El manual de convivencia y la prevención del bullying. José Guillermo Martínez Rojas

El manual de convivencia y la prevención del bullying - José Guillermo Martínez Rojas


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son aquellos que los estudiante perciben como los más graves.

      Hay que realizar procesos de diagnóstico sobre el estado de la convivencia que involucren a los estudiantes, a los profesores, al personal administrativo y de apoyo, al personal directivo, a los padres de familia y aun a la comunidad circundante de la institución.

      Con este diagnóstico se tendrá un punto de partida más claro y específico desde el cual partir en las estrategias de trabajo que se planteen y que permitan no solo una adecuada gestión de la convivencia, sino por supuesto, una mejora significativa de ella.

      En las nuevas tendencias formativas de la convivencia, y más exactamente cuando se habla de disciplina, existe el enfoque denominado disciplina positiva, que se erige como una alternativa o forma diferente de enfocar este problema.

      La disciplina positiva se define como un programa o conjunto de actividades soportados por aquellas actitudes de los educadores (profesores y padres) que se orientan a guiar al estudiante en la mejor consecución de los objetivos de su formación tanto académica como personal y social. Por tanto, es una dimensión positiva, que contrasta con la dimensión negativa y sancionadora de la disciplina tradicional (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

      Puede entenderse también como proceso de creación de oportunidades para que los individuos vayan alcanzando, progresiva y sucesivamente, las metas en cada uno de los momentos de la vida académica (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

      El sistema tradicional de disciplina entiende al individuo como el problema y trata de eliminar rápidamente la conducta perturbadora. La disciplina positiva se basa en el apoyo de la conducta positiva y considera los sistemas, los ambientes y la falta de habilidades como parte del problema. Por consecuencia, trata de producir un cambio en todos los componentes. Por esta razón al enfoque de disciplina positiva lo caracteriza un conjunto de estrategias a largo plazo, cuya finalidad es reducir la frecuencia de aparición de la conducta inadecuada y enseñar maneras adecuadas de comportarse y proporcionar apoyos de todo tipo que garanticen obtener resultados de éxito.

      La disciplina tradicional puede interpretarse como violenta debido a que:

      Se lleva a cabo en función de una autoridad que convierte al profesor en un “poderoso” frente al estudiante, bajo la justificación de querer redimirlo o formarlo.

      Además de sancionar, promueve el sentimiento de culpa del individuo sobre el que se aplica, generando en él la sensación de pérdida de control ligada a la sensación de indefensión, sin ofrecerle al estudiante oportunidad alguna para defenderse o justificar su actuación.

      Genera la dinámica del castigo, que refuerza la heteronomía de los estudiantes y, sobre todo, el resentimiento.

      Frente a la disciplina tradicional, la disciplina positiva surge como planteamiento y modo de actuar cuya finalidad es la construcción de formas adecuadas de comportamiento, pero a diferencia de la tradicional, no pretende conseguir resultados inmediatos a corto plazo, sino que planifica sus acciones a largo plazo, con la convicción de que el proceso de cambio auténtico en las personas no es una cuestión ligada a un refuerzo negativo, a un castigo o incluso a un refuerzo positivo, sino que es un proceso constructivista que apunta en la dirección del cambio de actitudes y de cultura de las personas (pensamientos, emociones, conductas, creencias, etc.) y por lo tanto no puede perseguir resultados instantáneos o en un corto tiempo (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001). Se puede, entonces, decir que la disciplina positiva:

      Se entiende como una guía que orienta hacia la promoción de las personas a partir del aprendizaje de los comportamientos adecuados y no de la sanción o el castigo.

      Es un conjunto de actitudes que hay que despertar y cultivar en el profesor y el estudiante, sin ser un código de conductas a acatar.

      No se basa en el miedo a una autoridad omnipotente, sino en la confianza mutua entre los distintos actores involucrados.

      Se desarrolla en los estudiantes por medio de la interacción con los profesores y no mediante un conjunto de normas que los estudiantes tienen que asumir y obedecer ciegamente.

      No es un instrumento terapéutico para comportamientos disruptivos, sino un instrumento de construcción de la persona en la convivencia y la libertad. Por lo tanto, la práctica de la disciplina positiva es un ejercicio de libertad y no de poder.

      ¿Por qué utilizar la disciplina positiva?

      La disciplina positiva se puede utilizar por las siguientes razones:

      Es útil para controlar los problemas de conducta de los estudiantes que interfieren o dificultan la actividad normal del profesor en el aula, contemplando estructuras familiares, influencias de los medios masivos de comunicación y la carencia de técnicas eficaces para establecer el orden en el aula.

      Es eficaz para lograr que el estudiante controle su conducta, no sea agresivo o pasivo frente a los demás, y más bien busque establecer una comunicación asertiva.

      Fortalece y supone la comunicación entre el profesor y el estudiante en el aula, cuya misión es contribuir a la prevención y reducción de problemas adicionales.

      Beneficia el ambiente de aprendizaje de la institución educativa en general y permite aprender a trabajar juntos y apoyarse mutuamente como una comunidad de aprendices.

      Se puede constituir en una poderosa estrategia para el logro de una adecuada gestión de la convivencia en la institución educativa.

      Prácticas de disciplina positiva por parte de los docentes

      Las prácticas de disciplina positiva que un docente debe llevar a su cotidianidad pueden ser:

      El profesor responde a las necesidades individuales. El sistema de apoyo a la conducta positiva requiere una clara orientación hacia las preferencias, los recursos y las necesidades de los individuos que presentan conductas violentas o disruptivas, pero individualizando cada estudiante y cada conducta, sin caer en la masificación o la generalización.

      El profesor provoca un cambio en el entorno, sobre todo si denota que existen elementos del ambiente que influyen en la aparición o mantenimiento de las conductas violentas; en esos casos es importante reorganizar el entorno en función del éxito que se busca.

      El profesor enseña y entrena nuevas habilidades en sus estudiantes propensos a las conductas violentas, así como a los coetáneos que configuran su red de interacciones. Estos sujetos, con frecuencia, necesitan aprender respuestas alternativas, más adecuadas, que pueden llevarles a conseguir los mismos objetivos que con las conductas violentas. Generalmente hay que orientar o entrenar a estos estudiantes en habilidades sociales.

      El profesor acepta y valora las conductas positivas. Es importante reforzar, reconocer y dar importancia a todas las conductas positivas de manera consistente para garantizar que los estudiantes las identifiquen, pero sobre todo, para que sepan lo que los adultos esperan de ellos.

      Los pilares de la disciplina positiva

      La forma de ser y actuar del profesor. Uno de los elementos relevantes con relación al profesor es la moral de él, entendida esta como el sentimiento de un profesional de la educación sobre su dedicación, basada en la manera en que se percibe a sí mismo en la organización, y en la medida en que percibe que esta es capaz de satisfacer sus propias necesidades y dar cauce a sus expectativas (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

      Muestra el interés profesional y el entusiasmo de una persona hacia la consecución de sus objetivos y del grupo en una situación dada. La moral del profesor tiende a correlacionarse con un ambiente saludable en la institución educativa, caracterizada por un clima positivo que permite incrementar


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