Adolfo Hitler. Adolfo Meinhardt
a un regimiento de la guarnición de Múnich con el carácter de ·oficial instructor” Mi lucha. Ibid. p. 125.
Obedeciendo órdenes de Rudolf Beyschlag (1891-1961), comandante de la unidad instructora Hitler partió a cumplir ese trabajo, con una veintena más de compañeros, en el campamento que la Reichswehr utilizaba en Lechfeld, muy cerca de Augsburgo. Los potenciales destinatarios de la instrucción escasamente podían ofrecer confianza, dada su refractaria actitud política y el hecho cierto de que muchos entre ellos habían sido liberados de los campos para prisioneros de guerra poco tiempo atrás. Los instructores iban a bregar mucho para lograr meter en aquellas rebeldes seseras espartaquistas los rudimentos fundamentales de los principios nacionalistas antibolcheviques. Lo que los alumnos no sabían era que esos instructores habían sufrido en sus carnes, anteriormente, el mismo lavado cerebral que ahora ellos iban a imponer.
Rudolf Beyschlag escogió a Hitler para asumir con él la parte del león en la tarea. Y no se equivocó, pues el escogido se entregó con total pasión a su labor y descubrió, no sin sorprenderse, que con su verbo apasionado lograba que vibrara la fibra de aquellos hombres toscos y descreídos, en su mayoría resentidos y sin instrucción. Se dio cuenta entonces, definitivamente, que tenía la facilidad de palabra y la forma de expresarse capaces de sacar a aquellos bestias de su indiferencia y su cinismo. Ahora estaba, definitivamente, seguro de su talento y de cómo utilizarlo. Lleno de euforia comprobó que era “capaz de hablar”.
“Empecé con el mayor entusiasmo y amor. Porque de pronto se me presentaba la oportunidad de hablar ante un público mayor; y lo que siempre había supuesto por pura intuición, sin saberlo seguro, quedó ratificado entonces, era capaz de “hablar… Y podía ufanarme de cierto éxito: en el curso de mis lecciones conduje a muchos centenares de camaradas, a miles en realidad, a su pueblo y a su patria. “Nacionalicé a la tropa… ”Ian Kershaw. Ibid. P.142
Los informes posteriores corroboran lo que él dice: Hitler fue, sin duda, la estrella de aquellas jornadas. Hans Knoden, artillero en el frente, afirmó, en su momento, que captó en Hitler su habilidad oratoria, excelente y apasionada, capaz de hipnotizar a la totalidad de su auditorio.
Pero la sustancia base de su discurso y donde mejor explayaba toda su demagogia y su odio era cuando hablaba de los judíos. Esa terrible obsesión lo llevaba al paroxismo y eso se detecta fácilmente en casi todos sus discursos. Los improperios, las injurias soeces y los escupitajos verbales lanzados contra ellos eran descomunales, atroces. Para él, todo nacionalsocialista que presumiera de tal tenía que ser rabiosamente antisemita. Proponía ahorcarlos, antes de que fuera tarde, para evitar la contaminación del hombre ario, dado el peligro que se cernía sobre éste. Y, visto con realismo, tampoco lo tenía muy difícil. El antisemitismo era general en Múnich y casi total en Alemania entera. Cualquier comentario contrario a ellos, hecho en la calle aquellos días y todos los días, hasta que Hitler expiró, generalmente contaba con la aprobación de los oyentes. La gente de a pie hablaba de los futuros pogromos como quien habla de cambiarse la camisa y, estaba totalmente convencida de que los males de Alemania desaparecerían cuando se hubiera echado del país a todos los semitas.
Adolf Gemlich, un antiguo participante en uno de aquellos cursos a los que asistía Hitler escribió a Mayr, en septiembre de 1919, solicitándole su opinión sobre la cuestión judía. Mayr pidió a Hitler, a quien consideraba experto en el tema, que contestara la misiva. Su primera observación, contundente, advierte que el antisemitismo no debe basarse en emociones sino en hechos, el primero de los cuales, advierte, es que el judaísmo es una raza, no una religión, como muchos creen. El valioso papel con la respuesta a Gemlich se conserva, y es el primer escrito conocido de Hitler, sobre el problema. Sólo reproduzco los dos párrafos finales de ese papel, que tomo de una de mis fuentes de consulta:
“…El antisemitismo emotivo producía pogromos; el antisemitismo basado en la razón debía conducir, sin embargo, a la supresión sistemática de los derechos de los judíos.” “Su objetivo final —concluía—, debe ser invariablemente la eliminación completa de los judíos”. Ian Kershaw. Ibid. p. 143.
¡Y Karl Mayr la aprobó, sin sonrojarse ni poner reparos!
Fue estando todavía bajo la influencia de este instructor que Hitler recibió, el 12 de septiembre de 1919, la ya comentada orden de investigar a Anton Drexler (1884-1942) y a su grupo, e informar sobre una asamblea del Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP), fundado por el mencionado Drexler con Gottfried Feder (1883-1941) y otras personas, convencidos como estaban de que era necesaria la existencia de un Partido Obrero Alemán, una organización política de tendencia nacionalista.
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Anton Drexler, de oficio cerrajero, ya había formado en marzo de 1918, junto con Gottfried Feder, Dietrich Eckart (1888-1963), Alfred Rosenberg, Germann Esser (1900-1981) y el periodista Karl Harrer (1890-1926), un Comité de Obreros Independientes (Freier Arbeiter Ausschuss). Su idea era crear un partido obrero de esa tendencia, pensando que un movimiento que atrajera la clase media, semejante al frente patriótico al cual pertenecían, no podría ser sospechoso de tener nexos con las masas, cada vez más influidas por la destructiva propaganda antimilitarista. Sin embargo, Drexler no tuvo suerte con su idea. A pesar de sus contactos con otros grupos solo consiguió reclutar cuarenta partidarios; poca sustancia para lo mucho que había que hacer. Pero no quiso arrojar la toalla. En enero de 1919 reorganizó su comité y lo fundió con otro ya existente que dirigía el periodista Karl Harrer. Fue éste último el primer presidente que tuvo el partido salido de la fusión. Contaba, además de los 40 miembros originales de Drexler, con unos cuantos afiliados más. Se conformaban con discutir alrededor de la mesa de la primera cervecería que les abría las puertas, sin que los cinco hombres que componían su directiva fueran capaces de dar a la luz nada que no fuesen sandeces llenas de buena intención. El primer mitin que dio Hitler, si es que podemos llamarlo mitin, reunió entre 20 y 25 individuos en los sótanos de la Sterneckerbräu, otra cervecería sin pretensiones. Pero se estaba aproximando para ese grupúsculo, aunque nadie lo supiera, un futuro prometedor. El siguiente orador fue un bávaro que pidió la secesión de la provincia y su anexión a Austria. A Hitler —en aquel momento sólo un observador por cuenta ajena— se lo llevaron los demonios de la furia. Habló en aquel momento, con tanta vehemencia, que al terminar Anton Drexler lo abrazó y le regaló un folleto con su biografía. Unos días más tarde, sin esperarlo, Hitler recibió una invitación para una nueva reunión del insignificante Partido Obrero Alemán. Al leerla sonrió, puso el papel a un lado y pensó no ir, pero finalmente rectificó:
“No había transcurrido una semana cuando con gran sorpresa mía recibí una tarjeta en que se me anunciaba haber sido admitido en el Partido Obrero Alemán y que para dar mi respuesta se me instaba a concurrir el miércoles próximo a una reunión del comité del partido.
“Ciertamente me sentí bastante asombrado y no supe si tal cosa debía causarme enfado o provocarme hilaridad. Jamás se me había ocurrido incorporarme a un partido ya formado, puesto que yo mismo anhelaba fundar uno propio.
“Estuve a punto de comunicarles por escrito mi negativa, pero triunfó en mí la curiosidad y así me decidí a presentarme el día indicado para exponer personalmente mis razones”. Mi lucha Ibid. p. 128.
“Y llegó aquel miércoles. El local donde debía realizarse la anunciada reunión era el paupérrimo restaurante “Das Alte Rosenbad” situado en la Herrnstrasse. Bajo la media luz que proyectaba una vieja lámpara de gas se hallaban sentados en torno a una mesa cuatro hombres jóvenes. Quedé sorprendido cuando se me informó que el “presidente del partido para todo el Reich” vendría enseguida y que por ese motivo me insinuaba retardar mi exposición. Al fin llego el esperado presidente; era el mismo que presidió la asamblea en ocasión de la conferencia de Feder.” Mi lucha. Ibid. p. 129.
“Entretanto mi curiosidad había vuelto a subir de punto y esperaba impaciente el desenvolvimiento de la reunión. Previamente se me hizo conocer los nombres de los concurrentes; el presidente de la organización del “Reich” era un señor Harrer, el de la organización local de Múnich, Anton Drexler. Luego se procedió a la lectura del protocolo