Adolfo Hitler. Adolfo Meinhardt

Adolfo Hitler - Adolfo Meinhardt


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este, seguramente, el mejor camino para acercarse a unos hombres que continuamente despotricaban del frente, del barro, del rancho, de los mandos superiores y de todo lo que se podía despotricar; pero podemos extraer de este bosquejo a Hitler, un soldado sin tacha: era un valiente entre los más valientes y un hombre que tenía un sentido diáfano de lo que era su deber.

      Además, nadie iba a cambiar, tampoco, su idea de que la suya era la raza superior, la estirpe nacida para mandar. Una vez finalizada la guerra, el trabajo en sentido lato, su fantasma personal, reapareció. Esquivó el licenciamiento con quien sabe qué argumentos, porque no iba a luchar por el pan de cada día como lo hacemos los demás. Buscó fórmulas para lograrlo, y una de ellas pudo ser ese extemporáneo y discreto ingreso en los revolucionarios concejos de soldados, organizaciones marxistas contrarias a su acendrado nacionalismo y a sus todavía inmaduras ideas sobre el camino que tenía que tomar… pero disponían de vituallas. Es posible que también viera en la socialdemocracia, aquellos confusos días, un mal, sin duda soportable cercanos al dictador ante la constante amenaza judeo-bolchevique que le asqueó durante toda su vida. Como político esa fue para él una preocupación fundamental hasta que la guerra estalló. No me canso de recordar que el movimiento nazi estuvo cribado de hombres que coquetearon con la extrema izquierda hasta que el putsch de Múnich, y su fracaso, les fijó otros derroteros. En 1919 Múnich estaba patas arriba y todavía las tropas del ejército regular y las de los Freikorps se lo pensaban para dar el golpe de gracia a los comunistas de Bela Kun. Uno de esos nazis futuros que anduvo flirteando descaradamente con la extrema izquierda, atraído por las ideas del “nacional bolchevismo” hasta que conoció a Hitler y cayó bajo su hechizo, fue Joseph Goebbels (1897-1945), para mí el modelo más depurado de esa tendencia extremista, un hombre, sin duda singular, que posteriormente sería indiscutible as del temible quinteto de ases y que más a mano tuvo siempre el dictador a la hora de cometer sus desafueros. También sabemos que hubo una permanente hostilidad hacia Hitler en la Räterepublik, justificada sin duda ninguna por su manifiesta ambigüedad en aquellos complicados tiempos en los que el temor a equivocarse estaba siempre presente en los muchos actores envueltos en el drama. Esto que escribo parece confirmarlo una historia que corrió como la pólvora y que involucraba a Hitler; una historia compatible con el caos, la suspicacia y el miedo, sobre todo en las filas rojas, aunque admitiendo que nunca nadie la pudo certificar: subido a un parapeto, un Hitler novato, queriendo definirse animó a su batallón para que se abstuviese de participar en el combate que se avecinaba entre el Freikorps y los comunistas: “nosotros no somos una guardia revolucionaria de los judíos que han venido aquí”.

      Todas estas afirmaciones sobre sus actividades, especialmente las tareas que cumplió para el ejército aquellas primeras semanas de 1919, evitó durante algún tiempo todavía su licenciamiento; pero finalmente éste hubo de llegar. El Cabo de lanceros abandonó su estatus militar e en mayo de 1919 junto con el resto de la guarnición, que era lo que él quería evitar, y con ello apareció nuevamente el desempleo y la posibilidad de repetir en Múnich la Viena de sus más negros sueños. Pese a sus circunstancias, y a su carácter indolente, consiguió un trabajo en la oficina de prensa del departamento político de la comandancia militar del VII distrito, donde también estaba Ernst Roehm, hombre de confianza del general Franz Ritter von Epp, un héroe de guerra condecorado con la medalla Pour le mérite, la más codiciada de las condecoraciones militares y fundador de los Freikorps que aplastaron en Baviera a las fuerzas comunistas y a sus infaltables compañeros de viaje. Ritter von Epp se destacó posteriormente, de nuevo al lado de Hitler, en sus comienzos políticos y militarmente fue un factor importante en el camino de los nazis hacia el Poder. Está claro que también Ritter von Epp influyó para que Hitler fuera empleado como oficial de instrucción y con eso Hitler ya tuvo en sus manos un instrumento idóneo para proyectar su imagen e inyectar en la mente de sus hombres sus ideas sobre cómo evitar el contagio de toda esa ralea de judíos emboscados, socialistas ambiciosos, pacifistas sin beneficio y demócratas del montón. Fue allí donde Hitler hizo gala por primera vez de su olfato político. Fue siendo oficial de instrucción, como ya antes comenté, que se le ordenó investigar al DAP (Partido de Obreros Alemanes) al que el ejército vigilaba. En escena apareció entonces el que sería —según afirma alguno de sus biógrafos— la “partera” de la carrera política del futuro canciller. Parece que ese hombre tuvo la máxima responsabilidad en su arranque inicial. Se llamaba Karl Mayr (1883-1945) y el ejército había dejado en sus manos la organización de unos cursos antibolcheviques, tarea que había culminado con inusitada brillantez.

      Karl Mayr fue el primero que vio en Hitler cualidades políticas fuera de lo común. Mayr actuó activamente desde el principio, primero a las órdenes de Wolgang Kapp (1858-1922) y del general Walther von Luttwitz (1859-1942) en el abortado putsch de Berlín del 13 de marzo de 1920 y posteriormente, sin titubeos, con la temida extrema derecha contrarrevolucionaria, con la que logró un importante nexo de unión y desarrolló valiosas actividades. Cambió sorpresivamente de bando, sin justificarse, y se convirtió en despiadado crítico de Hitler y en el artífice de la organización paramilitar de la izquierda socialdemócrata. Se fue a Francia en 1933 por precaución, pero los nazis no olvidaron nunca su “cambio de chaqueta” y finalmente lograron cazarlo. Murió encerrado en el temible campo de exterminio de Buchenwald, en 1945, poco antes de que la guerra finalizara.

      Pero en 1919 las cosas, para él, andaban de otra manera y su influencia dentro de la Reichswehr estaba muy por encima de su grado militar. Organizó, dotado de importantes recursos monetarios, una red de testaferros o informantes cuya tarea era organizar cursos para la formación de unidades de oficiales y soldados seleccionados para lo que consideraba entonces el “pensamiento político correcto”. También se le dotó de los medios necesarios para confeccionar publicaciones y organizar grupos dentro de la línea conservadora que el ejército perseguía. Es posible que en el desarrollo de esas actividades conociera a Hitler en 1919, cuando éste realizaba indagaciones sobre la participación subversiva de su batallón durante la Räterepublik. Lo cierto es que Mayr detectó en Hitler el potencial necesario para servir a sus objetivos, aunque, como escribió años después, la primera impresión que tuvo de él fue la de “un perro apaleado buscando amo.” Karl Mayr lo llevó a las reuniones en el club de oficiales nacionalistas radicales fundado por Ernst Roehm. Ya este hombre, buscando siempre integrar a los novatos en el movimiento nacionalista, había estado en el primer mitin de masas del DAP en el que Hitler había hablado en octubre de 1919, poco antes de su ingreso en esa organización. Fue ese año el que fechó el nacimiento de una relación entre Ernst Roehm y Hitler, relación que llegó a ser íntima y fructífera durante años, hasta que el 2 de julio de 1934, brutalmente, dos SS, obedeciendo órdenes de Hitler acabaron con la vida del militar que durante años había sido el alma de las S.A.

      Hitler también fue destinado a los cursos de instrucción antibolchevique que se dieron en la universidad de Múnich entre el 5 y el 22 de junio de 1919. Eran clases de formación política directa y para él fueron una importante fuente de conocimientos. Uno de los ponentes, Gottfried Feder, muy tenido en cuenta como economista entre los pangermanistas, iba a tener su papel durante la primera etapa de los nazis. Lo corrobora Hitler en Mein Kampf:

      “Al principio no había podido yo distinguir con la claridad deseada la diferencia existente entre el capital propiamente dicho, resultado del trabajo productivo, y aquel capital cuya existencia y naturaleza descansan exclusivamente en la especulación. Me hacía falta, pues, una sugestión especial que aún no había llegado hasta mí. “Esta sugestión la recibí al fin, y muy amplia gracias a uno de los varios conferenciantes que actuaron en ese ya mencionado curso del Regimiento de Infantería: Gottfried Feder. Mi lucha. Ibib. P.123

      Fue en esa época cuando Hitler empezó a dar sus pasos más concretos en su camino hacia el poder absoluto que un día alcanzaría. Discutiendo acaloradamente con un grupo de alumnos sobre el tema judío, en un descanso entre clases, Karl Alexander von Müller, profesor de historia que pasaba muy cerca de ellos, se fijó atentamente en el que hablaba y le impresionó su gesticulación, su apasionamiento y el tono gutural de su voz. Más tarde se lo comentó a Mayr, diciéndole que tenía en ese grupo de alumnos a un potencial orador, y se lo señaló. El militar identificó a Hitler y no olvidó lo que le había dicho el profesor.

      “Cierto día tomé parte en una discusión, refutando a


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