El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
XV y una nueva fase de inflación hasta 1600 seguida de estabilidad o descenso hasta mediados del siglo XVIII.46 Teniendo en cuenta que los cambios en el consumo de productos de primera necesidad fueron relativamente modestos, el crecimiento cuantitativo de bienes agrícolas por habitante, por tanto, fue la única forma que pudo motivar a los productores a la acumulación y a destinar cuotas cada vez más importantes de ahorro y de bienes capitales hacia la inversión o hacia una futura comercialización.
Las conclusiones de estos cálculos para la época medieval son sorprendentes: la mayor parte del crecimiento económico premoderno, hasta 1800, es anterior a 1450, con economías prósperas especialmente en los países mediterráneos (Italia y España). Desde mediados del siglo XV, la economía europea, con algunas excepciones como Inglaterra y Países Bajos, que comienzan a experimentar los procesos más intensos de crecimiento económico y de comercialización, se estanca durante 350 años, con práctica estabilización del PIB por habitante entre 1450 y 1800, el output de la fuerza de trabajo disminuye y los salarios reales se estabilizan en Italia y España. El crecimiento anterior a 1450 parece responder a dos motivos y dos etapas: en la primera, entre 1180 y 1330, la revolución comercial y urbana se caracterizó tanto por la expansión de la población como del PIB por habitante; en la segunda fase (1348-1450), el PIB per capita mejora, pero la población experimenta un descenso impresionante como también el volumen total de la producción aunque en menor medida que la población. El fuerte aumento de los salarios reales, gran indicador de las macromagnitudes de la estructura económica y espejo de los flujos de los ingresos familiares, favoreció el aumento de los niveles del rédito global entre 1350 y 1450, una mejora de la capacidad de consumo de bienes no necesarios para la subsistencia –teniendo en cuenta que la composición de los gastos ordinarios no cambió mucho– y una reducción de la participación de la agricultura en el empleo: 70% en 1450 con tendencia a disminuir en toda Europa.47
Parecidos criterios de cuantificación y resultados similares a los que obtienen Paolo Malanima y Robert Allen son los que proponen Carlos Álvarez-Nogal y Leandro Prados para el caso español, aunque con interpretaciones más discutibles al basarse en apreciaciones cualitativas más que en datos cuantitativos de salarios, consumo, rentas familiares, niveles de producción (agraria e industrial) o tasas de urbanización.48 La aplicación del método y de las categorías macroeconómicas de contabilidad, que es casi una moda de imitación para muchos historiadores de la economía, sirve a estos dos autores para proponer como hipótesis un crecimiento de la economía española y del rédito por habitante hasta 1340, que, tras una breve interrupción en la segunda mitad del siglo XIV, se mantendría hasta finales del XVI, momento en el que, aunque creció y alcanzó el nivel de ingresos per capita anterior a 1350, se estanca en un nivel bajo, que no aumentaría significativamente hasta 1820. El comportamiento de los factores y la dinámica económica a largo plazo es muy similar, por tanto, al modelo de Campbell-Allen-Malanima, pero habría que considerar las características regionales en lo que concierne a los circuitos del rédito, la utilización de los factores productivos, la difusión del crédito o el movimiento de los salarios reales, variables muy distintas según regiones y que tuvieron una importancia decisiva en el resultado final.
A largo plazo, las comparaciones entre los distintos países pueden resultar equívocas. Parece que la catástrofe de 1348 condujese a Europa, especialmente el sur europeo que era la zona que más había crecido durante los tres siglos anteriores, hacia una «trampa de equilibrio de alto nivel» que permanece hasta 1800,49 pero la «trampa» es difícil pensar que representara una crisis económica general. Según los cálculos de Malanima, la Italia centro-septentrional, aunque había reducido el PIB por habitante un 3,4% y el producto agrario global un 8% entre 1310-1340, presentaba los niveles más elevados de PIB por habitante durante la baja Edad Media: es posible que su nivel de renta se doblara entre el 1000 y el 1400 y que el PIB por habitante a inicios de 1300 (o circa 1420) fuera casi tan elevado como el de Inglaterra en 1800.50 Por su parte, Robert Allen, combinando las estimaciones del empleo con las fluctuaciones de la productividad del trabajo, ha calificado a Italia y España como las economías más prósperas, con un grado de urbanización y salarios reales más altos hasta 1500.51 Solo después de esta fecha la situación se habría invertido y, como señala Van Zanden siguiendo los conocidos esquemas de Kenneth Pomeranz, se habría producido una «pequeña divergencia» a favor de los países que bordean el Mar del Norte, que desarrollaron una economía más próspera y dinámica que los países meridionales del continente, gracias esencialmente a los cambios institucionales inducidos por el papel destacado de los parlamentos y por una mejor formación del capital humano.52
Los mismos argumentos (evolución de los salarios reales, volumen del producto agrícola, comportamiento de los precios y distribución de la población rural o urbana) han servido a los historiadores de la economía para introducir un nuevo, y particularmente interesante, indicador posible de los múltiples factores que acompañan el crecimiento cuantitativo, o la recesión, como son el movimiento y las tasas de urbanización de las diversas sociedades europeas desde el año 1000 en adelante. Respecto a la medición del crecimiento, el interés inmediato es diferenciar entre la cuota de personas dedicadas a actividades industriales o comerciales y aquellas empleadas en la agricultura dividiendo las estructuras ocupacionales de población en tres categorías: urbana, agrícola y rural no agrícola.53 Las informaciones indirectas sugieren un modesto aumento de la tasa de urbanización a partir del siglo X y conocemos bien que los niveles más altos se registran en torno a 1300, especialmente en el sur (Italia y España), seguido de un declive en el siglo XIV y de un progreso lento, estabilización más que aumento excluyendo Inglaterra, en el largo período de 1600 a 1800.54
El más complejo y fluctuante es el período 1300-1600. Paolo Malanima, revisando las series y datos de Bairoch y De Vries, muy optimistas y positivos para el siglo XIV, ofrece los siguientes resultados:55 la urbanización europea en su conjunto y el porcentaje de población urbana revelan un declive entre 1300 y 1400, especialmente sensible en Italia y España donde las epidemias golpean sobre todo las grandes ciudades densamente pobladas, seguido de un crecimiento considerable en los siglos XV y XVI. Para comprender mejor esta situación, sería conveniente separar el desarrollo urbano en sus componentes básicos e implícitos en los procesos de crecimiento o de recesión: el aumento interno de la población en los centros ya existentes en 1300, la amplitud de las redes urbanas y el aumento del número de ciudades, especialmente aquellas de tamaño medio. Stephan Epstein realizó hace algunos años un replanteamiento de la dinámica de urbanización y de las jerarquías urbanas en Italia entre finales del siglo XIV y principios del XVI.56 Constatando, como hace Malanima, un descenso neto de la urbanización para este período, Epstein argumenta que las jerarquías urbanas se hicieron más pronunciadas y polarizadas y que, si bien el número de grandes ciudades en el año 1500 era inferior al del año 1300, aumentó el de ciudades medias entre 5.000 y 10.000 habitantes. Para ambos autores, las conclusiones son concordantes: el mantenimiento o leve recuperación de las tasas de urbanización a finales del siglo XV es más fruto de la variación del número de ciudades grandes, y aumento de las menores, que del crecimiento de los centros urbanos ya existentes antes de la crisis.
Las tasas de urbanización y la estructura ocupacional de la población son indicadores representativos de muchos factores señalados en la definición del crecimiento o de la