El manual de convivencia y la prevención del bullying. José Guillermo Martínez Rojas

El manual de convivencia y la prevención del bullying - José Guillermo Martínez Rojas


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de familia, un directivo u otro tipo de persona vinculada a la comunidad educativa realiza actos físicos, psicológicos, emocionales o de cualquier otra índole que perjudican, mediana o gravemente al otro, e incluso al espacio físico o al medio ambiente.

      De igual manera, hace parte de esta categoría de los problemas de convivencia la violencia pasiva, un tipo de agresión en la que si bien no hay acción directa ni probablemente física para dañar al otro o al medio, sí existe una forma más bien larvada o soterrada de manipular, amenazar, someter, intimidar o atacar, que generalmente va acompañada de una posición pasiva e involucra generalmente una manipulación emocional.

      Estas son algunas de las formas de agresión que afectan la convivencia escolar y deterioran el clima escolar, tanto en el aula de clase como en la institución en general, y que deben ser atendidas en los procesos de gestión de la convivencia para minimizar el daño que causan.

      Existen asimismo otras formas de daño de la convivencia que afectan el clima escolar. Dichas formas son:

      — El bullying o la intimidación escolar, consiste en una forma de agresión repetida y sostenida en el tiempo que ejerce un estudiante (el agresor) sobre otro (la víctima) ante la mirada de sus compañeros (los espectadores), con el fin de someterlo y ejercer poder sobre él, impidiendo que la víctima genere estrategias o acciones que le permitan liberarse de dicho sometimiento. Este tipo de agresión puede ir desde el daño físico hasta el psicológico. Dada la relevancia y gravedad de esta forma de violencia y su incidencia en el deterioro del clima escolar, además de la intencionalidad del presente texto, esta será abordada en un capítulo independiente.

      — Los daños materiales y físicos que generalmente rayan con el vandalismo y la destrucción del medio, ya sea escolar, de la ciudad misma o de las personas, y que consisten, entre otras cosas, en: ruptura de objetos o destrucción de la propiedad pública o privada, realización de “pintas” o grafitis en las paredes y los muros, el robo de enseres o partes del mobiliario, ya sea de la institución educativa o de la ciudad, y en general, todo tipo de acciones destructivas que atentan contra lo material.

      — La violencia física, un tipo de agresión de alta intensidad que involucra golpes, riñas, daño a la integridad física del otro, ya sea con golpes o con algún tipo de objeto o de arma, conflictos entre grupos o pandillas, enfrentamientos y todo tipo de acciones en las que se hace uso inadecuado de la fuerza para generar violencia. Este tipo de acciones generalmente se inscriben en la categoría de los delitos en el ámbito jurídico.

      — El consumo de sustancias prohibidas o dañinas para el ser humano, tales como las psicoactivas, las medicinas controladas, el alcohol, el cigarrillo o cualquier otro tipo de sustancia que atente contra la integridad y la salud del ser humano.

      Cuando se habla de violencia en la escuela casi siempre se hace referencia a las agresiones y actos violentos que se suscitan entre los estudiantes y sus compañeros, y si bien es uno de los problemas más serios de la convivencia, también hay otro tipo de violencia o agresión que se da entre la institución o sus profesores, y los estudiantes. Este es un tipo de violencia del cual casi no se hacen estudios o indagaciones, porque parece estar legitimado o normalizado por el sistema mismo. Se podría hablar entonces de un tipo de violencia institucionalizada.

      Es evidente que la violencia institucionalizada no existe por deliberación y perversa decisión de los directivos, los profesores o de cualquier otra instancia o estamento de la institución. Existe porque ella está asociada, entre otras cosas, a las maneras de ser y proceder de los directivos y profesores, o a criterios y patrones de comportamiento que previamente se han determinado como fundamentales en los procesos formativos, o porque se tiene un concepto de autoridad que raya en el autoritarismo y la represión contra toda forma de proceder y actuar de los estudiantes.

      En las instituciones educativas se generan procesos y procedimientos de actuación que en sí son violentos o agresivos para los estudiantes, ya que buscan amedrentarlos y someterlos a las formas de proceder con anterioridad definidas. En ocasiones estas formas larvadas de agresión o violencia adquieren el tinte conocido como de violencia pasiva o violencia soterrada, que termina por aceptarse como “normal” o como una manera adecuada de proceder. Generalmente este tipo de violencias es generado por parte del personal directivo, de los profesores o del personal de apoyo contra los estudiantes y, en algunos casos, contra los padres de familia. Algunas de las manifestaciones más comunes de ella son:

      — La agresión pasiva. Se configura cuando quien detenta un poder en el aula o en la institución escolar emplea un lenguaje irónico, descalificador, manipulador de los sentimientos y emociones de los otros, hace chantaje emocional, o en últimas, manipula al otro mediante expresiones intimidatorias, buscando su sometimiento u obediencia. Este tipo de violencia es casi siempre verbal, no emplea la agresión física, y se queda generalmente en el plano de las expresiones.

      Dicho comportamiento es violencia, porque somete, intimida y paraliza al otro, coartando su libertad y autonomía, llevándolo a la pérdida de la autodeterminación y haciendo que actúe más por miedo y coerción que por libre determinación. Emplea como motor de manipulación la fuerza psicológica o la emocional, que utiliza para coartar y someter al otro.

      — Las sanciones evaluativas. Este tipo de violencia larvada tiene que ver con las actuaciones de un docente que utiliza los quices, las previas, las tareas y los exámenes sorpresa como medio de control, sometimiento o manejo de la disciplina y que buscan intimidar y mantener al estudiante “bajo control”. Se presenta generalmente cuando el docente es incapaz de controlar al grupo o tener un manejo adecuado de él.

      Este tipo de violencia generalmente se sustenta en argumentos cercanos a la exigencia académica, a la necesidad de mantener el control, y generalmente, a todo tipo de argumentos de orden académico, pero en definitiva ocultan un docente poco diestro en el manejo de los estudiantes, temeroso, intimidado por estos, con necesidad de mantener el orden y la compostura en el grupo, que lo lleva a agredirlos y someterlos con la herramienta de la cual dispone de manera inmediata, pero además cobijada con una “buena causa”: la exigencia académica.

      — El autoritarismo. Muchos directivos o profesores de las instituciones educativas piensan que frente a los niños o a los adolescentes se debe actuar con autoridad, de tal manera que consideran que la mejor manera de proceder es siendo impositivo, exigente, no negociando, y sobre todo, definiendo todo desde las estructuras más centrales de la institución, sin dar cabida al debate, al disenso o a la controversia.

      Suele suceder que los profesores confundan detentar una legítima autoridad con autoritarismo, en tanto siempre están prevenidos ante los posibles “retos” que los estudiantes o adolescentes les plantean y que, a juicio suyo, minan su autoridad. Ante esta situación, muchos docentes o directivos optan por asumir posiciones dogmáticas, no permiten que se cuestionen sus decisiones, no admiten ningún tipo de controversia y todo lo definen, todo lo controlan.

      Rápidamente el autoritarismo empieza a ser un tipo de violencia pasiva, la que si bien no golpea físicamente, sí maltrata la autoestima de los estudiantes, les impide autoconstruirse, los paraliza en la acción y les impide que encuentren maneras propias y adecuadas de solución de los problemas y de las situaciones que diariamente acontecen en el trajinar de la vida escolar.

      — Ignorar los problemas de convivencia. En un gran número de instituciones educativas los directivos, pero especialmente los profesores, ignoran deliberadamente los casos de agresividad, violencia no física, intimidación y demás problemas de convivencia. Generalmente esto ocurre porque los profesores tienden a minimizar los comportamientos disruptivos que ocurren en la cotidianidad, ya sea porque los consideran banales y juzgan que no son situaciones graves, o porque quieren ahorrarse problemas o no desgastarse con los estudiantes interviniendo en cada situación problemática.

      Este


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