El manual de convivencia y la prevención del bullying. José Guillermo Martínez Rojas
conforman la estructura para el debido manejo de la convivencia en una institución educativa. Cada institución puede ajustar, integrar, modificar e incluir otras instancias, sin perjuicio de cumplir con los mínimos que aquí se sugieren.
En incontadas ocasiones los directivos de la institución, preocupados por el poder que detentan en ella, “borran” o eliminan los diversos niveles de competencias, fundiendo en una sola instancia todas las que deben existir, de tal manera que solo permiten que se dé una primera y única instancia, lo que conduce irremediablemente a que los interesados en ser escuchados o en apelar una decisión de la institución deban recurrir a otras instancias que se hallan por fuera de esta. Si los directivos de las instituciones entendieran esto se evitarían muchos conflictos y quejas ante las instancias administrativas y judiciales.
Procedimientos para el manejo de la convivencia
Además de las estructuras y de las instancias que una institución educativa debe tener para un adecuado manejo de la convivencia, también hay un mínimo de procedimientos a tener en cuenta. La idea, entonces, es presentar dichos procedimientos de una manera general, para orientar a quienes organizan la institución.
Al igual que en el aspecto de la estructura e instancias, aquí se hará un abordaje de aquellas que mínimamente es importante tener presentes y que en todo momento deben tener como “telón de fondo” el criterio de seguir lo establecido, buscar resolver siempre en los primeros momentos los conflictos, no permitir o exacerbar las condiciones o las circunstancias para, de igual manera, no contribuir al escalamiento de los conflictos o de los problemas de convivencia.
Construcción de una cultura para la convivencia. Uno de los elementos importantes para determinar cómo se organiza una institución educativa es justamente el poder enmarcar todos los elementos que hacen parte de su cultura organizacional, pues en ella se plasman los valores y los principios formativos previamente definidos como fundamentales. En este sentido, crear una cultura de convivencia para la institución educativa, donde se vivan principios y valores como el diálogo, la resolución pacífica del conflicto, la tolerancia, la aceptación de la diferencia, el respeto a lo distinto, la inclusión, el cuidado del otro, contribuye a una adecuada gestión de la convivencia.
Estos deben ser principios y valores que permeen las actuaciones de los profesores, de los directivos, del personal administrativo y, por supuesto, de los estudiantes. Esta manera de proceder debe constituirse en una cultura institucional, en una forma de vivir y de ser al interior de la institución, de tal manera que ella permee el conjunto de actuaciones de todos los miembros de la comunidad educativa.
Una cultura de la convivencia como la que se propone debe servir para que los estudiantes se formen en ella, la asuman como una forma de obrar y ser sin que ello constituya un discurso ideológico que se controvierta con el proceder de algunos de los estamentos de la institución o se la contrarreste con el currículo oculto que exista en la institución.
En la construcción de una cultura de la convivencia deben empeñarse todos los miembros de la comunidad educativa, de tal manera que cada quien encarne este principio como parte de la política institucional, erigiéndolo como criterio rector en su manera de conducirse.
Construcción del Manual de Convivencia. Para que en la institución educativa se dé una verdadera y adecuada gestión de la convivencia es preciso que se adelante un proceso de construcción democrático y participativo del Manual de Convivencia, de tal manera que todos los estamentos de la comunidad educativa puedan aportar elementos para su construcción y descubran que participan, que su voz es oída y que sus intereses y necesidades son tenidos en cuenta.
Aplicación de sanciones. Cuando en una institución educativa se deben aplicar sanciones que conduzcan a que los estudiantes reparen los daños causados, asuman las consecuencias lógicas de sus actos, o reciban una pena que desestimule ciertos comportamientos o conductas, se presenta una oportunidad única y valiosa para formar a los estudiantes, por lo tanto, dependiendo de la manera como se apliquen las sanciones, se lograrán más o menos resultados en términos de la gestión de la convivencia y la formación ética y democrática de los estudiantes.
No siempre la aplicación de las sanciones se hace de manera adecuada, con el justo peso que deben tener cuando se trata de trazar límites claros y efectivos a los estudiantes. En muchas ocasiones las sanciones no se aplican consistentemente porque en unos casos se hacen efectivas de una manera y en otros de diferente manera, lo cual conduce a que los estudiantes no sepan a ciencia cierta cómo se deben comportar, pues los límites, las normas y las consecuencias por su incumplimiento no siempre son equivalentes o no lo son para todos los estudiantes, además de que en ocasiones sí se aplican y en otras no.
El procedimiento para aplicar las sanciones, dentro de un adecuado proceso de gestión de la convivencia, no pueden ser dejadas en manos de una sola instancia, pues esto conduce a que los estudiantes vean esa instancia o a esa persona como la única que detenta una real autoridad y a las demás instancias como partes de una estructura que no tienen el poder de sancionar, y por lo mismo se las puede evadir fácilmente.
Asimismo, en el proceso de aplicar las sanciones que previamente se han establecido, debe evitarse el incurrir en conductas como amenazar y no sancionar, o sancionar por cualquier cosa, desgastando las estrategias formativas; o ser intransigentes en su aplicación, sin escuchar primero a quienes se va a sancionar; o pedir a alguien de mayor autoridad que determine si se lleva a cabo o no la sanción o que se haga cargo de definir su viabilidad y su consiguiente aplicación; o sancionar indiscriminadamente, sin graduar las penas ni tratar a todos por igual, haciendo que “paguen justos por pecadores”; o determinar la sanción en un momento de ira y de descontrol. Todo este tipo de situaciones descritas es necesario anularlas, porque están muy lejos de lo que es una adecuada gestión de la convivencia.
Conducto regular. Dentro de los procedimientos establecidos en el Manual de Convivencia para la atención a situaciones de conflicto, desavenencia y discrepancia entre miembros de la comunidad educativa, se debe incluir el conducto regular, que no es otra cosa que el seguimiento de los pasos y las instancias involucradas en alguna de estas situaciones respetando el nivel de competencia de cada una de ellas.
Cuando de gestionar adecuadamente la convivencia se trata, no solo hay que establecer un conducto regular, también es preciso que se lo siga, respetando las competencias, las funciones y el nivel de autoridad de cada una de las instancias que conforman la estructura de la institución educativa, pues es muy común que las personas involucradas en situaciones problemáticas se salten las instancias o se concentre todo en una sola instancia, haciendo de parte y juez e impidiendo que se cumpla con los principios del debido proceso, tales como la doble instancia o la posibilidad de apelar.
En este sentido, se recomienda a las instituciones educativas interesadas en una adecuada gestión de la convivencia que en todas las actuaciones se tenga en cuenta y se respete el conducto regular con el fin de mantener la consistencia y hacer que los estudiantes y los padres de familia comprendan su sentido y lo acaten. En la sociedad actual, cuando se presenta un conflicto o una desavenencia, se recurre inmediatamente al nivel más alto de autoridad para que haya una resolución, y casi todo se maneja por palancas y componendas. Hacer que se cumpla con el conducto regular es formar en ciudadanía y en el respeto al otro, para superar este tipo de prácticas que distan mucho de lo que habitualmente se debería vivir en las sociedades democráticas.
Gestión del aula de clase. La estructura básica donde se generan muchos comportamientos adecuados, así como otros inadecuados, es el aula de clase. En este sentido, mucho de lo que será el ambiente de la institución dependerá en gran medida de la gestión que haga cada docente de su aula.
Una adecuada gestión del aula de clase depende, en esencia, de cada uno de los profesores y de la manera como manejen los problemas de disrupción y las normas que permiten hacer de este espacio un ámbito en el que se construye el conocimiento y se desarrollan muchos procesos cognitivos, afectivos, morales y emocionales.
Las dificultades de gestión de la convivencia en el aula de clase generalmente se dan por la divergencia de criterios que hay entre los profesores con relación al manejo del aula de clase. No se sugiere entonces generar una estrategia que uniforme los procederes de todos