El bautismo del diablo. Clifford Goldstein

El bautismo del diablo - Clifford Goldstein


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ha sido difícil de quitar. Recién en los últimos treinta años del siglo XX los historiadores de la ciencia lanzaron un ataque sostenido a la tesis, y gradualmente un público más amplio comenzó a reconocer sus deficiencias”.28

      Sin embargo, existe un área de conexión crucial, y tiene que ver con los orígenes. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Por qué existimos? ¿Hacia dónde vamos? Aquí estamos a nivel del sótano; la base sobre la cual yace toda la existencia y todo el conocimiento humano de nuestros orígenes. Todo lo que los seres humanos han escrito, dicho, o incluso pensado, surge de nuestros orígenes. El conflicto aquí no es sobre los evidentes beneficios del resveratrol en el vino tinto o los hábitos de copulación del Megascops hoyi. El conflicto es sobre la identidad humana, que surge tan directamente de nuestros orígenes como lo hacen las notas musicales de las cuerdas rasgueadas de un arpa.

      A pesar de los infinitos intentos desde casi todo ángulo posible, la evolución y la Biblia no se pueden entremezclar en ningún informe coherente de los orígenes, al menos no sin censurar un poco a ambos. Se requieren las contorsiones más improbables (ver capítulo 10) para tratar de insertar la “síntesis neodarwiniana” (básicamente, la última encarnación de Newton) en el relato bíblico de los orígenes.

      Solamente los nombres de los dos grandes mecanismos en el esquema de Darwin, mutación al azar y selección natural, revelan su incompatibilidad con el relato de Génesis. Aunque la lectura sea lo más amplia posible, la Creación de Génesis es un evento sobrenatural, en oposición a uno meramente natural. Además, la creación de Génesis no da indicios de algo al azar, y mucho menos mutacional. El lenguaje utilizado para expresar la evolución excluye cualquier cosa relacionada con la Biblia y su creación sobrenatural con propósito determinado. Sin embargo, estas verdades “inconvenientes” no han desviado a los cristianos del dudoso esfuerzo de tratar de mezclar a Charles Darwin con Jesucristo.

       El compromiso

      ¿Por qué, entonces, existe una irresistible atracción por parte de muchos cristianos de “bautizar al diablo” por medio de la búsqueda de una armonía entre la Evolución y las Escrituras? A pesar de que no podemos conocer los motivos individuales, la respuesta dominante está unida a la creencia contemporánea global de que la Evolución debe ser verdad, porque la ciencia lo dice. Después de todo, ¡la ciencia es la ciencia!

      La ciencia ha brindado a la humanidad poderosos métodos y herramientas para convertir la materia en maravillas prácticas: de vacunas a smartphones y submarinos nucleares. Sus éxitos tecnológicos hablan por sí solos. Pero eso no es lo mismo que encontrar la verdad; incluso, hasta puede no llegar a tener nada que ver con la verdad; excepto en ámbitos muy estrechos como los que se necesitan para crear vacunas, smartphones y submarinos nucleares. Y aunque todavía hay una discusión con respecto a si la ciencia revela la realidad tal como es o solo como se nos muestra, no es solo una feliz coincidencia que la gravedad de la Luna le diera al dañado Apolo 13 algo del empuje que necesitaba para volver a casa. La ciencia de Newton dijo que lo lograría, y lo logró; lo que significa que había algo de verdad en el medio, más allá de todo lo desconocido, de los errores y las suposiciones falsas que importunaban a la teoría en sí misma.

      La ciencia, entonces, sí revela conocimientos sobre la realidad misma, sin importar lo limitados o distorsionados que puedan ser esos conocimientos. Y ese es el punto principal de este libro: mostrar cuán limitados son esos conocimientos y cuán influenciados están por la subjetividad ineludible que inclina todo el pensamiento humano, razón por la cual precisamente los cristianos no deberían comprometer una creencia tan fundamental como lo es la de los orígenes solo porque la ciencia, o mejor dicho, las apreciaciones de algunos científicos, enseñen algo contrario.

      Un ateo, en Italia, plasmó las siguientes palabras en una pared: “Dios no existe, y María es su madre”. Si bien es ridícula, esta inscripción revela algo primordial sobre la búsqueda de la humanidad por la verdad. Somos subjetivos sin remedio. Lo que buscamos y cómo lo buscamos es solo a través de íconos, axiomas y presupuestos de nuestra cultura, genética y educación; lo que a su vez investigamos, observamos, interpretamos y expresamos en los resultados de nuestras indagaciones. No podemos escapar a estos filtros, así como no podemos escapar a nuestro pensamiento, porque a través de estos filtros pensamos y, de hecho, también hacemos ciencia.

      1 Isaac Newton, Mathematical Principles of Natural Philosophy, trad. I. Bernard Cohen y Anne Whitman, asistidos por Julia Budenz (Berkeley: University of California Press, 1999).

      2 Sir Isaac Newton, Abadía de Westminster, https://www.westminster-abbey.org/our-history/people/sir-isaac-newton. El Papa había esperado que este epitafio se pusiera en el monumento a Newton, pero no se permitió. En vez de eso, lo siguiente, que fue inscrito aquí, aunque no era tan elocuente como las líneas del Papa, de todas formas, cumple con el propósito: “Aquí yace enterrado Isaac Newton, Caballero, quien gracias a una fuerza mental casi divina, y principios matemáticos


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