Tres ensayos sobre democracia y ciudadanía. Baldo Kresalja
es decir, combatir la desigualdad llamada «vertical». Responden más bien a desigualdades «horizontales», a grupos culturalmente diferenciados por la etnia, el género o la religión, materia que los partidos políticos tradicionales no han sabido asumir en sus propuestas. Pero la intensidad de estas percepciones trae consigo un peligro que hay que saber enfrentar. No se trata de un egoísmo ancestral sino de algo más grave, del olvido de la noción de «nosotros», los ciudadanos. Se trata de la preeminencia de un materialismo económico ultraliberal, en el que las elecciones que valen son solo aquellas vinculadas a derechos individuales, dejando de lado las necesidades naturales de las colectividades. La defensa de las minorías y de las diferentes culturas se vio pronto sobrepasada, y los portadores de esas políticas identitarias que falsamente se identificaban como liberales dieron lugar a actitudes xenófobas y discriminatorias que en varios casos encontraron refugio en grupos religiosos evangélicos caracterizados por su fanatismo. Se hicieron entonces ininteligibles preguntas como ¿qué puedo hacer por mi país? Y se pusieron por delante asuntos como preferencias de raza, sexo y género, utilizando la pregunta que suelen constantemente repetir: ¿qué me debe mi país en virtud de mi identidad?59 Un camino dirigido, sin duda, a cuestionar la existencia del concepto de ciudadanía.
3. Más allá, entonces, de toda disquisición teórica, ser ciudadano es ser gestor de su destino y responsable de sus actos. También, capaz de crear riqueza y estar comprometido con su comunidad, y hoy, además, ser protector del ambiente en el que vive; en otras palabras, ser un impulsor del desarrollo. En el caso nuestro, el individuo promedio tiene limitaciones para poder ser considerado como un ciudadano completo; es más, en la mayoría de los pueblos del Perú no existe el capital humano capacitado para el autogobierno y la formación de cadenas productivas. Algo se ha avanzado durante los últimos años y capacidades naturales no faltan, pero en materia educativa y tecnológica estamos aún muy atrasados. La superación de las limitaciones debe ser una tarea conjunta de organizaciones propias de la sociedad civil pero también de quienes tienen el poder de decisión y de distribuir recursos, esto es, el Gobierno central60.
4. EL PATRIOTISMO CONSTITUCIONAL
Esa superación de nuestras limitaciones podría tomar como ejemplo los esfuerzos del llamado «patriotismo constitucional» entroncado con la tradición política del republicanismo que requiere de una participación de la ciudadanía destinada a la promoción del bien común. Tiene un destacado componente universalista que se contrapone al nacionalismo de base étnico-cultural, pues busca una identidad colectiva compatible con el sistema democrático y los derechos humanos.
Como señala Juan Carlos Velasco: «el objeto de la adhesión no sería entonces el país que a uno le ha tocado en suerte, sino aquel que reúne los requisitos de civilidad exigidos por el constitucionalismo democrático; solo de este modo cabe sentirse legítimamente orgulloso de pertenecer a un país. Dado su destacado componente universalista, este tipo de patriotismo se contrapone al nacionalismo de base étnico-cultural»61, que tiene entre nosotros últimamente numerosos seguidores, lejanos a los intereses democráticos y en más de una ocasión volcados a soluciones autoritarias, en las cuales las modalidades de la democracia directa adquieren el carácter de instrumentos esenciales para el logro de sus propósitos.
Ese fin perseguido por el patriotismo constitucional reivindica una cultura política republicana con el propósito de cohesionar una sociedad con formas de vida y tradiciones culturales heterogéneas, para «articular la unidad de la cultura política en la multiplicidad de subculturas y formas de vida»62, todo ello para consolidar una cultura política de tolerancia que haga posible la coexistencia intercultural. Un camino como este debería poderse plasmar en un país pluricultural y multiétnico como lo es el Perú, enfrentándose a la carga emocional de la idea fuerza de nación, en el caso peruano de naciones con su legado cultural específico, solo políticamente superable, pero a la vez estable mediante la instauración de una «nación de ciudadanos» que ejercen activamente sus derechos democráticos preocupados por el destino de lo público que atañe a todos. En tal virtud la identificación de los ciudadanos con los intereses generales y públicos de la sociedad da lugar al nacimiento de indignación cívica frente al abuso del poder o ante la corrupción de las autoridades63.
5. LA NECESARIA IDENTIDAD POLÍTICA
1. Pero un concepto pleno de ciudadanía, afirma Cortina, integra un status legal (un conjunto de derechos), un status moral (un conjunto de responsabilidades) y una identidad, por la que la persona se sabe y siente parte de una sociedad64, y que la impulsa a comprometerse con la cosa pública, a sacrificarse por el logro del bien común, más allá del hogar doméstico y de la economía de mercado, la ruta para alcanzar «una democracia sostenible» y superar las contradicciones de las sociedades influidas por el neoliberalismo y el consumismo. La noción de ciudadanía, generalmente restringida al ámbito político, ya no puede ignorar la dimensión pública de la economía, ni las organizaciones de la sociedad civil interesadas en participar en las cuestiones públicas y la supervivencia y habitabilidad del planeta:
La ciudadanía, como toda propiedad humana, es el resultado de un quehacer, la ganancia de un proceso que empieza con la educación formal (escuela) e informal (familia, amigos, medios de comunicación, ambiente social). Porque se aprende a ser ciudadano, como a todas otras cosas, pero no por la repetición de la ley ajena y por el látigo, sino llegando al más profundo ser sí mismo65.
2. Hay que recordar que la identidad se funda en la construcción de una diferencia, por lo que es siempre problemática, pues no es algo dado por la naturaleza sino un proceso de asimilación y aprendizaje cultural que nunca concluye y cuyas variaciones dependen tanto de dinámicas interiores como de influencias del exterior. Como dice Víctor Vich, a quien venimos siguiendo, «la identidad es siempre una construcción histórica que está sujeta a variaciones en su desarrollo»66. Más aún cuando la identificación generalmente no es total ni unificada.
En síntesis, en nuestros días el ciudadano requiere que se le ofrezca y permita crear o tener una identidad política para que pueda situarse y comprender a cabalidad el complejo mundo en el que vive, identidad que debe contener estrategias compartidas para mejorarlo o cambiarlo. El ciudadano ya no puede ser solo un testigo, un receptor que no ha alcanzado el status de representado.
47 Lilla, M. El regreso liberal. Barcelona: Debate, 2018, p. 131.
48 Mires, F. Civilidad, op. cit., p. 114.
49 Cortina, A. Ciudadanos del mundo. Madrid: Alianza Editorial, 1999, p. 42.
50 Ortiz Leroux, S. En defensa de la república. México: Ediciones Coyoacán, 2014.
51 Ortiz L. S., op. cit., p. 124.
52 Las virtudes cívicas son, entre otras, la igualdad, la fraternidad, el patriotismo, la prudencia, la honestidad, el amor a la justicia, la austeridad, la solidaridad.
53 Ortiz L. D., op. cit., p. 130.
54 Viroli, M. Por amor a la patria. Barcelona: Planeta, 2019.
55 Ibid., p. 16.
56 Ibid., p. 199.
57 Peña, J. «Nuevas perspectivas de la ciudadanía», en Fernando Quesada (Editor), Ciudad y ciudadanía. Madrid: Trotta, 2008.
58 Ibid.,