Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
extranjeros de la bibliografía de Felipe II publicada por Bratli; ¿pero los enumerados no bastan para dar idea de lo que sobre España y de un solo reinado se escribe del otro lado de nuestras fronteras de tierra y mar? Hay que convenir en que, si toda esta bibliografía espléndida y numerosa es el resultado del movimiento que hacia la investigación de las documentaciones originales, principalmente en los archivos de Estado, se inició desde el impulso que en toda Europa produjo la reacción contra la literatura revolucionaria y bonapartista de Francia durante el breve reinado de la casa de Orleans en este país, en lo que á España toca, fué á Cánovas, desde tan juvenil edad, al que correspondió tomar sobre sí la representación nacional de todo este movimiento. La Historia de la decadencia, en realidad, fué su ensayo; pero ella le sirvió á él mismo de acicate para sus posteriores exploraciones propias, á la vez que de palanca para la escuela de prosélitos que de aquí surgió. Nuestras siempre desoladoras divisiones y contiendas políticas han sido la causa eficiente para que este movimiento regenerador se haya entibiado; pero como cada día se siente más la necesidad de reanudarlo por nuestra misma gloria y por nuestro propio estímulo, la semilla que se arrojó á la tierra hace cerca de sesenta años, algún día ha de convertirse en espigas de recompensa. Esa esperanza nos alienta á todos los que amamos la patria por la patria; y cuando el vergel preparado se cubra de flores, todos habrán de reconocer que el primero que hendió con su reja la tierra esterilizada por la inercia de dos siglos fué el ilustre autor de la Historia de la decadencia de España en 1854.
CUATRO PALABRAS Á LOS LECTORES
Creemos que un libro de esta clase necesita siempre de ciertas explicaciones, y por eso nos determinamos á escribir estas líneas. De otra suerte, nos expondríamos á que, sobre las censuras que merezca verdaderamente, recayesen otras infundadas.
No faltará quien pregunte por qué hemos hecho dos obras separadas en lugar de una sola, continuación de Mariana y Miñana14. Es muy sencillo. Nosotros opinamos que la continuación de una obra debe á ella semejarse; que no es continuación de una obra otra distinta en el método, en el estilo, en el espíritu. No queremos con esto ofender á nadie: decimos sólo la opinión que nos ha traído á proceder de diverso modo que otras personas, alguna muy estimable. Porque habiendo de escribir de otra suerte que Mariana y Miñana, verdadero continuador éste de aquél, hemos aceptado la dificultad tal como se nos presentaba, y hémosla resuelto haciendo un libro diferente en el nombre y la forma como en todo lo demás tenía que serlo.
Otros habrá que extrañen el que no hayamos puesto más atención en lo moderno que en lo antiguo, en la época de los Borbones15 que en la época de los príncipes austriacos. También hemos tenido para esto razones propias. En primer lugar, hemos querido llenar en algo un vacío que se nota en nuestra Historia, y es la descripción de nuestra decadencia, no menos notable, no menos grande ni menos digna de estudio que la romana. Que no lo hemos conseguido ya lo sabemos; pero puestos á la obra, debíamos hacer de nuestra parte todo lo posible por conseguirlo. Nuestra decadencia no sólo no está narrada hasta ahora sino que está ignorada, obscurecida, envuelta en falsedades y calumnias de extranjeros y nacionales; de aquéllos, como autores; de éstos, como imitadores ó copistas. Sabau y Blanco hizo no más que recoger noticias de libros extranjeros sin crítica, sin examen, con notoria precipitación é injusticia y con manifiestos y continuos errores. Á este han seguido después los más de los escritores nacionales. Los que mejor explican nuestra decadencia son dos extranjeros: Ranke y Weiss; pero ni uno ni otro quisieron hacer historias sino más bien disertaciones, y además, aunque ambos imparcialísimos, no son, al cabo, españoles, y su crítica no puede siempre ser aceptada. Algo de esto puede decirse también de nuestro buen amigo D. Adolfo de Castro, que ha escrito sobre la decadencia de España, sin pretender hacer una Historia. De todo esto nace el grande amor con que miramos la primera parte de nuestra tarea y el extendernos más en ella de lo que, al parecer, exigía la buena proporción del libro. Y al propio tiempo para no ser tan largos en la época de los Borbones, hemos tenido en cuenta que si la Historia próxima ó contemporánea es siempre espinosa y casi pudiera decirse imposible, señálase esto más á medida que se hace más detallada y minuciosa, porque se tropieza con mayor número de personas y de simpatías ó antipatías particulares. «Trabajo es – decía Quevedo – escribir de los modernos: todos los hombres cometen errores; pocos, después de haber incurrido en ellos, los quieren oir; conviene adularlos ó callar. El discurrir de sus acciones es un querer enseñar más con el propio ejemplo que con el de los otros.»
Por último, hemos procurado beber siempre en fuentes originales y españolas; para ello no hemos perdonado medio en el poco espacio de que hemos podido disponer. Los juicios, buenos ó malos, son nuestros siempre; los hechos los hemos tomado donde hemos podido hallarlos. No nos hemos fiado casi nunca de las versiones extranjeras, porque, ante todo, hemos querido hacer un libro español y para España, que era lo que hacía falta.
INTRODUCCIÓN
Vamos á anudar la historia de nuestra nación en el punto mismo en que comienza su decadencia. Mariana, que tomó su relación desde los tiempos más remotos, pudo recoger en sus principios á la Monarquía, y seguirla por los gloriosos caminos que la trajeron á la grandeza que alcanzó en el reinado de los Reyes Católicos. No fué menor asunto el de Miñana, que relató los hechos de Carlos V y los consejos y empresas de Felipe II. Aquí llegó el astro de España á su apogeo. Nosotros hemos de contar ahora cómo de tanta grandeza vinimos á humillación tan grande; cómo de tan alto poderío, á tamaña impotencia, y de sucesos tan prósperos, á tan inauditas desgracias como lloraron ojos españoles en los días de Carlos II. Tarea ingrata y penosa, donde el amor patrio contiene ó corta los vuelos de la fantasía; donde la razón se ofende y la fe se quebranta, y el corazón se lastima. Con harto placer trocaríamos nuestra tarea por las que llevaron á cabo Mariana y Miñana; pero quiso Dios que así como es inferior nuestro juicio y estilo al de aquellos historiadores, así fuesen menores los hombres y los sucesos que habían de ocupar nuestra pluma.
Al acabar el siglo xvi, sentía la nación cierto cansancio disculpable en lo grande de las obras que había ejecutado, y de las empresas que durante el anterior había acometido. Pero era cansancio, no decadencia aún lo que sentía. Si Dios hubiera concedido á Felipe II sucesores tan grandes como eran los estados y los empeños de la Monarquía, hubiérase conservado como estaba, y reparando y mejorando su constitución lentamente con la facilidad de los tiempos, el desengaño de los sucesos adversos y la enseñanza de los prósperos, quizá la hubieran alcanzado nuestros ojos dominadora aún, y grande y temida. Ello es que era ya uno el territorio de la Península después de tantos siglos de división y desconcierto entre las diversas provincias. El turco, nuestro mortal enemigo, estaba vencido y humillado. Aún la infantería de España no había cejado jamás en los campos de batalla. Proseguíanse las conquistas en África, y en América y Asia se adquirían cada día nuevos dominios y nuevas minas ó mercancías preciosas con que reparar, á poco que se acertase en los remedios, la penuria del erario y la pobreza de los pueblos. Todavía en los consejos del mundo era la primera voz y más sabia la de España. Todavía nuestros historiadores eran los más doctos y más elegantes, y nuestros poetas y novelistas, y arquitectos y pintores daban aún asombro á los presentes, esperando á que llegase el tiempo de infundirlo en los venideros. Ciertamente, la Monarquía tenía ya dentro de sí los gérmenes de corrupción que más tarde habían de destruirla, y cierto es también que Felipe II había cometido no pocas faltas en su reinado. Mas ha de tenerse en cuenta que aquellos gérmenes de corrupción no habían sido antes sino principios de vida y engrandecimiento que eran naturales en la Monarquía, y que lo mismo se advertían en ella cuando comenzaron á reinar los Reyes Católicos que á la muerte de Felipe II. De tales flaquezas se hallan en todos los imperios del mundo, y viven y crecen, sin embargo, mientras hay manos hábiles que acudan á su mantenimiento. Y no ha de olvidarse tampoco que si faltas cometió Felipe II, faltas quizá mayores cometieron Fernando el Católico y el emperador Carlos V, sin que se diga por eso que en su tiempo decayese España.
Pero el vulgo no acierta á comprender de qué manera las mismas causas que produjeron engrandecimiento, pueden producir decadencia;
14
Cuando la empresa editorial que llevó el nombre de
15
El autor de la