Reportajes. Gonzalo Arango
a Jorge Pinto.
Premio especial. Los diez mil pesos del premio desierto de escultura, adjudicados a Alejandro Obregón.
Premio de la eterna gratitud. Del pueblo de Cali y de Colombia, a la maravillosa argentina Fanny Mickey, por el triunfo del V Festival Nacional de Arte. Amén.
Cromos, n.° 2.499, pp. 48-53. Bogotá, 2 de agosto de 1965.
GENIO Y LOCURA EN EL FESTIVAL DE ARTE DE VANGUARDIA
EN CALI LOS NADAÍSTAS HICIERON TOLDA APARTE
Los nadaístas se salieron este año con la suya. Cansados de no hacer nada; de recibirme cada año en Cali Puerto a nombre del Festival de Arte; cansados de tener paciencia, resolvieron mandarlo todo al diablo y fundaron su propio Festival. Con razón. Ellos que son profetas nunca fueron invitados al festín de la cultura. Y tenían apetito, ganas de decir sus cosas, de decir ¡noooo!, y de decir ¡basta!
Soportaron estoicamente durante cuatro años que les dijeran al verlos en los bares y en las avenidas:
“Miren esos ‘lagartos’ que van con Gonzalo Arango”.
Este año Cristo se cambió de cruz. Al vernos vagar por las mismas avenidas, los caleños nos preguntaron:
“¿Quién será ese ‘lagarto’ que va con los barbudos del Festival de Vanguardia?”.
Pues ese “lagarto” era yo. Con sus propios méritos, los nadaístas se habían conquistado la ciudad.
Al margen de ese orgullo herido que los hizo reaccionar, los nadaístas fundaron su “festivalito” por otra razón más esencial: porque había que hacer con el arte no solo una pasión estética, sino una pasión humana. Que la poesía no fuera solo bella sino además combatiente. Que la palabra, en esta época de claudicaciones y silencios, sirviera para algo más que para hacer pactos secretos, pactos de complicidad, pactos en la cumbre. Que sirviera entonces para hablar, protestar, testimoniar. Para hacer, en definitiva, arte comprometido.
El Festival de Arte de Vanguardia nació por eso: por un imperativo de la acción para convocar una audiencia en torno a la necesidad de cambiar la vida y la sociedad.
J. MARIO LEVANTA EL TELÓN
A la misma hora en que el gobernador, rodeado de Mr. Oliver, el embajador norteamericano, y otros ministros de Estado, inauguraba solemnemente el fastuoso Festival de Arte de Cali, en la Galería La Nacional se levantó el telón, y apareció un joven fantasma de veintitrés años, pálido, paranoico, de aspecto romántico, pero poéticamente el Atila del romanticismo. Era el nadaísta J. Mario. Antes de decir nada tronaron fervorosos aplausos. Luego se aflojó la corbata, que era el remedo de un cordón de zapatos con dos borlas de lana que jugaban carambolas sobre su ombligo. El poeta tomó aliento. Apenas se oía chorrear el sudor de los espectadores. Su voz quebró el silencio con el discurso más breve del mundo. Solo dijo:
“Amigos y enemigos: en nombre de los zapatos de Charles Chaplin, de su paraguas, de sus amores, de sus bigotes, declaro inaugurado el Primer Festival de Arte de Vanguardia” (hubo aplausos, pero no hubo coctel).
PINTURA DE PARTICIPACIÓN
Acto seguido, dos pintores nadaístas, Pedro Alcántara Herrán y Norman Mejía, abrieron sus exposiciones en forma original. Tomaron sus pinceles, y a cuatro manos, frente al público, empezaron a embadurnar una enorme tela blanca, a medida que iban explicando su “inexplicable” pintura. El desconcertado auditorio que asistía a ese striptease de la creación hizo preguntas. Los pintores respondieron con palabra ambigua, imposible. Como los dos eran barbudos, dijeron: “El misterio de nuestra pintura radica en los pelos de los pinceles. Si quieren respuestas objetivas busquen a los literatos. Nuestro lenguaje es mágico y no literario, somos mágicos como Dios. Dios hizo el mundo, y sin embargo nadie le ha hecho un reportaje. Amén”.
EL CUENTO DEL ZOOLÓGICO
Invitado por el Festival de Vanguardia, al fin el público caleño pudo admirar al gran director y actor Santiago García, en mi concepto el más íntegro hombre del teatro de la escena nacional. Santiago presentó cinco veces la obra de Edward Albee, El cuento del zoológico, con su compañero de actuación Kepa Amuchastegui, ante los más diversos y asombrados auditorios. Ante ellos impuso su teatro del absurdo y el desarraigo.
En vista de la acogida, Santiago aclaró que se declaraba “invitado vitalicio de los festivales de vanguardia”, y que traería sus obras para presentarlas ante el público de Cali, “donde la gente va al teatro como a la lucha libre”. En este fenómeno, justo es reconocerlo, el TEC merece los honores de haber despertado una vocación en la gente por el teatro. Pero ya era hora de que ese público, un poco aletargado por la monotonía del TEC, despertara con el impacto de nuevas experiencias. Y la obra de Albee, como la extraordinaria actuación de Santiago y Kepa, constituyó una sacudida de cataclismo que intranquilizó esa noche el sueño y la conciencia de los espectadores. Fue una lección amarga, después de la cual era imposible sentirnos inocentes. Todos éramos culpables, tramposos y asesinos. Cuando Peter, el pequeño burgués conformista, mata al vagabundo Jerry por la aparente razón baladí de defender “su” banca en el parque, somos todos los insignificantes idiotas conformistas del mundo quienes empuñamos la navaja y la hundimos en el vientre del inconforme que también exige “su” banca, su lugar en la sociedad humana que todos le negamos.
UN NADAÍSTA CON BARBAS DE NAZARENO
La revelación en poesía fue Eduardo Escobar, el más joven de los viejos nadaístas. Viene militando en el movimiento desde los quince años; por entonces le decíamos en Medellín el Nieto. Eduardo ha sido y ha hecho de todo: seminarista, presidiario, pero sobre todo poeta puro, nato. Era el amor del maestro Fernando González, quien lo llamaba místicamente el Diosecito. Apareció en Cali con su barba nazarena, sin un centavo, como siempre, y con su novia Amparo, “mi poema más revolucionario”, según dijo. El recital de Eduardo fue religioso hasta el éxtasis. Un poeta que por su edad y su frescura y su lirismo sin intelectualismo evoca relativamente el prodigio de Arthur Rimbaud, aunque su maestro más amado sea Maiakovski.
LA APASIONANTE Y APASIONADA MARTA TRABA
La combatida y combatiente crítica de arte inició el ciclo de conferencias del Festival de Vanguardia con el tema “La cultura de la incultura en Colombia”. No dejó mito sin desmitificar. Pocos ídolos de nuestras iglesias culturales resistieron su examen y su avara devoción. Ni siquiera el nadaísmo, que era el anfitrión.
Marta distribuyó porrazos a la derecha y a la izquierda, al conformismo, al folclorismo, a la inautenticidad, a la vanidad, a la soberbia del pavo del realismo americano, al nacionalismo como ceguera del más allá, a lo sublime y a lo inverosímil, a Alejandro Obregón, a las comisiones a alto nivel, al “popurrí del festival oficial”, al horripilante Guayacán del Premio Esso que calificó de “esperpento del reaccionarismo literario”. Solo Dios se salvó de la embestida trabista.
SOBRE OBREGÓN Y GUAYACÁN
“En Colombia el público está muy lejos de tener criterios de juicio coherentes. Un año aplaude la premiación de una verdadera novela como La mala hora de Gabriel García Márquez, y al año siguiente, con igual entusiasmo, defiende un adefesio increíble como Guayacán.
(No, querida Marta, estás en un error; nadie, fuera del padre Félix Restrepo y de los tres empleados de la Academia que hicieron de jurado, estuvo de acuerdo con el premio concedido a Guayacán; ni siquiera la Gran Prensa. No hay que perder de vista la claridad).
POLÉMICA CON LOS NADAÍSTAS