Dulce tortura. Elena López

Dulce tortura - Elena López


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visiblemente; tensó la mandíbula e hizo una mueca de desagrado.

      —Escapó —simplificó.

      Comencé a mover mi cabeza de forma negativa; era absurdo.

      —No, no pudo haber escapado de las garras de aquel lobo.

      —¿Lobo? ¿De qué demonios hablas? No había ningún jodido lobo —repuso seguro y mirándome como si estuviese loca.

      Rápidamente salí de la cama, lo que provocó que me tambaleara y casi fuera a dar de bruces contra el suelo de mi habitación, lo que Donovan evitó. Busqué sus ojos al verme entre sus brazos, segundos antes de tocar el suelo. Mis labios quedaron cerca de los suyos. Su aroma me golpeó exquisitamente y su calidez me embargó por completo.

      —Debes tener cuidado —sugirió en voz baja. Me solté de su agarre, sin querer hacerlo del todo.

      —Dime qué sucedió con el lobo y con el ladrón —exigí.

      Él hizo un gesto cansado.

      —Ya te dije que no había ningún lobo —se mantuvo firme.

      —No me vengas con esa mierda, Donovan. Yo lo vi… No estoy loca.

      —Pues, por tus fachas, dudo de la veracidad de tus palabras —se mofó recorriendo con sus ojos mi cuerpo, de pies a cabeza.

      Mi vista fue hacia el espejo que se encontraba detrás de Donovan. Mi cabello estaba hecho un desastre; mi blusa, cubierta de sangre y rota en algunas partes, en donde solo unos jirones cubrían mi cuerpo; además, mi cara se hallaba sucia, hecha un asco.

      Bien, sí parecía una loca.

      —No me cambies el tema —advertí cruzándome de brazos.

      —¿Sabes qué? Hoy no es precisamente una buena noche para molestarte y soportar tus impertinencias. Ya estás bien, así que me largo.

      Lo vi caminar hacia la puerta y me interpuse para obstruir su paso de alguna manera, aunque era consciente de que podía quitarme de ahí en segundos.

      —Hazte a un lado.

      —No, no lo haré hasta que me digas qué ocurre —afirmé.

      —No tengo nada que decirte porque no sé de qué hablas. Simplemente podrías darme las gracias y ya —espetó serio.

      —No —insistí—. Un tipo trató de secuestrarme, un lobo de un tamaño increíble entró a mi casa y se lo llevó… Eso es demasiado, y la única persona que tengo para que aclare mis dudas eres tú.

      —Te lo digo en serio, Kairi. Te equivocas de persona —dijo ansioso.

      —Dime lo que sucede, maldita sea.

      —Quítate o te obligaré a hacerlo, y créeme que no deseas eso.

      No me amedrenté ante su amenaza, aunque quizá debería de hacerlo. Era de madrugada; me encontraba sola en casa con un chico del cuál no conocía nada y que había tomado como pasatiempo hacerme la vida imposible.

      —No hasta que me digas la verdad —aseveré tajante.

      Él cerró sus ojos y negó con la cabeza.

      —Eres tan testaruda y estresante.

      Y dicho esto, me tomó por la cintura y me tiró sobre la cama para así subir sobre mi cuerpo en un parpadeo. No pude pronunciar palabra alguna porque él plantó sus labios sobre mi boca, impidiéndome quejarme.

      Moví mi cabeza de un lado a otro, intentando evadir su tan malditamente adictiva boca; pero él sujetó mi mentón, obligándome a permanecer quieta mientras trataba de dominarme.

      —Te lo advertí —dijo con la respiración acelerada.

      —Quítate —ordené en voz baja.

      —Oblígame —susurró y me besó de nuevo, pero esta vez lo hizo despacio, invitándome a responderle. Algo que hice porque, sí, bien, era difícil resistirse a él.

      Mantuve mis dedos ocupados en atrapar su suave cabello, atrayéndolo más a mis labios inconscientemente, disfrutando de sentir cómo su respiración se aceleraba, cómo sus manos se clavaban con fuerza en mi cintura, en la forma en que su cuerpo se presionaba contra el mío más y más. Soltó un gruñido y me sujetó con fuerza, dejándome sobre su cuerpo, sin abandonar mis labios en ningún momento. Mi mente no estaba trabajando en ese instante. En lo único que estaban concentrados mis cinco sentidos era en sentir la boca de Donovan, en disfrutar de su suavidad y de su sabor. Sus labios me cautivaron desde la primera vez, como si estos estuviesen hechos específicamente para volverme loca.

      Donovan se sentó sobre la cama conmigo en su regazo, se alejó de mis labios y dirigió los suyos a mi cuello.

      Eché mi cabeza hacia atrás, dándole mejor acceso.

      —Te quiero comer, Kiari —susurró en mi oído.

      Aquellas palabras provocaron que toda mi piel se erizara y que una sensación extraña me recorriera de pies a cabeza. Mordió mi cuello y enterró sus dedos en mi espalda; solté un gemido involuntario, apretando sus hombros en respuesta. Maldita sea que en aquel momento no me importaba que fuera él quien me besaba porque, a pesar de que dijera una y mil veces que lo detestaba, estaba muy distante de sentirlo verdaderamente. Él me atraía mucho, aunque se comportara como un idiota, y eso era un gran problema. Donovan Black significaba peligro. Sabía que tenerlo cerca me causaría muchos problemas, y también muchas lágrimas.

      Salí de aquel estado de infinito éxtasis que me causaba estar entre sus brazos cuando oí el aullido de un lobo. Mi vista fue a la ventana que se encontraba abierta. Las cortinas se movían de un lado a otro por el viento, conformaban una visión siniestra del paisaje que se encontraba en el exterior.

      —De nuevo ese maldito aullido que hace que mi piel se erice —susurré con la voz agitada.

      Donovan se quedó serio, con la vista fija en la ventana, al igual que yo.

      —Tengo que irme.

      Bajé de su regazo, sintiéndome entonces un tanto avergonzada.

      —No me has dicho nada, Donovan —le reproché mirándolo mientras se ponía de pie.

      —No hay nada que decir, Kairi. Simplemente agradece que me importas más de lo que deberías. —Me observó—. Y creo que eso será un problema para ambos.

      Sin decirme más, salió rápidamente de mi habitación. Me quedé un momento sobre mi cama, observando el lugar donde él había estado hace unos segundos. Escuché cómo se cerraba la puerta de mi casa, y entonces decidí ir a revisar todo.

      Me levanté de la cama, me dirigí a la planta baja y llegué con prisa a la puerta trasera, que estaba abierta. La luz de la luna entraba iluminando el pasillo, haciendo lo mismo con el bosque; pero, aun así, no dejaba de parecer tenebroso. Permanecí en el umbral de la puerta, con la vista perdida en aquellos árboles enormes, escuchando los aullidos y gruñidos de lobos que, extrañamente, se estaban convirtiendo en una agradable costumbre.

       —Kairi, se te hará tarde para ir al colegio.

      Con pereza, abrí mis ojos para encontrarme con los de mi hermana. Unas visibles ojeras los surcaban, además del cansancio que gritaba cada centímetro de su rostro.

      —Gracias por despertarme —dije levantándome.

      —De nada. Ahora iré a dormir, que estoy agotada.

      —Tranquila, ve —murmuré aún adormilada.

      Salió de mi habitación. Con desgano, me dirigí al armario para arreglarme, dado que me había duchado hacía menos de tres horas. Elegí mi ropa del día, la dejé sobre la cama, fui al baño, lavé mi rostro y mis dientes, y posteriormente me vestí.


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