La teoría de la argumentación en sus textos. Luis Vega-Reñón

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personal, la utilidad colectiva, etc., y todavía todas las hipótesis, posibilidades o esperanzas que se relacionan con lo desconocido. Ahora, ¿cómo se combina esto en la moral viva? Nadie es capaz de presentárnoslo formulado con números o con letras; pero, quien sepa pensar así, aunque sin fórmulas, será quien tenga más probabilidad de que la moral le ahonde en el alma.

      Otra observación sumamente interesante es esta: el hombre se defiende tan mal de la falacia de falsa sistematización que hasta hay una especie de gloria —no la mejor gloria, pero sin duda una forma de ella: una causa de persistencia en la memoria de los hombres— que depende de esa misma falacia. Es un fenómeno muy curioso. En nuestros programas de enseñanza, o en las historias del pensamiento humano, figuran con bastante preferencia ciertos grandes sistemas de tal naturaleza que no que ha impedido su disolución —su olvido— es, podría decirse, una especie de indigestibilidad. Supongamos —ya cité este caso— que un Rousseau, por ejemplo, hubiera hecho una serie de reflexiones prácticas, sensatas, bien observadas, moderadas y exactas, sobre el papel de la voluntad en el orden de las sociedades o sobre el papel que debemos dar a la naturaleza en la educación; esas observaciones habrían sido estudiadas y utilizadas; habrían sido probablemente devueltas en acción para los hombres que las hubieran asimilado; y, —¡cosa interesante!— es posible que, entonces, el nombre de Rousseau no se recordara tanto hoy. Pero era este Rousseau un exagerador formidable; arremetía con cada idea y se llevaba todo por delante. De manera que construyó su teoría del “contrato social”, según la cual la sociedad no tiene otro origen que la voluntad humana; construyó su teoría de la educación “natural”, donde figura aquel Emilio a quien su educador prefería muerto antes que verlo entrar en la tienda de un vendedor de bujías porque no es natural la luz de estas… Pues bien, la mente de los hombres es tal que eso asegura a su autor una forma de gloria: gloria negativa, si ustedes quieren; pero el hecho es que no hay un programa en que no figuren tales teorías de Rousseau, aunque sea para hacer su “refutación”. Y la humanidad no ha podido “eliminar” esas teorías. Y ello se parece a una digestión difícil. Una sustancia alimenticia y fácilmente asimilable se convierte en el organismo en fuerza y energía, y esa fuerza y esa energía son utilizadas y la sustancia desaparece. Otras no se pueden resolver y quedan. Y, como ellas, ciertas teorías: las citadas de Rousseau, la ley de Malthus, las utopías de Fourrier y una gran cantidad de sistemas de reorganización social son, vuelvo a repetirlo, algo así como formidables bolos ideológicos que se le hubieran indigestado a la humanidad.

      Habría de que resumir todo esto y el resumen es muy simple. Lo que yo procuro enseñarles, esto es, pensar con todas las ideas que se pueda, teniéndolas en cuenta todas, tomándolas como tendencias, en cada caso, equilibrándolas, adaptándolas, es muy fácil de comprender. Si es difícil de aplicar es, sobre todo, porque cuesta al espíritu humano libertarse de la impresión de abandono en que le parece encontrarse una vez que lo dejan libre.

      Supónganse ustedes una generación de maestros de escuela formados única y exclusivamente con la teoría “naturalista”. Se les habría enseñado que hay un criterio absoluto: la vuelta a la naturaleza; y tendría reglas fijas, hechas, infalibles, que los llevarían, por ejemplo, hasta impedir que sus alumnos encendieran luces, porque alumbrarse con ellas no es natural. Supongamos que una persona de buen sentido aparece en esa escuela y les dice: “Señores, a ustedes los han acostumbrado a pensar mal. Indudablemente, hay que tener en cuenta la naturaleza y las indicaciones naturales; pero eso no es todo lo que hay que tener en cuenta, aunque no sea sino porque vivimos en condiciones que son en parte artificiales, en que lo que fue artificial tal vez se está convirtiendo en natural, en que no se sabe bien lo que es natural y lo que es artificial, en que tal vez estas palabras no tengan un sentido claro… y porque, a veces, lo artificial es bueno”; en fin, les enseñará a pensar: “Tengan ustedes en cuenta una y otra cosa: lo que es la naturaleza, lo que fue antes el hombre, pero también lo que puede ser, lo que debe ser y lo que quiere ser…”. Lo interesante es esto: que esos maestros se sentirían a primera vista como desamparados. “Bien, este señor nos quita nuestra regla; pero, y ahora, ¿qué hacemos?, ¿qué nos da en cambio?”. Si es difícil pensar como yo les recomiendo es porque es difícil libertarse de la impresión de que aquel a quien le quitan sistemas universales, o la costumbre de hacerlos, pierde algo. Lo importante es sentir entonces lo que se gana.

      Apéndice

      Ampliación y corrección al capítulo

      “Pensar por sistemas y pensar por ideas

      para tener en cuenta”

      Creo que el texto hace efecto de que yo creyera y enseñara que pensar por sistemas es siempre malo. Debió explicarse bien en él que pensar por sistemas es malo en los casos en que no se debe pensar así. (Ese capítulo era el estudio de otro paralogismo más: “El paralogismo de falsa sistematización”; y este debió ser el subtítulo).

      Hay casos en que pensar por sistemas es legítimo y conveniente. Y, sin refinar demasiado, los casos más comunes, por ejemplo, de las matemáticas o de la mecánica: para multiplicar enteros, para extraer raíces, para trazar una perpendicular o para hallar la superficie de un triángulo, se aplica una regla encontrada y establecida de antemano, y esta es precisamente la característica de pensar por sistemas, o sea aplicar en los casos particulares que se van presentando una regla de conducta general ya de antemano establecida. Razonar en cada caso, en ejemplos como esos, podrá ser útil de cuando en cuando para refrescar el razonamiento, para mejorar la comprensión, tal vez para impedir que los procedimientos se vuelvan demasiado reflejos (aun cuando esto último, desde otros puntos de vista, es en esos casos muy útil); pero ni es necesario, ni alterará el resultado. Y no solo en matemáticas y en mecánica se encontrarán los casos, sino en otras ciencias; especialmente entre las ciencias que tratan de la materia inerte; y también hasta para algunos hechos de la vida. No se puede decir de antemano cuáles sean esos casos, aunque abunden más en ciertos órdenes de conocimientos. Si en general se quisiera establecerlos, se diría que, en grueso, en esquema, se puede pensar por sistemas (esto es: es legítimo y conveniente hacer el raciocinio antes y una vez por todas, y en cada caso aplicarlo sin razonar de nuevo para ese caso), se puede pensar, digo, en esa forma allí donde, primero, se sabe todo, lo de hecho y lo de principio, esto es, cuando se poseen bien todos los datos de la cuestión, y todos los principios que han de ser aplicados; y segundo, cuando todo esto es puede combinar, integrar —diremos— en el sistema. (Podría ocurrir, entre paréntesis, lo primero sin que ocurriera lo segundo: en posesión de todos los datos y principios, podríamos ser incapaces de integrarlos, sea por la naturaleza misma de los hechos y principios, o de unos o de otros, o por impotencia especial de la nuestra). Pero esa manera de pensar por sistemas, o sea por razonamientos hechos de antemano, se va haciendo cada vez más difícil y peligrosa a medida que se trata de cosas más complejas; y en los órdenes de la moral y de la psicología, y en la literatura, en la filosofía, en lo social, y en muy amplio grado en lo práctico, entonces… lo del texto: esto es, los peligros de pensar por sistemas y la conveniencia de pensar por ideas para tener en cuenta y con ellas examinar cada cuestión y del modo más amplio.

      Más completo aún lo anterior

      La posibilidad de pensar convenientemente por sistemas se manifiesta en los casos en que se realizan dos condiciones: primera, saber todo, lo de hecho y lo de principio, y todavía poder integrarlo en un razonamiento general; y segunda, que los casos se repitan iguales, como ocurre, por ejemplo, en matemáticas. En esos casos es cuando puede razonarse una vez por todas y cuando hay pocos peligros, a veces ninguno, en aplicar ese razonamiento sin renovarlo para cada caso particular.

      Habría el caso extremo opuesto: aquel en que los casos particulares fueran tan diferentes y contuvieran tanto de inesperado y supiéramos tan poco o nos fuera tan difícil integrar lo que sabemos que fuera imprudente todo razonamiento anticipado, y en que conviniera reservar, para cada caso particular, el razonamiento entero.

      Teniendo esto en cuenta


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