La teoría de la argumentación en sus textos. Luis Vega-Reñón
2 Un colega me plantea esta interesante sugestión: “pensar por sistemas para tener en cuenta”. Dejo el desarrollo al lector.
Falacias
Extractos de los caps. 1 y 8
Charles L. Hamblin
Fallacies. London: Methuen & Co., 1970. Newport News, VA: Vale Press, 2004.
Falacias. Traducción de Hubert Marraud. Lima: Palestra, 2016.
Capítulo 1
El tratamiento estándar
Habrá pocos temas más persistentes o que hayan cambiado tan poco a lo largo de los años. Después de dos mil años de estudio activo de la lógica y, en particular, transcurrida más de la mitad del más iconoclasta de los siglos —el siglo XX d. C.— las falacias siguen clasificándose, presentándose y estudiándose básicamente a la vieja usanza. La lista principal de Aristóteles de trece tipos de falacias de su Sobre las refutaciones sofísticas —el título latino de De sophisticis elenchis (del griego Περὶ tôv σοφιστικῶν ἐλέγχων) que ha hecho que a veces se las llame ‘sofismas’ y a veces ‘elencos’— sigue apareciendo, normalmente con una o dos omisiones y un puñado de añadidos, en muchos manuales de lógica. Aunque ha habido muchas propuestas de reforma, ninguna ha conseguido más que una aceptación temporal. Los contratiempos que sufrió el tratamiento de Aristóteles deben tanto a vicisitudes históricas irrelevantes como a las críticas de sus defectos. Así, aunque corriente en el mundo antiguo en Atenas, Alejandría y Roma, estuvo “perdido” en Europa occidental durante siglos del periodo monástico. Pero fue redescubierto con entusiasmo hacia el siglo XII, cuando empezó a ser parte del curriculum de lógica de las nacientes universidades. Desde entonces hasta nuestro siglo los manuales de lógica sin un breve capítulo dedicado a las falacias han sido la excepción. Y como durante la mayor parte de ese periodo todos los estudiantes cursaban lógica, el bagaje de los hombres de negocios europeos solía incluir una versión estándar de la doctrina de Aristóteles como una necesidad rutinaria en pie de igualdad con el conocimiento de la tabla de multiplicar. Bastantes, de hecho, escribieron tratamientos de las falacias: por lo menos un Papa, dos santos, multitud de arzobispos, el primer canciller de la Universidad de Oxford y un Lord Canciller de Inglaterra. La tradición ha demostrado en repetidas ocasiones ser demasiado resistente para los disidentes. En el siglo XVI Ramus encabezó un ataque contra Aristóteles negándose a considerar las falacias como un tema propio de la lógica, alegando que el estudio del razonamiento correcto bastaba por sí mismo para aclarar su naturaleza. Pero pocos años después sus seguidores ya habían reintroducido el tema y uno de ellos, Heizo Buscher, llegó a publicar un tratado titulado La historia de la solución de las falacias… deducida y explicada a partir de la lógica de P. Ramus1. Bacon y Locke también rechazaron el tratamiento aristotélico, pero solo para reemplazarlo por un tratamiento propio que a su debido tiempo se fundió con aquel. Aunque en el siglo pasado algunos de los lógicos de mentalidad más matemática, empezando por Boole, suprimieron el tema de sus libros, en aparente acuerdo con Ramus, se puede apreciar un reflujo.
¿Qué otras tradiciones hay? Constantinopla, en el intervalo que media entre la caída de Roma y su propia caída ante los turcos, continuó con la tradición griega en declive más al oeste. También algunos lógicos árabes heredaron Sobre las Refutaciones Sofísticas de Aristóteles y escribieron sus propios comentarios. Pero estas tradiciones no son sino avanzadillas de la nuestra. Más al oriente encontramos una tradición lógica aparentemente independiente en la India, que, empezando por el Nyāya Sūtra, tiene su propia doctrina de las falacias como un anexo a su propia teoría de la inferencia. Los lógicos indios mostraron el mismo interés por explorar las formas de razonamiento defectuoso y la misma incapacidad para abandonar su tradición original o prescindir de ella. El estudio de la tradición india es especialmente importante como piedra de toque para contrastar nuestras vagas generalizaciones históricas.
No deja de ser sorprendente que no haya ningún libro sobre las falacias; es decir, ningún estudio extenso del tema como un todo o del razonamiento incorrecto por sí mismo, no solo como apostilla o anexo a otra cosa. El Arte de tener razón de Schopenhauer es demasiado breve y Falacias políticas de Bentham demasiado especializado. El título Fallacies: a View of Logic from the Practical Side [Falacias: una visión de la lógica desde su lado práctico] del libro de Alfred Sidgwick miente, y el libro está consagrado en buena medida a exponer una teoría del razonamiento lógico no falaz. Aunque algunos tratados medievales son extensísimos (el de Alberto Magno, por ejemplo, tiene 90.000 palabras latinas) son meros comentarios de Aristóteles, incluso cuando no lo hacen constar en el título, como sucede con el Tratado de las falacias mayores de Pedro Hispano. Y todos los demás, incluido el prolijo tratamiento de J.S. Mill deben verse como partes breves de obras más extensas (Mill es igual de prolijo en el resto del volumen). El propio Sobre las Refutaciones Sofísticas de Aristóteles en realidad no es sino el noveno libro de sus Tópicos.
Naturalmente también hay otro tipo de obras sobre las falacias, obras menos formales como Straight and Crooked Thinking [Razonamiento recto y torcido] de Thouless, Thinking for Some Purpose [Pensar para algo] de Stebbing, y quizá Critique of Poor Reason [Crítica de la razón pobre] de Kamiat y Tyrany of Words [La tiranía de las palabras] y Guides to Straight Thinking [Guía del razonamiento recto] de Stuart Chase, que tratan de hacer que el lector distinga y reconozca el razonamiento defectuoso fundamentalmente por medio de la discusión de ejemplos. Algunos de esos libros —no diré cuáles— son buenos, pero no cubren las necesidades de un examen teórico crítico. En la misma categoría —o quizá en el intersticio entre ellos— puede citarse el libro titulado Fallacy — the Counterfeit of Argument [Falacia: la falsificación del argumento] de W. Ward Fearnside y William B. Holther. En la contraportada se describe como “51 falacias nombradas, explicadas e ilustradas”. Esa amplia colección de falacias se dispone en un sistema de categorías que en parte se parecen a las tradicionales, sin pretender, al parecer, ser exhaustivas ni mutuamente excluyentes. Estos libros tienen su lugar, pero no es este. Lo que se necesita, sobre todo, es una discusión de varias cuestiones teóricas sin resolver que esos libros no incluyen entre sus términos de referencia.
Lo cierto es que hoy en día nadie está satisfecho con este rincón de la lógica. El tratamiento tradicional es demasiado asistemático para el gusto moderno. Al mismo tiempo prescindir de él, como hacen algunos, es dejar un hueco que nadie sabe cómo colmar. No disponemos de ninguna teoría de las falacias, en el sentido en el que disponemos de teorías del razonamiento y la inferencia correctas. Sin embargo, tenemos necesidad de etiquetar y tabular ciertos tipos de procesos inferenciales falaces que remiten a consideraciones que van más allá del resto de tópicos de nuestros libros de lógica. A ciertos respectos, como argumentaré después, estamos como los lógicos medievales antes del siglo XII: hemos perdido la doctrina de las falacias y tenemos que redescubrirla. Pero todo es más complicado porque hoy en día nos exigimos unos niveles de rigor teórico mayores, y no nos conformamos con una teoría menos ramificada y sistemática que aquellas a las que estamos acostumbrados en otras áreas de la lógica. Además, podemos encontrarnos con que el tipo de teoría que necesitamos no se puede construir aisladamente. Lo que quiero sugerir es que el interés por las falacias siempre ha estado, en parte, fuera de lugar porque se estudiaban para recordar al estudiante (y también al profesor) el alcance y las limitaciones de las demás partes de la lógica. Lo que los lógicos de los siglos XIII y XIV hicieron del estudio de las falacias es especialmente interesante a este respecto.
Queda, sin embargo, para capítulos posteriores. Para empezar, sentemos las bases de una explicación, no de lo que sucedió en el siglo XIII o de lo que escribió Aristóteles, sino del tratamiento típico o medio tal y como aparece en el breve capítulo típico o apéndice del manual corriente moderno. Hay que reconocer que lo que nos encontramos muchas veces es un tratamiento tan degradado, gastado y dogmático como quepa imaginar; increíblemente aferrado a la tradición, carente por igual de sentido lógico e histórico, y casi sin conexión alguna con cualquier otro tema de la lógica moderna. Es la parte del libro