Matar a la Reina. Angy Skay
no causarte problemas. De ser así, los solucionaré —me prometió.
—No te preocupes, sé apañármelas.
Asintió sin decir nada más. Le indiqué dónde estaba mi despacho y me excusé un momento. Tenía que bajar para saber qué cojones hacía ese cabrón en mi local. Contemplé el prieto trasero de Tiziano mientras se alejaba y noté que se me secaba la garganta.
—No sé por qué no te lo has follado ya. —La voz de Eli a mi lado me hizo reír.
—Mi abuela dice que donde tengas la olla…
—No metas la polla. Sí, me lo has dicho varias veces. —Movió los hombros con indiferencia—. Pero es que está bueno de más. Si no fuera tan capullo…
—Es italiano, Eli, lleva la chulería en la sangre.
—En la cama tiene que ser una máquina de matar —añadió, llevando la conversación hacia donde ella quería—. Con la de veces que te lo ha insinuado, no sé a qué esperas. ¡Mira! Después del calentón con el que te has quedado, es mejor follártelo a él que no a tu consolador.
La miré con mala cara. No quería ni recordar el rostro de Jack. En parte, me daba pena tener que estar mintiéndole, porque me parecía una persona en la que se podía confiar y con el que, seguramente, sería de lo más feliz. Pero no podía decirle a lo que me dedicaba de verdad, no podía ni imaginarme lo que pensaría de mí. Si lo supiese, se olvidaría de que Micaela vivía en Barcelona cada vez que viniese con tal de no juntarse con gente como yo. Demasiados marrones, demasiado negro era el mundo en el que vivía.
Dejé el tema de conversación en el aire al ver que Eli curvaba sus labios ante mi no respuesta. No iba a acostarme con Tiziano; de eso estaba más que segura. No quería decir ni mucho menos que no me gustase; era atractivo hasta decir basta. Pero los negocios nunca había que mezclarlos con lo personal, ni siquiera por un simple polvo.
Bajé las escaleras de metal que separaban las dos plantas y sentí que alguien me observaba. En efecto, el inspector me miraba desde su posición sin ningún pudor. La gente, sin embargo, se divertía sin ser conscientes del percal que teníamos en el local, con un poli tocando los cojones. No me asustaba que quisiera registrarlo todo, pero, de ser así, tendría que llevar una orden de un juez, y ya habrían entrado dando voces y haciendo ruido, algo a lo que tampoco estaba dispuesta. La reputación en aquel mundillo era de lo más importante, y si la cagabas, te hundías.
Me senté en el taburete. No me miró, pero era consciente de que estaba a su lado. Bebió un trago de su vaso y tuve que sonreír, ya que eso era sinónimo de que lo ponía nervioso. Cogí su copa sin permiso y le di un sorbo, comprobando que lo que bebía no era un simple refresco. Me sorprendió.
—Se supone que la policía debe mantener la compostura en su trabajo, y usted está dejando mucho que desear en ese aspecto.
Me pegué tanto a su oído que pude ver la incomodidad apoderarse de él. Olía muy bien, para qué íbamos a engañarnos. Se retiró lo suficiente para que entre nosotros hubiese un espacio antes de poder fijar sus ojos en los míos.
—A eso le contestaré que no estoy de servicio. Y tengo que decirle que es de muy mala educación y dice mucho de la dueña del local que se ponga a beber de todas las copas de sus clientes.
Sonreí.
—Pero usted no es un cliente habitual.
—No. Ni mucho menos pretendo serlo.
—En ese caso —levanté mi dedo para llamar a la camarera—, invita la casa. —Ella asintió; él torció el gesto. Volví a aproximarme a su cuerpo, tanto que su camisa rozaba con mi pecho—. Intentaré ganar puntos para que venga lo menos posible. —Me mojé los labios antes de continuar—: Puede ser que la próxima vez tenga más ojo y lo que le sirvan no sea una bebida normal. —Me contempló de reojo, con los labios apretados en una fina línea. Sonreí como una víbora y me levanté de mi asiento—. Que tenga una buena noche, inspector.
Antes de poder marcharme, escuché cómo me decía:
—¿Conoce usted a Anabel Ferrer? —Mis pies pisaron suelo firme y no se movieron al oír aquel nombre—. Parece ser que le suena —ironizó, e hizo una pausa—. La última llamada que tiene en su registro es con su abogado. ¿Sabe algo de él?
Giré mi rostro levemente hacia el lateral derecho para mirarlo de reojo. Pude ver su mano izquierda apoyada sobre su pierna derecha, que descansaba en la barra del taburete, postura que me secó la garganta.
—No. No sé nada de él desde esta mañana.
Era verdad. No había vuelto a hablar con Jan, pero sí le pedí que hablase con ella en cuanto salimos de la comisaría.
—Pues debería intentar hablar con él… —añadió, dejando la frase en el aire.
Evité indagar en la pregunta sobre Anabel, ya que no me importaba, pero ese dato podría ser preocupante. Y, sobre todo, no sabía por qué motivo hablaba en pasado.
Les ordené a mis pies que se pusieran en marcha cuando lo sentí pegado a mi espalda. Ahora, el que me habló al oído fue él:
—Hace unas horas han encontrado su cadáver en el garaje de sus oficinas, dentro de su coche. Y, casualmente, la última persona con la que habló fue con Jan.
¿Qué? Tragué saliva. ¿Anabel… había muerto? No pude evitar que mi rostro se tornara en confusión y sorpresa. Me giré, sin importarme una mierda que él lo viera, y achiqué mi mirada en señal de pregunta.
—¿Está muerta?
El inspector imitó mi gesto al ver el asombro en mis ojos.
—¿No lo sabía? —Alzó una ceja.
Negué sin decir una sola palabra. Él, por su parte, pareció debatirse entre creerme o no, hasta que decidió terminar con su estancia en el club. Eso sí, antes de salir, soltó la última amenaza:
—En —miró su reloj, en la muñeca derecha— cuatro horas aproximadamente vendré con un equipo de la policía y una orden judicial para desmontarle el local, piedra a piedra —recalcó—. Si no quiere un escándalo, avisada queda.
El pecho se me oprimió. ¿Estaba muerta? Empecé a poner mis pensamientos en marcha. ¿Qué pasaría ahora? Tenía que encontrar a Eli cuanto antes y vaciar el local en minutos. Sabía que estaba engañándome. La policía nunca jugaba limpio, y si me había avisado, quería decir que en menos de lo previsto entrarían por la puerta.
Avancé con rapidez empujando a la gente hasta que llegué a mi despacho, en la planta de arriba, al fondo del último pasillo. Cogí el teléfono y llamé a Desi.
—A mi despacho. ¡Ya! —le grité.
Con nerviosismo, me pasé una mano por el pelo. Teniendo fuera de onda a Manel y a Anabel, empezaba a ver mi torre romperse. Tenía que pensar con rapidez, o mi plan se iría a la mierda. Marqué el teléfono de Eli, quien contestó al instante, y le di la misma orden que a Desi.
La puerta se abrió momentos después, y una rubia con un metro noventa de altura y gesto fiero entró enfundada en su vestido rojo pasión. Puse las manos encima de mi mesa cuando Ryan apareció detrás de ella.
—Desalojad el local ya. No tenemos tiempo, van a hacer un registro.
—¿Cómo lo sabes? —me preguntó alterada.
—Eso ahora no importa, ¡joder! ¡Saca a todo el puto mundo del local ya! Desalojad las habitaciones, a las chicas, a los clientes; que se marchen los trabajadores y vosotros también. No quiero a nadie aquí.
Eli entraba en ese momento a la sala.
—¿Qué pasa? —Parecía exaltada.
—Llévate a Tiziano lejos del club. Van a hacer un registro.
—Puto policía de mierda… —murmuró