Rumbo: maestr@. José Miguel Pareja Salinas
Para llegar a esa motivación transcendente, es importante destacar que la motivación interna y la externa están ligadas a la autoestima y a nuestras expectativas sobre las personas, es decir, a lo que esperamos de ellas. La forma de hablar, el tono de voz, los gestos son trasmisores de información directa al alumno. ¡Cuídalos! Te podría poner muchos ejemplos, pero te contaré aquel día que vino una exalumna de visita al cole y, después de saludarnos, me dijo: «Estoy estudiando magisterio porque, desde que fuiste mi profe, tuve claro que yo quería enseñar lo que no sale en los libros. ¡Cómo tú!». No supe qué contestar..., me quedé sin palabras.
En tu planificación y programación semanal o mensual, deberás reservar espacios y tiempos para poder trabajar este aspecto. Puede ser en la hora de tutoría, o en la asamblea, o en una sesión de matemáticas, o diciéndole a un alumno «Buen trabajo«. Desde un enfoque positivo, hay que crear el momento en que cada persona perciba y sienta que es el centro de atención. Un ejemplo: cada semana, en hora de tutoría, se elige a un alumno para que se coloque en el centro de un círculo y todos escribimos en un trozo de papel algo positivo de esa persona. Uno a uno van saliendo y le van enganchando por todo el cuerpo los mensajes. En una misma sesión pueden salir cuatro o cinco alumnos.
En muchas ocasiones son ellos mismos los que se «cortan las alas» como demuestra un lenguaje autodestructivo con el uso de términos absolutos: «Siempre me sale mal», «Nunca voy a aprobar», «No hago nada bien», «Todo es muy difícil…». Y con estos mensajes que se lanzan contra sí mismos no queda espacio para la mejora, no hay oportunidad ni resquicio para crecer. Para mejorar la autoestima les pediremos que cambien esos mensajes y los transformen en un lenguaje relativo referido al aquí y al ahora: «Esto me ha salido mal ahora, pero ayer lo hice bien, así que voy a repetirlo para practicar y mejorarlo».
Además, y esto es determinante para que se produzca el aprendizaje de tu alumnado, hay que transmitir altas expectativas sobre lo que son capaces de hacer (porque todavía no saben que pueden hacerlo). Y hay que repetirlas de forma automática y sistemática. Cuando les manifestamos nuestra confianza en que van a aprender, en que lo van a conseguir, desaparecen muchos obstáculos. Y eso no lo puede inspirar ningún sistema experto o de inteligencia artificial. Solo las personas somos capaces de producir este efecto en otra persona.
El ser humano aprende partiendo de ensayo y error, pero, si nunca nos arriesgamos y no hacemos que el alumnado salga de su zona de confort, será difícil que se equivoque: y sin equivocación no hay aprendizaje. Cuando alguien no quiere probar a hacer algo, hay que recordar que, de pequeños, éramos mucho más valientes y atrevidos. Sin ser temerarios, hay que hacer y equivocarse... ¿Quién nos ha metido en la cabeza el miedo al error, al fracaso o al ridículo?
La manera en que respondemos al error y al fracaso, y cómo cambia nuestra respuesta con los años y el aprendizaje, forman parte, respectivamente, de nuestra inteligencia emocional y de la educación emocional. La autoestima, por ejemplo, se relaciona directamente con el sentimiento que los alumnos tengan a raíz de sus errores o equivocaciones. Es obligación del docente crear un ambiente de trabajo donde se sientan seguros y libres de cometer errores que puedan después utilizar como trampolines para alcanzar el nuevo aprendizaje.
El objetivo final es alcanzar esa «motivación trascendente». Este concepto lo explica Catherine L’Ecuyer en su libro Educar para la realidad; y lo define así: «Se llama trascendente porque conlleva motivos que van más allá de la persona, como, por ejemplo, los ideales de verdad, bondad y belleza. La persona no actúa solo por un interés interno o personal sino por unos sentimientos ligados a esos aprendizajes o actuaciones».
Un ejemplo puede ser el de cuando un alumno o alumna decide ayudar a otro para realizar una actividad, pues entonces se está olvidando de sí mismo, para dedicarse a otra persona. Lo que lo mueve a esa acción son los sentimientos de solidaridad, bondad, comprensión empatía y ganas de compartir.
Pero volvamos al principio. Vamos a imaginar que lo que proponemos no consigue captar la atención y el interés de alguien. No siente curiosidad y le resulta indiferente, frío… O las recompensas no son tales para ese alguien. Entonces tenemos que hablar de responsabilidad y de autocontrol.
Este capítulo debe acabar hablando de autocontrol. Cuando algo me deja frío y no soy capaz, por mi mismo, de sentir curiosidad o de actuar en un sentido ni en otro, quizá tengo que echar mano de mi responsabilidad. Tengo una obligación que no me atrae nada, pero tengo que cumplirla. Por eso, tenemos que enseñar a nuestro alumnado técnicas y estrategias para ese momento: para cuando no hay motivación y hay que echar mano de la responsabilidad.
Trocear tareas, buscarle la parte divertida, poner un tiempo cada día para abordarlas (como cuando hacemos deporte o practicamos con un instrumento musical); utilizar un reloj (técnica Pomodoro) para hacer algo muy rápido, con intensidad y sin distractores… y después, darse un premio por haber cumplido con la obligación. ¡Felicidades!
No olvides que estar motivado, querer esforzarse al máximo para conseguir una meta, apuntarse en la agenda las tareas a realizar o simplemente querer venir al cole son actuaciones ligadas a sentimientos o emociones que tiene nuestro alumnado, es decir, al sentido que encuentran al realizarlas. Y tú, como figura de referencia, tienes un papel crucial en esto para generar un entorno positivo de trabajo, un buen clima de aula, que favorezca el aprendizaje. Volveremos a hablar de esto en el capítulo 11, dentro de las Soft-Skills.
Todo lo anterior está genial, pero te estarás preguntando: «¿Cómo se consigue?», «¿Qué hago yo estando de prácticas en el cole?».
A continuación, te lanzo algunas ideas para que, con pequeños gestos o acciones, trabajes este aspecto tan importante; no olvides añadir las que se te ocurran a ti, que seguro que tienes y muy buenas:
· Sonríe y saluda siempre que te cruces con un alumno por el pasillo (aunque no sea de tu grupo).
· Escúchalos activamente: sentirán que les importas. Analiza si, al compartir con el alumnado tu tiempo, tambíen se crea un vínculo más cercano.
· Observa si durante la semana se incluyen actividades de cohesión grupal, conocimiento del grupo y de o de autoestima.
· Aprovecha cuando estén trabajando o jugando en el aula para felicitarles por su trabajo, su limpieza, su cuaderno… (motivación externa)
· Crea y busca momentos de expresión oral donde compartan sus emociones y puedan verbalizar si están o no de acuerdo con las acciones de sus compañeros. El patio es el sitio ideal para ello.¡Ah!, te recuerdo que en el tiempo de patio también se trabaja.
· Sé innovador: no hagas siempre lo mismo y de la misma forma. Aunque es necesario que generes rutinas. Busca el equilibrio entre las dos cosas.
· Utiliza bien las nuevas tecnologías en tus clases. No todo vale y no todo motiva.
· Cuando hables de contenidos curriculares utiliza un vocabulario cercano y que genere expectación. Que les suponga una aventura. Ejemplo: sustituye «problema de mates» por «reto matemático», o «deberes» por «entrenamientos».
· Aprovecha sus intereses del momento. Qué juego on line está de moda, qué grupo musical, a qué youtubers siguen... Por ejemplo: actualmente está de moda el juego on line Fornite, que hemos adaptado para convertirlo en un juego de EF y, además, hemos realizado una tertulia tras la lectura de un artículo que habla de ese juego.
· Sé consecuente con tus decisiones: si le dices a una alumna o un alumno que luego vas a hablar con él o ella, ¡hazlo!
· Observa y pregunta a tu tutora o tutor si hay espacios o momentos concretos durante la semana para trabajar la autoestima en el aula.