El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
«Metrópolis y hombres de negocios», en Las sociedades urbanas en la España Medieval, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2003, pp. 277-310.
9. «Nápoles en el mercado mediterráneo de la Corona de Aragón», en El reino de Nápoles y la monarquía de España entre agregación y conquista (1485-1535), Madrid-Roma, Academia de España, 2004, pp. 265-289.
10. «La economía de la Corona de Aragón a finales de la Edad Media», en Los Reyes Católicos y la monarquía de España, Madrid, 2004, pp. 125-136.
11. «En el Mediterráneo occidental peninsular», en Áreas. Revista de ciencias sociales, Murcia, 1986, pp. 64-77.
12. «Corporaciones de oficio, acción política y sociedad civil en Valencia», en Cofradías, gremios y solidaridades en la Europa medieval, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1993, pp. 253-284.
13. «Consecuencias económicas y demográficas de las epidemias del siglo XV», en A. Leone y G. Sangermano (eds.), Le epidemie nei secoli XIV-XVII, Salerno, 2006, pp. 159-188.
14. «El siglo de oro del comercio valenciano», en I. Aguilar (coord.), El comercio y el Mediterráneo. Valencia y la cultura del mar, Valencia, Generalitat Valenciana, 2006, pp. 111-133.
15. «El comercio en el Mediterráneo entre 1490 y 1530», en E. Belenguer (coord.), De la unión de las Coronas al imperio de Carlos V, Madrid, 2001, I, pp. 85-116.
I.
HISTORIOGRAFÍA, METODOLOGÍA Y FUENTES
1. DEFINIR Y MEDIR EL CRECIMIENTO ECONÓMICO MEDIEVAL
Creo ser objetivo si afirmo que resulta demasiado optimista y ambicioso proponer el desarrollo de un argumento tan complejo como este. En el estudio de las economías preindustriales, definir y medir un proceso de media o larga duración nunca es fácil, y mucho menos el crecimiento económico medieval. Guiado más por la voluntad que por las posibilidades racionales, he adoptado un enfoque interpretativo que, sin olvidar las aportaciones de las diversas historiografías, esté más atento a los problemas de método, de causalidad, de léxico y de teoría económica que a la simple descripción de los fenómenos particulares. Lo que pretendo es ofrecer una perspectiva general de lo que considero nuevas orientaciones en el análisis del crecimiento económico medieval y de la primera edad moderna, un intento de síntesis de los aspectos más actuales y novedosos de la práctica histórica, con atención tanto a los elementos estructurales como a los movimientos y temporalidades propias de cada realidad de la economía medieval. La perspectiva es fundamentalmente anglosajona pero la argumentación es general para muchos historiadores de la época preindustrial y refleja ya desarrollos comunes de la historiografía europea.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, la economía y la sociedad preindustrial han sido observadas y analizadas bajo el prisma de la longue durée braudeliana, un término acuñado en los años cincuenta, que sintetizaba una visión particular de la historia y de la economía precapitalista «casi inmóvil, lenta a transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados».1 El concepto, elevado a categoría de paradigma y escala de análisis por varias generaciones de historiadores del momento y posteriores (entre otros muchos, Michael Postan, Wilhelm Abel, Ernest Labrousse y en cierto sentido Emmanuel Le Roy Ladurie y hasta el propio Jacques Le Goff), nacía en un contexto de crisis de las relaciones entre la historia y las ciencias sociales y trataba de defender, frente al estructuralismo y la antropología, la función articuladora de la historia y, frente al marxismo, la historicidad esencial de los hechos sociales. Se trataba también de una definición en negativo (la no industrialización) y de una visión que subrayaba una cierta estaticidad de las estructuras económicas y destacados elementos de homogeneidad y de continuidad de estas estructuras en Europa desde la Edad Media hasta el inicio de la industrialización moderna.
En el curso de los últimos años, y en una situación de «crisis de la historia» muy similar a la de los años cincuenta del siglo pasado, una nueva concepción más optimista (un enésimo tournant historiográfico) de la longue durée ha reaparecido inesperadamente en el panorama de la investigación histórica tras el olvido de toda una generación de historiadores.2 Las razones y el contexto de este retorno, muy diferentes a las de su primera formulación braudeliana, obedecen a una serie de motivaciones técnicas, instrumentos de investigación y enfoques metodológicos que guían, o deberían guiar, la práctica de una disciplina cada vez más rica y compleja, si queremos recuperar la relevancia social de la profesión que practicamos.3 De este «retorno» conviene destacar tres grandes innovaciones metodológicas:
En primer lugar, se mantiene la atención a los marcos temporales largos que reafirman el carácter estructuralmente unitario de una fase histórica plurisecular que va del año 1200 al 1800, pero se tiende a destacar los aspectos económicamente más dinámicos del período y una flexibilidad de factores culturales, institucionales, normativos o el carácter contingente del mercado que el anterior modelo no tenía. La imagen que emerge ahora es una concepción positiva de transformación y evolución de complejos procesos histórico-económicos de las sociedades preindustriales, que las describen, en su conjunto, como un período de desarrollo económico cíclico o, al menos, que permiten la identificación de factores y reconversiones de crecimiento.4 Al mismo tiempo, se tiende a superar la tradicional separación entre Edad Media y Moderna, a unificar el análisis en un único período y a salir de los límites de las historias nacionales para estudiar la formación de conjuntos más amplios con temporalidades seculares e incluso milenarias.5 Es evidente que la escala supranacional requiere la utilización del método comparativo basado en una confrontación sistemática entre regiones, países y sistemas económicos nacionales, lo que obliga a formalizar claramente los presupuestos teóricos y analíticos que conforman la investigación.
En segundo lugar, la nueva longue durée se caracteriza también por la recuperación de la economía (o de lo económico) en la historia –aspecto que ha sido olvidado durante mucho tiempo debido a las mutaciones de las ciencias sociales– y por la convicción de que toda investigación de naturaleza histórico-económica debe mantener un estrecho diálogo interdisciplinar y hacer un uso preciso de las metodologías, conceptos y categorías de análisis propios de la teoría económica moderna. Otra cosa es que, para ello, y con un cierto retraso respecto a la aplicación de algunos temas de la sociología y de la antropología cultural en la historia económica preindustrial, se hayan tomado en préstamo de otras ciencias sociales modelos indiscriminados: la teoría de los juegos (game theory), la teoría de la opción racional (rational choice theory), el conocido «dilema del prisionero» o modelos matemáticos que, con frecuencia, y a pesar de usar técnicas analíticas muy refinadas, producen resultados de absoluta banalidad y reducen la capacidad explicativa a lo individual o a lo simple en detrimento de lo colectivo y de lo complejo. Mayor capacidad explicativa proporcionan, sin embargo, otros métodos y modelos, como la aplicación de la «teoría de la regulación», que centra su interés en las negociaciones, consensos e intermediaciones que rigen el mundo económico; la teoría de redes; la economía del conocimiento (la teoría de los sistemas de conocimiento); la historia del consumo o los estudios de género. En muchos de estos cambios ocurridos en el ámbito de la historia económica no son ajenas interpretaciones marxistas (un marxismo analítico de matriz anglófona que recupera el enfoque, perdido en los grandes debates marxistas del siglo pasado, del desarrollo tendencial de las fuerzas productivas y de los factores de producción)6 ni una perspectiva que propone la reconstrucción de las dinámicas de crecimiento a través