencia de los países latinoamericanos del dominio principalmente de España y Portugal, fue alcanzada a fuerza de empuje y como resultado del actuar de grupos criollos; quienes, ante la debilidad de las metrópolis dominantes, vieron la posibilidad de desarrollarse social y económicamente sin su tutela; había que evitar la expoliación de recursos de América Latina por parte de las metrópolis, e intentar desarrollos independientes disfrutando lo producido. De manera que, entre aspiraciones de libertad y progreso entre grupos sociales emergentes y, con la masiva participación de grupos populares, se fueron logrando las independencias dando paso a la constitución de nuevos poderes y Estados, los que a su vez se dieron a la tarea de organizar nuevas sociedades, sus economías y, por lo tanto, a sus bases territoriales sin importar que fueran rurales o urbanas.

      Conviene recordar que la composición administrativa de la América española consistía, en esencia, en cuatro virreinatos y cuatro capitanías generales, los primeros: el virreinato de Nueva España, que ocupaba América Central, las Antillas, el centro y sur de lo que hoy es Estados Unidos y Filipinas, con la Ciudad de México como su capital; el virreinato de Nueva Granada, que cubrió Ecuador, Colombia, Panamá, Venezuela, y Bogotá como su capital; el virreinato del Perú que abarcó Perú, parte de Ecuador, Bolivia, Colombia, partes de Argentina y Chile, con su capital en Lima, y el virreinato del Río de la Plata que abarcó regiones de Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay, algo de Brasil y del norte de Chile, y como su capital la ciudad de Buenos Aires. Las capitanías eran la capitanía general de Guatemala, dependiente de Nueva España; la capitanía general de Venezuela, dependiente de Nueva Granada; la capitanía general de Chile, que dependía del virreinato del Perú, y la capitanía general de La Habana. La América portuguesa era, en esencia, lo que en el presente es Brasil (Lozano, 2011), por supuesto lindando sobre todo con las colonias inglesas (véase la imagen 1).

      En ese contexto, la independencia de América Latina se dio en una condi-ción donde la mayor poseedora de territorio era España, la cual no aprovechó para su desarrollo lo despojado a sus colonias con lo que se fue debilitando; dando lugar al surgimiento de Inglaterra como nueva potencia y la aparición de Estados Unidos como amenaza para la región. Por supuesto esas causales obligaron a que las colonias, al lograr su independencia, iniciaran un azaroso camino entre la debilidad estructural heredada de los españoles y la ambición de los nuevos poderes económicos en el mundo. Parte de esas contradicciones vividas por las colonias ante el dominio ejercido por las metrópolis, y heredadas por las repúblicas, Manuel José Cortés (1861) las observa así:

      Los mismos Conquistadores no podían plantear industrias de primera necesidad, i debían pedir de España, aunque ella no los produjese, los efectos i géneros más indispensables. Las aduanas, los estancos, las alcabalas, los tributos, el monopolio de los metales preciosos, los derechos de braceaje y los comisos, formaban las rentas reales. Jamás pudo comprender el gabinete de Madrid que la libertad de la industria y el cultivo de las tierras cuadruplicarían sus rentas i la riqueza pública; i está la razón porque abandonó nuestro feracísimo Oriente al Brasil i desatendió la navegación del Paraguay practicada a mediados del siglo XVI, i que sirvió de vía de comunicación por algún tiempo entre Charcas, el Paraguay i Buenos-Aires (1861:275).

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      Entonces, una primera situación que se vivió al concluir las guerras de independencia, fue el desmembramiento de los territorios ocupados por los virreinatos y las capitanías generales, lo cual ocurrió en situaciones por demás cruentas, debido al actuar de intereses y poderes regionales que resultaron de aquél, por sus deseos de imponer sus proyectos en cada uno de los territorios en que actuaban e iban delimitando; de ahí la aparición de una serie de caudillos enarbolando sus ideas en la vía de instituir nuevas formas de gobierno a todo lo largo de la región.

      Las delimitaciones, particiones y anexiones, fue una consecuencia lógica del proceso, en la búsqueda del poder iba implícita su territorialización y es que con visiones tradicionales o avanzadas, el enseñoramiento de un grupo siempre fue acompañado de la delimitación de un espacio, de ahí las continuas luchas por ciudades y provincias, y las pretensiones de instaurar y consolidar gobiernos. Por supuesto, el afianzamiento de regiones se sujetó al mundo de ideas de los grupos dominantes, donde privaban desde las que clamaban el regreso a formas de gobierno coloniales, pero sin la tutela de las metrópolis, hasta las que aspiraban a integrar amplios y poderosos territorios. Mejía Pavony (2013), así observa ese proceso.

      La unidad de los territorios se convirtió en una suerte de sueño épico para los ideólogos que enfrentaron la construcción de los Estados nacionales en la América que había sido española. La transformación de dichas ideas en proyectos políticos realizables fue ardua, pues su punto de partida no fue la lucha contra España, enfrentamiento que se dirimió finalmente en los campos de batalla, sino el laborioso proceso de hacer que los espacios del dominio local, esto es, las ciudades y sus provincias, se avinieran a formar parte de unidades mayores. Infortunadamente aunque ya se había vuelto costumbre debatir en los nuevos espacios públicos, los de la opinión, las diferencias se zanjaron —como ocurrió contra el imperio español— en los campos de batalla (Mejía, 2013:s/p).

      A ese proceso de delimitación de territorios y su conversión en países, se agregó la mutilación de países ya constituidos al suscitarse las guerras entre éstos; tales como el conflicto entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el imperio del Brasil (1816-1827), con lo que se constituye Uruguay en territorios del segundo; las dos guerras del Pacífico o la Guerra del Guano y Salitre libradas por Chile contra Bolivia y Perú (1879-1883) (véase la imagen 2), donde los dos últimos pierden territorios y Bolivia su salida al mar; la Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay (1865-1870), donde Brasil, Uruguay y Argentina se enfrentan a Paraguay; etcétera. Asimismo, en ese momento estaban presentes y eran decisivas las actitudes imperialistas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y aquí debe resaltarse la invasión estadounidense a México (1846-1848), en la que éste pierde más de la mitad de su territorio.

      De manera que la región, posterior a obtener la independencia, pasó por una redefinición de las porciones territoriales por parte de quienes concretaron la liberación, y es que ya fuera a través de comicios o al encabezar asonadas, hubo encaramamientos al poder, y ese ambiente se extendió hasta el siglo XX si se considera como un aspecto importante la separación panameña de Colombia, en 1903; acción que cabe señalar, fue inducida para convertir a Panamá en un enclave estadounidense de carácter estratégico al construirse el canal que unió a los océanos Atlántico con el Pacifico, y crearse una zona para administrar ese paso con el apoyo de una base militar (véase la imagen 3). Bulmer-Thomas describe aquel proceso del siguiente modo:

      Los disturbios políticos no terminaron con la independencia. Antes bien, las fronteras nacionales heredadas de España y Portugal


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