Tres ensayos sobre democracia y ciudadanía. Baldo Kresalja
negativas que se afirman no en el Estado sino frente a él. La participación política es indirecta y se concreta en el gobierno representativo por medio del sufragio. Así, pues, para los liberales el componente social de la ciudadanía consiste en la capacidad de garantizar la plena vigencia de los derechos civiles y políticos. La actitud del ciudadano concreto es más bien negativa y defensiva, pues busca gozar de autonomía suficiente para atender a su propio interés y planes de vida; sus deberes cívicos son escasos. «Lo decisivo para la tradición liberal […] radica en la defensa de los derechos individuales de los ciudadanos y en el respeto irrestricto a la ley que los protege. Los derechos de libertad preexisten a la esfera del derecho y del Estado»51.
El modelo de ciudadanía del republicanismo, como ya dijimos, es distinto al liberal; el elemento distintivo es la idea de participación, que se encuentra estrechamente vinculada a la noción de libertad republicana como no dominación, a la soberanía de las leyes y a la presencia de virtudes cívicas como soportes de deberes ciudadanos. La idea es que sin participación libre en la cosa pública esta puede ser contaminada. Según esta teoría, la libertad está ligada a la ausencia de dependencia material de otros. El ciudadano es libre por la ley, gracias a la ley, y no a pesar de ella. Ello exige asumir deberes para con la cosa pública, compartir ciertos valores, costumbres y concepciones del bien, lo que Tocqueville llamó «hábitos del corazón». Los ciudadanos deben ser educados en la virtud cívica. Dice Ortiz Leroux:
El republicanismo sostiene la idea de un Estado socialmente responsable y activo en materia moral que fomente la participación ciudadana en la cosa pública a partir del cultivo de las virtudes cívicas52. El liberalismo, por su parte, es partidario de un Estado abstencionista y pasivo o neutral en materia moral que respete los derechos y la autonomía del individuo53.
¿Puede, con las características anotadas, existir un modelo de ciudadanía moderno e integral? El autor que venimos citando cree que sí, que tendría que defender tanto el elemento de los derechos como el principio de participación, pero que también debería establecer límites a ambos, que habrían de estar previamente definidos por la prioridad general. En otras palabras, defender la más amplia extensión de los derechos del individuo de corte liberal siempre que no pongan en entredicho la participación ciudadana en la cosa pública, que no cuestionen la libertad republicana como no dominación. Las libertades cívicas y políticas liberales son compatibles, dice Ortiz Leroux, con la existencia social y con la suficiencia material. Deberían ser más bien las libertades económicas las que requieran vigilancia y necesiten límites. De esa forma, concluye, el principio de participación de corte republicano no sería excluyente con el lenguaje de los derechos de matriz liberal.
2. Maurizio Viroli ha tratado de las diferencias entre patriotismo y nacionalismo en su libro Por amor a la patria54, y ello tiene relación con el tema de ciudadanía que estamos tratando. El patriotismo, afirma, ha sido utilizado para fortalecer el amor a las instituciones políticas y la forma de vida que defiende la libertad, mientras que el nacionalismo —que se fraguó a finales del siglo XVIII en Europa— defiende la homogeneidad cultural, lingüística y étnica de un pueblo. Dice: «mientras que los enemigos del patriotismo republicano son la tiranía, el despotismo y la corrupción, los enemigos del nacionalismo son la contaminación cultural, la heterogeneidad, la impureza racial y la desunión social, política e intelectual»55.
Para los republicanos existe una obligación moral para con el país, al que se le debe la vida, la educación, la lengua y hasta la libertad, y por tanto debe devolvérsele lo que nos ha dado, sirviendo al bien común. En consecuencia, es preciso luchar contra cualquiera que desee imponer el interés particular sobre el bien común, oponerse a los que buscan exigir la homogeneidad cultural, étnica o religiosa, o a los que nieguen los derechos civiles y políticos, porque ello hace a la república opresiva y a los ciudadanos, fanáticos. Por cierto, este razonamiento adolece de puntos débiles, porque para que la población se comprometa con la libertad común es preciso apelar a sentimientos de compasión y solidaridad que están enraizados en vínculos de sangre, cultura e historia. La retórica nacionalista es influyente en los pobres, desempleados y en la clase media en declive, que encuentran en la pertenencia a una nación una nueva dignidad. Pero lo que en verdad necesita una buena república, dice Viroli, es otro tipo de unidad, principalmente la unidad política sustentada en el ideal republicano. Y reconoce que «la victoria ideológica del lenguaje del nacionalismo ha relegado al lenguaje del patriotismo a los márgenes del pensamiento político contemporáneo»56.
Sin embargo, desde la orilla republicana se ha hecho ver que el único patriotismo posible en sociedades multiculturales, como la peruana, es un patriotismo basado en la tradición republicana, en la lealtad política sobre las diferencias culturales, religiosas o étnicas; esto es, en la práctica de la democracia participativa y en el ejercicio de los derechos políticos. Poca duda cabe de que el patriotismo crece cuando se permite y se alienta el autogobierno democrático, y hace posible la virtud cívica, entendida como amor a la libertad común, un arma contra los corruptos y los poderosos abusivos. Ese patriotismo de la libertad no requiere homogeneidad cultural, religiosa o étnica, sino demanda fortalecer la práctica y la cultura de la ciudadanía, un camino político.
3. PERSPECTIVA COSMOPOLITA
1. «¿Qué es un ciudadano hoy?», se pregunta Javier Peña en su ensayo «Nuevas perspectivas de la ciudadanía»57. Lo distinguen —señala— tres aspectos: en primer término, ser igual ante la ley que los demás ciudadanos, con independencia del linaje, sexo, religión o raza, esto es, la diversidad sustancial de condiciones se engloba bajo la figura unitaria de ciudadano. Pero advierte que ello no elimina la desigualdad material que impondrá el mercado. El mayor esfuerzo para superar esta limitación lo ha hecho en Europa la socialdemocracia con el llamado «Estado del Bienestar», duramente cuestionado por el neoliberalismo durante las últimas décadas. En segundo término, la ciudadanía tiene una dimensión política, pues el ciudadano participa a través de sus representantes en el gobierno de los asuntos públicos. En tercer lugar, tiene una condición nacional-estatal, porque forma parte de una entidad colectiva con identidad propia, la más adecuada dada la complejidad de las sociedades modernas. Esa identidad cívica se conjuga bien con los derechos humanos y la capacidad de inclusión, pues la desvincula de rasgos étnicos y culturales que no se pueden adquirir a voluntad.
Así, si bien la idea de ciudadanía ha estado vinculada al Estado-Nación, a un ámbito territorial particular, en la actualidad hay una corriente que busca repensarla desde una perspectiva cosmopolítica, como una exigencia natural del proceso de globalización y el desarrollo de instituciones supranacionales que dan cabida y defienden derechos humanos universales. Entonces ya no solo se reconocen los derechos de los compatriotas: se impone la idea de que formamos parte de un solo mundo, de la necesidad de un sistema de justicia cosmopolita. Esta propuesta, sin embargo, ha sido calificada de utópica, porque la dimensión democrática se desvanecería y porque son muchos los intentos nacionales de no admitir la apertura de fronteras.
En ese contexto entran otra vez en tensión las posiciones liberales y republicanas a las que ya nos hemos referido. Mientras que el liberalismo da preferencia a lo individual sin intromisiones ajenas y entiende el compromiso democrático como un compromiso de intereses recelándose de las conductas activas y participativas, el modelo republicano concibe la ciudadanía en relación con la comunidad, porque la autonomía frente a la dominación arbitraria solo puede alcanzarse en conjunto, pues considera que solo así se puede ser auténticamente libre. Para el republicanismo, dice Peña, «tiene la mayor importancia la virtud cívica, que puede ser definida como compromiso y disposición al ejercicio activo de la ciudadanía a favor de la comunidad política y del interés público»58. Considera este autor que la falta de intervención de los ciudadanos produce la decadencia de las instituciones, el desarrollo de poderes arbitrarios y la difusión de la corrupción; promueve Peña, en consecuencia, la deliberación y considera la virtud cívica como una virtud política.
2. Pero lo que no puede dejarse de advertir es la vigencia creciente de las llamadas «políticas identitarias» que han tenido origen en las democracias de países ricos y que se han extendido rápidamente a través de los medios de comunicación modernos; políticas que persiguen proteger