Sin banda no hay fiesta. Virginia Yep

Sin banda no hay fiesta - Virginia Yep


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los ayllus o núcleos sociales familiares, que ellos llamaron “parcialidades”, u organizaciones de personas bajo el mando de un curaca; estas formaron la base para la creación de las comunidades campesinas y fueron utilizadas por los españoles, por un lado, para la cristianización, y, por otro, como sistema para el cobro de tributos, de trabajos manuales y de ofrendas; estas dos últimas actividades quedaron hasta hoy como “costumbre”; se dice, por ejemplo, que la Catedral San Juan Bautista de Catacaos fue levantada por el “pueblo cholo” (Cruz 1982: 491).

      Las parcialidades en Catacaos se remiten, entonces, a las dos dinastías de ambos fundadores de la cultura Tallán. De la dinastía Mec Nón quedan actualmente las parcialidades Amotape, Pariñas, Mechato, Mécamo y Menón; y de la dinastía Ñari Walac, las parcialidades Muñuela, Mecache, Melén, Marcavel y Narihualá. La identificación de los cataquenses con su parcialidad es todavía muy fuerte, al punto que en Catacaos observé que entre los hombres se presentan con su apellido y el nombre de su parcialidad; nombres como Chero, Lalupú e Inga se asocian a la parcialidad Narihualá, mientras que Yarlequé, Sullón, Pasache y Yamunaqué se asocian a la parcialidad Menón (ver Cruz 1982: 491-493).

      La base organizativa para institucionalizar la celebración de la Semana Santa la estableció el obispo español Pedro de La Gasca, “el pacificador”, quien ordenó en 1547 la construcción de la Catedral San Juan Bautista (Cruz 1982: 92) y ayudó a los tallanes a organizarse como gran comunidad eclesiástica; creó la encomienda “San Juan de Catacaos” y fundó en 1547 la primera cofradía en Catacaos, la Cofradía Jurada del Santísimo Sacramento. Años después, se crearon la Cofradía de la Santísima Virgen del Tránsito (1557), la Cofradía Jurada del Santo Cristo y la Cofradía de la Virgen de Dolores (1587) (Cruz 1982: 495). La celebración de la Semana Santa, que desde 1540 empezó modestamente, tuvo mayor relieve con la nueva catedral y las cofradías, incluyendo más participantes, procesiones, imágenes y músicos. Pero si hubo alguien que tuvo gran influencia en el desarrollo de la comunidad religiosa y en el trabajo eclesiástico en el Bajo Piura fue Juan de Mori, vicario y jurista de derechos eclesiásticos, enviado en 1640 a Catacaos, donde fundó diez cofradías e hizo reconstruir la Catedral San Juan Bautista, que había sido destruida en 1630 por un terremoto (Cruz 1982: 124-125).

      Durante 113 años, los españoles vendieron cuatro veces sus propias tierras a los tallanes (1532, 1541, 1578 y 1645), quienes pagaban con oro y alimentos (Cruz 1982: 91). Este antiguo problema de la posesión de tierras, por causa de herencia, usurpación, venta y por irregularidades en el curso del río, tampoco se solucionó en la época de la República. Ya no había que confrontarse con las autoridades coloniales sino con los hacendados, que seguían estructuras feudales de explotación (Diez 1992: 35). Junto a ello, se permitió el uso arbitrario de las aguas del río Piura, que fue acaparado legalmente por las haciendas. Siguieron muchos años de explotación y resistencia, en cuyas protestas participó más de una vez la banda (Cruz 1982: 202). En 1968 se implantó la reforma agraria en el Perú con el gobierno militar del piurano Juan Velasco, lo que puso fin al dominio de los hacendados y abrió paso a una nueva organización de los campesinos.

      En los años 80, los bajopiuranos tenían otras preocupaciones. Por la situación de conflicto y violencia en el país, principalmente a causa del terrorismo y el tráfico de drogas, se crearon algunas iniciativas civiles (rondas, asociaciones agrarias, clubes de madres, comedores, asociaciones barriales, etc.). Piura es hoy en día uno de los departamentos más productivos del Perú; una de las razones para ello es que los piuranos desarrollaron una fuerte identidad de la “piuranidad”2, sobre todo, por la cercanía con Ecuador, país con el que el Perú recién en 1998 firmó un acuerdo de paz definitivo. En todo caso, a pesar de todos estos antecedentes históricos, los bajopiuranos no dejaron una sola vez de celebrar sus fiestas, y lo resumen con orgullo así: “a pesar de todo, hay que seguir con la costumbre”.

      1.3 Religiosidad

      Como en muchas partes del Perú, la religiosidad en el Bajo Piura se desarrolló sobre la base de la cristianización de las culturas originales, sincretizándose los elementos de la Iglesia Católica española con la religión natural, en este caso, de los tallanes, a lo que se suman intereses de poder y de explotación3.

      La religión es para los campesinos no solo una parte de su cosmología sino también un mecanismo para mantener unida a la comunidad. Para entender la religiosidad del Bajo Piura hay que considerar su cosmos religioso y sus organizaciones religiosas. La vida religiosa de los bajopiuranos encuentra su máxima expresión en las fiestas, en las que armonizan tanto aspectos de la liturgia católica como de la vida rural; en la práctica de esta religiosidad, la música tiene un papel fundamental porque ella es imprescindible e irreemplazable para el culto a Dios.

      Nicolás Yarlequé, herrero de Catacaos, recuerda que en el año 1975 desembolsó lo que en 1993 serían casi 6200 nuevos soles para el banquete de los “siete potajes”, para “no quedar mal ante la comunidad ni ser criticado”. En su cuaderno de gastos están apuntados: 2 sacos de maíz para la chicha, 100 cajas de cerveza, 24 botellas de vino, 24 botellas de pisco, 30 docenas de botellas de Coca Cola, 30 pavos, 30 gallinas, 20 patos, 30 pasteles, 900 panes de huevo, 48 latas de melocotón, 1 cajón de leche “Gloria”, 100 huevos, 10 kg. de jamón, 10 kg. de queso, 25 kg. de frutas diversas, 20 kg. de aceitunas, 2 latas de galletas, 2 sacos de arroz, 1 lata de aceite, 20 kg. de papas, verduras y especias; además, las cuentas de agua, carbón, detergente, limpieza, alquiler de mesas, manteles, ollas, platos, cubiertos y vasos; y otros gastos como la confección de tres ternos de distintos colores y ropa nueva para toda la familia, así como la renovación y la pintura de la casa.

      Ya los cronistas como Garcilaso de la Vega, Cieza de León y Polo de Ondegardo nos cuentan sobre las festividades de los indígenas, quienes usaron las fiestas católicas para, en el fondo, festejar sus propias fiestas. A lo largo de la historia, la celebración de las fiestas se puso, más de una vez, en tela de juicio, porque causaban desorden en la vida cotidiana de los campesinos: durante el tiempo de las fiestas no se trabaja, se consume mucho alcohol y se refuerza la identidad con la propia cultura. Sin embargo, las fiestas siguieron celebrándose porque son, en primer lugar, la máxima expresión de la religiosidad del campesino, la oportunidad de sentirse cerca de Dios y de los santos y, en segundo lugar, representan el mecanismo para la integración social. Solo en Catacaos se celebraban 33 fiestas al año entre 1644 y 1665 (Diez 1994: 147).

      Cada fiesta lleva como motivo principal la adoración a un santo determinado y en ella la comunidad se une en una serie de ritos ceremoniales. Por su lado, las organizaciones religiosas, que son las que organizan las fiestas, determinan qué miembros de la comunidad, cuánto dinero deben de donar y para qué. Según el monto de la donación se deciden el emplazamiento y la función dentro de la procesión, lo cual muestra la importancia de la persona en la comunidad y determina su grado de responsabilidad; recordemos que donar grandes sumas de dinero para un banquete en el marco de la fiesta está generalmente unido a una promesa que se le hizo a un santo. Además, la fiesta tiene una función de entretenimiento, no solo porque significa un descanso psicológico y físico para el campesino, pues la rutina se interrumpe, sino también porque mediante ella la sociedad permite expresar y olvidar dolores, tristezas y presiones (Marzal 1980: 33).

       Fiestas patronales

      Se celebran con procesión, comidas y bebidas en la casa de los miembros de la cofradía de turno. Normalmente, no son feriados oficiales. Actualmente, las fiestas más importantes en el Bajo Piura son:

Fiesta Fecha Lugar
San Sebastián (San Chavaco) 20 de enero Vice, Piura y Morropón
Señor de Chocán 12 de enero 2 de febrero
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