El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
de la economía moderna y, por tanto, no podían ser analizadas con los instrumentos de los economistas modernos.
Desde hace algunas décadas, esta idea tradicional está en fuerte crisis teórica y metodológica y la interpretación del sistema económico europeo está cambiando. Análisis micro y macroeconómicos muy detallados y metodologías más refinadas han puesto en duda el modelo y han permitido la identificación de factores y procesos de crecimiento respecto a la productividad de la tierra y del trabajo y a otros muchos aspectos de la vida económica preindustrial, especialmente los sectores guía de la especialización productiva, los niveles de consumo e inversión o la eficacia institucional de los estados nacientes en los procesos de integración de los intercambios y del mercado. Un «retorno» positivo de los estudios de historia económica se está reorientando, de manera creciente, al análisis del funcionamiento específico de los distintos sistemas sociales e institucionales y al modo en que estos influencian las decisiones personales de los agentes económicos.18 El redescubrimiento de las instituciones y del mercado y la aplicación de la economía política al análisis histórico-económico es el campo donde actualmente se están produciendo algunos de los avances más importantes. Se trata de un enfoque que no aísla el mercado como algo distinto de lo político sino que lo considera como integración de formas institucionales, de estructuras de poder, de «economía moral» y de organización de las transacciones. Al mismo tiempo está emergiendo una teoría de los poderes (estatales, señoriales, eclesiásticos, de mercado) como instrumentos de coerción económica, pero también de emancipación de los individuos, basada en el análisis de los procesos histórico-económicos de larga duración.19 De todo ello se ha derivado la necesidad de separar el estudio de los mercados y el estudio de la idea general de los principios «del mercado» y, al mismo tiempo, cuestionar la aplicación mecanicista de los postulados neoclásicos a las realidades de la economía premoderna.20
El análisis de los mecanismos internos del funcionamiento del mercado mediante instrumentos estadísticos y la valoración de la importancia que tuvo en las economías del pasado supone una reorientación importante en la metodología y en la investigación histórica de los últimos años, centrada en estudiar, por primera vez y de forma sistemática, la formación y el uso institucional de los mercados y los consecuentes procesos de comercialización. En todas partes se va descubriendo que estos campesinos medievales «autárquicos» producían en realidad, y de modo habitual, para el mercado, intercambiaban y acumulaban. Aunque no todo estaba organizado sobre bases competitivas, eran capaces de hacerse una idea del cálculo del valor de la producción y trataban de proteger y de estabilizar el sistema del rédito familiar ligado a la comercialización de las cosechas a través del precio de mercado.21 En vez de contraponer economías sin mercado y economías de mercado, la interpretación generalizada actualmente es que, tanto en el pasado como en épocas más cercanas, el mercado y los intercambios experimentan progresos y recesiones parecidas y que sus fluctuaciones responden a motivaciones más complejas de tipo social, cultural y político. Probablemente ha sido Stephan Epstein el autor que más ha insistido sobre el papel de las estructuras institucionales para generar incentivos de participación de los individuos en el mercado,22 superando tanto la interpretación clásica de Pirenne como la más reciente teoría anglosajona de la «comercialización» de la economía medieval que tanta difusión ha tenido en nuestra historiografía actual y que Epstein critica, correctamente, por tautológica.23
Estas tesis, recogidas más adelante en la propuesta comparativa sobre las instituciones del comercio medieval por Avner Greif,24 manifiestan el fuerte impacto del cuestionario neoinstitucionalista y de sus derivados entre los historiadores de la economía premoderna. Cuando vinculamos el desarrollo del mercado a una dinámica que tiene su origen en el plano social y político, entendemos mejor cómo los productores aumentaron efectivamente la cuota comercial de la producción y tendieron a mejorar la especialización productiva, única vía posible para el desarrollo económico preindustrial. No hay que sorprenderse si la multiplicación de los mercados en los siglos de expansión económica medieval comienza a ser vista como un aspecto esencial de la estructura señorial.25 Y no es extraño que el campesino aparezca ahora como representación positiva del sistema económico y tecnológico o que una lectura nueva del señorío lo presente más bien como una estructura proveedora de servicios en beneficio de la comunidad rural, lo que hace del señorío y del consumo familiar campesino habilitado por esta estructura el gozne sobre el que pivota la extraordinaria difusión de los mercados en época medieval.26 Esto favorece la idea de que la relación entre poder señorial y derechos de mercado constituya, al mismo tiempo, un elemento económico fuertemente liberador pero también cargado de consecuencias sociales conflictivas en las que predominan los «enfrentamientos de clase» (los famosos «movimientos antiseñoriales» de la historiografía bipolar tradicional) aunque estos aparecen ahora subordinados a los conflictos individuales o locales y a una «lógica situacional».27
Además de la reafirmación del Estado y del papel de los poderes públicos y de las instituciones en el funcionamiento de los mercados, temas importantes del actual debate historiográfico sobre la definición del crecimiento económico son los relativos al enfoque multidimensional de los comportamientos humanos y a los cambios del pensamiento económico medieval. Ambas perspectivas están construyendo ya un nuevo marco de reflexión sobre las nociones de tiempo y de trabajo, las actividades productivas, las opciones personales y las transacciones de mercado. Sobre las opciones productivas y económicas de un campesino, artesano o mercader, influían factores complejos (institucionales, jurídicos, fiscales, sicológicos, redes familiares o sociales, etc.) conforme a comportamientos y trayectorias regionales distintas en los países europeos.28 En realidad, para poder intercambiar es necesario superar problemas de información y de seguridad en los contratos, considerar el riesgo como factor clave para explicar los procesos decisionales de los agentes económicos, conocer el modo en que los individuos son capaces de crear circuitos de confianza y prácticas de intercambio informal fuera del control de las instituciones públicas y la importancia decisiva de los altos costes de información y de transacción.29
Por otra parte, y para completar la definición de crecimiento y para entender mejor el funcionamiento del mercado y los comportamientos económicos efectivos, una nueva reflexión sobre el pensamiento económico medieval, particularmente la teología económica mendicante, ha introducido la centralidad de las nociones de ética-moralidad, pobreza y desigualdad social, fenómenos que acompañan el crecimiento económico general.30 No es posible definir el desarrollo de la economía medieval y del mercado sin comprender cómo fueron determinados por el sistema social, cultural, teológico y ético. El punto clave es que los mercados de época preindustrial son complejos e imperfectos y que la integración jurisdiccional de los mercados y de los intercambios no es lineal y los beneficios son limitados. Esto implica la necesidad de profundizar en los conceptos de «utilidad» y «capacidad» económica –tan propios del pensamiento económico medieval como ha puesto de relieve tantas veces Giacomo Todeschini– sustrayéndolos a la clásica visión neoliberal que ha impuesto durante años una lectura de la historia económica anacrónicamente funcionalista.
Siempre