Matar a la Reina. Angy Skay

Matar a la Reina - Angy Skay


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      Le lancé una mirada y enseguida vio que estaba allí. Abrió la boca y volvió a cerrarla sin saber qué decir, pero se recompuso de inmediato cuando se dio cuenta de la gravedad del asunto, o eso supuse por su rostro.

      —No puedo creer que te hayas olvidado de mi cumpleaños —añadió ofendida, cruzándose de brazos.

      —Eeeh… —Me hice la tonta, siguiéndole el rollo. Menuda excusa más absurda.

      —¿De verdad? ¿Eso es una amiga? —Enarcó las cejas.

      Giré mi rostro para mirar a Jack, que permanecía de la misma forma que Eli. Juntando dos de mis dedos en un gesto inequívoco, le pedí tiempo a mi amiga. Cerré la puerta y me apoyé en ella, maldiciéndome por dentro.

      —Jack…

      —Sí, ya lo he oído —me comentó con disgusto mientras se ponía la camiseta.

      —No me había acordado de eso —intenté excusarme.

      —No te preocupes. —No me miró. Se ató el botón de su pantalón y, en dos zancadas, llegó hasta mí. Me contempló desde su altura de gigante y se pasó una mano por la barbilla en una clara señal desesperada—. Ya nos veremos.

      Asentí, pero antes de abrir la puerta, las palabras salieron de mi boca sin poder evitarlo:

      —¿Dentro de unos cuantos meses o esta vez serán años?

      Volvió su cara y sonrió de manera forzada. Yo, sin embargo, estaba más seria de lo normal.

      —Espero que no sea tanto.

      Y desapareció sin decir ni hacer nada más. De nuevo, tampoco me pidió el número de teléfono o algo por el estilo para poder comunicarse conmigo. Nada. Desde la puerta lo vi desaparecer por la esquina. Segundos después, el mismo coche de esa mañana salió a todo gas de allí, dejándose las ruedas en el asfalto.

      —Vaya…, creo que no le ha sentado muy bien.

      Bufé, agarré el brazo de Eli y la metí dentro. Antes de cerrar, me cercioré de que nadie del local se percatara de que era yo. Además, tampoco me habían visto nunca con las gafas, por lo tanto, ni se lo plantearían, pero a Eli sí la conocían.

      —¿Has visto cómo está la puerta de gente? —le espeté con gesto hosco.

      —Sí, ¿qué pasa?

      —¡¿Cómo se te ocurre venir?!

      —No lo pensé. Vístete rápido, o vas a tener a la policía en menos que canta un gallo, como tú dices, en el local.

      —¿Qué cojones pasa? —Me puse alerta.

      Mientras escuchaba lo que me decía, me vestí y terminé de adecentarme para poder salir a la calle. Llegué al club en menos de lo que esperaba y entré como un toro en uno de los privados del local, donde se encontraba Tiziano. Antes de abrir las cortinas rojas, observé que la pista de baile estaba a reventar, y busqué con la mirada a Ryan o a Desi, pero no tuve éxito.

      —Busca a Ryan o a Desi. No quiero tener problemas esta noche. Bastante tenemos ya con el asesinato de Manel como para que nos caiga un marrón innecesario.

      —Tienes que empezar a controlar a ese italiano —me sugirió.

      —Lo haré —sentencié.

      Arrastré con fuerza las cortinas y me encontré con una imagen un tanto asquerosa. Un muchacho joven estaba encima de la mesa baja que había delante de los sillones de terciopelo rojo y, alrededor de él, Tiziano y tres de sus hombres estaban torturando al chico.

      —Veremos, ragazzo1, si hablas.

      Tiziano elevó un cuchillo que llevaba en la mano derecha y le cortó uno de los meñiques al chaval, quien soltó un grito desgarrador, helándome la sangre. Carraspeé al darme cuenta de que no se había percatado de mi presencia. El italiano elevó los ojos para inspeccionarme de forma descarada, como siempre hacía.

      —Bella2

      Alzó sus manos llenas de sangre a la vez que se acercaba a mí. Retrocedí un paso atrás y él se miró.

      —¡Oh!, perdóname, ahora mismo te abrazo.

      Se dio la vuelta y, antes de que pudiera salir al aseo más cercano, agarré su hombro.

      —Tiziano, no quiero escándalos en el club. ¿Has terminado? —le pregunté con seriedad.

      Me analizó con suma perspicacia, dándose cuenta de mi tono irritado. Miré sus exorbitantes ojos color miel, y pude entrever que su pelo castaño había tomado unos reflejos rubios que le quedaban de maravilla rejuntados en una coleta que agarraba en la parte trasera de su cabeza. Estaba algo más recio, y su tez lucía tan morena como de costumbre. Desde mi posición, elevé de nuevo los ojos y lo miré, dándole gracias al mundo por hacerme lo suficientemente alta. De lo contrario, en lo que llevaba de día, ya habría tenido que ponerme un collarín.

      —Este caprone3 me debe mucho dinero. ¡Dice que no lo tiene!

      Su acento italiano me encantaba, y no podía evitar quedarme embobada contemplándolo cuando sus carnosos labios se pronunciaban. Era tan atractivo que casi parecía imposible no deshacerse teniéndolo cerca.

      —Entiendo tu enfado, pero debes comprender que no puedes montar una carnicería aquí —añadí con tono firme pero relajado.

      Tras juntar sus labios en una mueca, asintió. Eli accedió al interior en el momento en el que él me observaba con ojos cargados de promesas lascivas.

      —¡¿Todavía estamos así?! —renegó.

      —Oh, mamma mia4! Esta amiga tuya es muy quejica. —La señaló con el cuchillo.

      —¡No me apuntes con eso! —Bufó, con el mal humor que de vez en cuando sacaba.

      Los hombres de Tiziano dieron un paso para acercase a su jefe, pero él los detuvo con la mano para que no hicieran nada.

      —Tranquilos, es una fiera indomable, pero no muerde. —Sonrió como un sinvergüenza a la vez que hacía como si le diese un mordisco.

      Eli lo fulminó con la mirada, y decidí dar por zanjado el asunto:

      —Tiziano, que tus hombres saquen al chico de este privado. Eli, llama al servicio de limpieza y que dejen esto impoluto.

      —¿Y dónde acabo mi trabajo? —me preguntó con pesadez.

      —Vete a tu casa a terminarlo, italiano —le contestó Eli por mí.

      La miré con mala cara y él hizo lo mismo.

      —Vamos, te llevaré a mi sala particular para que puedas despellejarlo si es lo que quieres.

      Eli me contempló con sorpresa por mis palabras, ya que esperaba que lo hubiese sacado a patadas a la calle.

      Avanzamos por el local cuando Ryan llegó, sin que nadie reparara lo suficiente en nosotros, y a lo lejos vi que el inspector Barranco se encontraba en la barra.

      —Joder… —murmuré.

      —¿Pasa algo? —se interesó Ryan al ver mi cara.

      —La pasma está en el local. Avisa a los de seguridad y revisa todos los reservados. No quiero líos.

      Tiziano escuchó lo que le dije a mi guardaespaldas. Asintió y le indicó a uno de sus hombres la dirección que yo misma le entregaba en un papel.

      —Es una nave abandonada en el extrarradio de Barcelona. Nadie lo buscará allí.

      Con un simple movimiento de cabeza, los hombres del italiano desaparecieron, dejándome sola con él y Ryan.

      —Encárgate de que no quede ni una puta marca en el reservado. ¡Vamos, vete! —lo apremié.

      Contemplé a Tiziano retorcer la nariz en señal de disconformidad


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