El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
«capacidad» para establecer y proteger los derechos de propiedad: sin derechos de propiedad bien definidos faltarían los incentivos reales para la producción, el intercambio y la innovación.31 Es posible que en este punto se hayan exagerado las consecuencias de las estructuras jurídicas y legales europeas sobre la economía y que se magnifique la confrontación explicativa entre los dos modelos de crecimiento económico (inglés y francés) de la época premoderna. Stephan Epstein ha demostrado que la seguridad de los derechos de propiedad era sustancialmente uniforme en toda Europa pese a sus diversos regímenes constitucionales (città-stato, monarquía territorial fragmentada, regímenes absolutistas o republicanos y parlamentarios), que la teoría que hace depender los incentivos económicos positivos de la libertad política y del sistema parlamentario es probablemente incorrecta y que la fuente más importante de la ineficacia institucional premoderna era la parcelación prácticamente universal de la soberanía.32 Estudios recientes de especialistas como Bruce Campbell, Robert Allen, George Grantham o Philip Hoffman no solo confirman que los derechos de propiedad no eran fundamentales para el desarrollo agrícola sino que descartan también la contraposición de los dos modelos de crecimiento, Inglaterra frente a Francia, cuando en ambos existían por igual propietarios urbanos o campesinos propietarios innovadores y conservadores.33 Parece más bien que los niveles más altos de innovación, de inversión y de intercambios comerciales eran consecuencia de la reducción creciente de los costes de transacción y de los riesgos que determinaban los costes de oportunidad y la «utilidad» de la inversión y de la especialización productiva.
Por otro lado, este enfoque, además de considerar el Estado y la soberanía indivisa como precondición indispensable de la integración de los mercados y del crecimiento, interpreta la sucesión de los diversos tipos de ordenamiento institucional (città-stato, federación urbana, monarquía absoluta o compuesta...) como sistemas complejos de coordinación territorial sin subscribir ninguna opción teleológica como forma «óptima» de organización política. Basta con pensar en los problemas que encuentra la «globalización» (la Global History) aplicada a la época premoderna, en la «divergencia» (pequeña, media o grande) entre países o sistemas económicos europeos, en las emergencias o desapariciones de liderazgos urbanos en el Mediterráneo occidental, en el cambio de escalas historiográficas que representan las denominadas «historias conectadas»34 o en la sucesión de regiones económicas «guía» de la historia europea entre 1200 y 1800, con diversos equilibrios económicos más o menos «eficientes» respecto al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, o en el porqué ciertas regiones no se han desarrollado como las otras. Un análisis convincente de lo que significa «desarrollo» entre los siglos XIII-XV y de los mecanismos que han puesto en vigor el «crecimiento» en Europa a finales de la Edad Media obliga a pensar y medir el proceso de una manera diferente. Confrontar espacios geográficos más amplios y una mayor escala historiográfica obliga a una «globalización» de los objetos de estudio que integre los niveles macro y microeconómicos con nuevas cuestiones y otros modos de interpretación.
MEDIR Y CUANTIFICAR
La pasión por medir no es propia de los hombres del Medioevo pero comienza a ser una práctica habitual de los historiadores medievalistas.35 Cuando se trata de cuantificar los factores de crecimiento, o declive, de la economía premoderna o contemporánea, la pasión por utilizar sofisticadas técnicas matemáticas puede convertirse en obsesión y en afirmación de una especie de imperialismo metodológico de la nueva historia económica.36 Por el contrario, no son pocos los medievalistas que, como John Hatcher y Mark Bailey, cuando analizan la historia económica de la Inglaterra medieval, privilegian el trabajo descriptivo más que la formulación de hipótesis interpretativas basadas en la evidencia ambigua de las cifras y de las series estadísticas, o sostienen abiertamente que el enfoque empírico y cuantitativo está condenado al fracaso.37 A pesar de estas reticencias, medir y cuantificar el crecimiento de las economías preindustriales es quizá el campo donde se han registrado más progresos en los últimos años. Una larga serie de historiadores de la economía (Herman van der Wee, Paolo Malanima, Bruce Campbell, Bas van Bavel, Robert Allen, Philip Hofman, Jan Luiten van Zanden y otros muchos) han comenzado a plantearse el problema de las dimensiones y de los métodos de cuantificación del crecimiento económico y de sus transformaciones estructurales mediante la difícil tarea de calcular la renta nacional, o al menos el PIB (producto interior bruto) por habitante, de las economías preindustriales durante un período largo que va del 1000-1200 al 1800. Con este propósito, Bruce Campbell, Jan L. van Zanden y Robert Allen han elaborado un método que utiliza la evolución de los salarios reales para cuantificar el PIB de algunos países europeos,38 combinando este factor –como también hace Paolo Malanima para el caso del desarrollo económico italiano–39 con otros indicadores de la vida económica, como el movimiento de los precios, las estimaciones sobre la estructura de la población activa y del empleo, las tasas de urbanización, el volumen de la producción agraria y el producto total y combinando estas estimaciones con hipótesis más o menos verificadas de la productividad sectorial.
Aplicado el modelo al período medieval desde 1300 en adelante40 e incorporando, para la etapa anterior, las estimaciones del PIB por habitante de Bruce Campbell para el caso inglés entre 1086 y 1300, con incrementos entre el 10 y el 20% en dicho período,41 Van Zanden realiza una serie de «adivinoestimaciones» (la expresión es suya) para la Europa del año 1000 con estos resultados: en esta fecha, el porcentaje de la fuerza de trabajo dedicada a la agricultura representaba entre el 85-95% del total –con tendencia a bajar hasta el 70% en 1300–, los salarios reales no eran muy distintos –entre el 25% por encima y el 25% por debajo– a los de principios del siglo XIV, y el PIB por habitante en Europa rondaba el 40% del nivel inglés de 1800.42 Paolo Malanima obtiene resultados aún más sorprendentes para el centro y norte de Italia: en estas regiones, el PIB por habitante aumentó un 61% y su población casi se triplicó durante el período 1000-1300.43 Muy significativos resultan los cálculos sobre el crecimiento de la producción agrícola (obtenido a través del consumo de alimentos per capita) y de la productividad del trabajo agrícola (resultado de la división del índice de producción agraria por el número de población agrícola). Las series de Italia y de Inglaterra, que comienzan en 1300, muestran que la producción global italiana cayó un 40% entre 1300 y 1400, mientras que la inglesa disminuyó un 44%, datos que se invierten si los convertimos en producción per capita (agricultural product per caput) que aumentó un 12% en Inglaterra y un 16% en Italia.44 Crecimiento por habitante que se explica por un aumento de la productividad de la tierra –en función principalmente de las cantidades relativas del factor trabajo– y por las pequeñas inversiones técnicas en los sistemas de cultivo y en la ganadería.45
Estos aumentos están en consonancia con el movimiento de los precios en la baja Edad Media y principios de la Moderna, que, dependiendo de su expresión en moneda metálica poco elástica y de los cambios demográficos, presentan un carácter estacionario o variaciones muy modestas antes de 1800. Las series de precios relativas a Italia