Un viaje en el tiempo. Bradley Booth

Un viaje en el tiempo - Bradley Booth


Скачать книгу

       “Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32, NVI).

      En este día de 1841, la Corte Suprema de los Estados Unidos liberó un cargamento de esclavos de un barco que había sido capturado ilegalmente en África y desviado a Cuba. Esta es una historia inusual en las páginas de la historia estadounidense.

      Todo comenzó dos años antes, a bordo de un barco de esclavos llamado Amistad, que navegaba hacia el oeste, hacia una plantación de azúcar en el Caribe. Durante el corto viaje de un puerto a otro de Cuba, uno de los esclavos, un africano llamado Cinque, se liberó a sí mismo y a los demás esclavos de sus cadenas, y luego planeó un motín. El 2 de julio, durante una tormenta en el mar, los africanos se alzaron contra sus captores con cuchillos de caña que encontraron en la bodega del barco. Mataron al capitán del barco y a varios miembros de la tripulación, y encadenaron a los dos negreros cubanos que estaban a bordo. Cinque ordenó al resto de la tripulación cubana que navegaran con el Amistad hacia el este, de vuelta a África; pero, por la noche, los cubanos giraron el barco hacia el norte, hacia aguas estadounidenses. El Amistad vagó de un lado a otro en el mar durante casi dos meses, hasta que un barco de la marina estadounidense lo capturó frente a la costa de Long Island y lo escoltó hasta ­Connecticut. Los traficantes de esclavos fueron liberados, pero los africanos fueron encarcelados mientras esperaban una audiencia judicial sobre la revuelta. La historia del motín del Amistad tuvo mucha publicidad en los periódicos de la época. Cinque, al que sus nuevos amigos estadounidenses enseñaron inglés, pudo testificar a su favor. Finalmente, los abolicionistas, liderados por John Quincy Adams, un expresidente de los Estados Unidos, lograron convencer a la Corte Suprema de que los esclavos merecían su libertad.

      Todos hemos sido capturados por Satanás y encadenados a vidas de pecado; y a veces, parece que las probabilidades de obtener nuestra libertad son casi nulas. Podemos desear hacer el bien, pero nuestra naturaleza humana es débil y, constantemente, nos acordamos de las cadenas que sujetan nuestras manos y pies. El diablo no solo nos tienta a pecar, sino que nos acusa ante el Padre en el cielo, afirmando que no merecemos ser libres. Temblamos pensando que, tal vez, el enemigo tiene razón, que no merecemos la libertad. Pero Jesús señala sus propias manos y pies, que fueron calvados a esa cruz empapada de sangre. El enemigo tiene que huir a la vista de los símbolos de la libertad que Jesús ya ha ganado para nosotros. La detención, la muerte y la resurrección de Cristo realmente nos liberan.

       Hospital para enfermos mentales

       “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto [...] me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos,a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18, NVI).

      ¿Tienes idea de lo que era vivir en un manicomio en la antigüedad? Por la forma en que se trataba a la gente, los manicomios se parecían más a cárceles que a hospitales. En aquellos días, un manicomio era para los dementes, o “lunáticos... que están furiosamente locos”, como dice una fuente. Pero los pacientes con otro tipo de problemas también acababan allí, como los sordos, los afectados por retrasos en el desarrollo o síndrome de Down, e incluso los ciegos. ¿Los ciegos?, puedes preguntarte. ¿Por qué iban a poner a los ciegos con los locos? La respuesta es sencilla: había muy pocos lugares a los que se podía llevar a los discapacitados para que fueran tratados como seres humanos.

      En este día de 1830, se estableció un hospital en Worcester, ­Massachusetts, Estados Unidos, con el propósito de dar a “los locos” un lugar seguro para vivir. (Por supuesto, hoy en día nos referimos a estas personas como enfermos mentales, o pacientes con alguno de los innumerables trastornos psicóticos.) La legislatura estatal aportó 30.000 dólares para construir y supervisar un manicomio que acogería a 120 pacientes. El principal promotor del hospital fue un hombre llamado Horace Mann, también conocido por su labor en la apertura de muchas escuelas públicas. La mayoría de los pacientes que llenaban las habitaciones de este hospital habían estado anteriormente en prisiones.

      Hoy en día, las leyes de los Estados Unidos y de muchos otros países del mundo han hecho que haya mejorado significativamente el trato que se les da a los que padecen enfermedades mentales y otras enfermedades debilitantes; y hay instalaciones para cada categoría de necesidad. Esto no cambia el hecho de que este mundo sigue cargado de personas que sufren. El sida, la obesidad, la depresión, el hambre, la diabetes, el covid, por no ir más lejos, amenazan con exterminar a nuestra raza. El enemigo de la humanidad trabaja horas extras para mantener a los humanos sumidos en horribles pozos de miseria física y emocional. Lo único que le gusta más que verte sufrir es echarle la culpa a Dios. La verdad es que Dios nunca es la fuente del sufrimiento, ni siquiera para lograr un bien mayor. Él solo desea tu felicidad, pero debe dar a cada persona el tiempo y la libertad suficientes para que tome su propia decisión respecto de a quién va a seguir. Dios espera con anhelo el día en que pueda abrir el hospital del cielo y limpiar todas las lágrimas de nuestros ojos.

       La bomba nuclear que fue lanzada accidentalmente

       “No temerás al terror nocturno [...] ni a mortandad queen medio del día destruya” (Salmo 91:5, 6, RVR 95).

      ¿Cómo te sentirías si un día estuvieras sentado en el patio de tu casa y, de repente, una bomba cayera del cielo y detonara en tu pequeña ciudad? ¿Cómo te sentirías, si de repente, te dieras cuenta de que es una bomba nuclear? La historia sería muy similar a lo que ocurrió en las zonas de guerra de las que has leído en tu libro de historia: dos ciudades de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, en realidad, está mucho más cerca.

      El 11 de marzo de 1953, un avión B-47 estadounidense lanzó por accidente una bomba nuclear sobre Carolina del Sur. Afortunadamente, la bomba no estalló debido a seis cierres de seguridad que no se liberaron. Debió ser muy vergonzoso para el gobierno y para la gente que casi lo hizo, por no decir que fue simplemente aterrador. Dejar caer por accidente una bomba nuclear en tu propio país no parece estar muy alto en la lista de cosas inteligentes que se pueden hacer, pero los humanos somos conocidos por hacer, a veces, cosas tontas.

      Las bombas nucleares son únicas en el sentido de que no se detonan dejándolas caer. Hay que hacerlas estallar. Antiguamente, la mayoría de las bombas se fabricaban así, pero ya no. Ahora, las bombas se fabrican con cuentas regresivas, temporizadores digitales y detonadores por control remoto que incluso pueden activarse haciendo una llamada telefónica con un código numérico secreto.

      Es probable que accidentes como el ocurrido sobre Carolina del Sur ocurran más a menudo de lo que pensamos. Al gobierno seguramente no le gusta informar de este tipo de deslices y, probablemente, los ocultará todo lo que pueda. Sin embargo, lo más asombroso (y lo peor) es pensar en lo cerca que ha estado nuestro planeta de ser completamente destruido, desde el Diluvio en tiempos de Noé hasta la crisis de los misiles en Cuba, cuando Estados Unidos y la antigua Unión Soviética estuvieron a punto de desatar una guerra nuclear. Gracias a Dios, en su misericordia, él mantiene a raya las fuerzas del mal y la destrucción. Como dice el libro de Apocalipsis, los ángeles de los cuatro vientos mantienen los problemas bajo control, ¡y ciertamente han tenido mucho trabajo! Pero algún día, un día glorioso, Dios les dirá que su trabajo en la Tierra ha terminado, que pueden relajar sus músculos y descansar. Y podemos confiar en este Dios porque nunca, nunca ha hecho nada por accidente.

      Girl Scouts

       “¡Muchas mujeres han hecho el bien, pero tú las sobrepasasa todas!” (Proverbios 31:29, RVR 95).

      Parece que históricamente las niñas no han tenido tantas oportunidades de aventura como los niños. En los días del Lejano Oeste, Annie Oakley también pensaba así.


Скачать книгу