Dulce tortura. Elena López

Dulce tortura - Elena López


Скачать книгу

      —Ahora lo sabes con certeza —susurró acercándose a mi boca.

      ¿Qué demonios le sucedía? ¿Acaso no temía que alguien nos descubriera aquí? Él era un profesor, uno que me llevaba muchos años. Sin contar que yo era menor de edad. Algo no me cuadraba. Ningún hombre sería lo suficientemente estúpido para arriesgarse tanto, ni tampoco creía que su atracción por mi persona fuera tanta que no le importara jugarse todo.

      Definitivamente, aquello no estaba bien. Cada vez confiaba menos en él y en sus actos irracionales.

      Reaccioné cuando me besó. Mis ojos se abrieron de par en par. Sus labios se movían suavemente sobre los míos, que se encontraban inertes. Mi cuerpo se tensó y mi cerebro quedó en shock unos segundos, hasta poder reaccionar y alejarme de él.

      Su aliento me acarició y sus manos se deslizaron por mis brazos hasta llegar a mis hombros. Dio un apretón y luego sujetó mi cuello con ambas, obligándome a mantener aquella postura de la que no podía escapar. Un pequeño suspiro escapó de mi boca cuando él se separó poco de mí y deslizó su lengua por mi labio inferior. Su boca era dulce, blanda. Me besaba delicado y tierno… No me agradaba.

      Mi mente trajo el recuerdo de Donovan, sus besos ardientes y esa pasión con la que me había devorado.

      «Te quiero comer».

      Me estremecí, recordando aquella frase; entonces, fue momento de reaccionar. Me alejé de Derek, con la molestia evidente en mi rostro.

      —¿Qué demonios le sucede? —escupí tocándome los labios.

      —Ya te lo dije. Tienes algo que yo quiero… Y más temprano que tarde, lo obtendré —aclaró, y me dejó pasmada.

      —Kairi.

      Miré a Max y a Criss, que iban caminando por el pasillo hacia nosotros. Derek sonrió y siguió su camino, dejándome ahí con un sinfín de dudas en la cabeza.

      —¿Estás bien? —preguntó Max.

      —Sí…, yo… estoy bien.

      Negué y los dejé ahí para dirigirme a mi siguiente clase.

      Salí del colegio antes que todos, prácticamente huía para no encontrarme con nadie desagradable. No había vuelto a ver a Derek, y de verdad que lo agradecía.

      Avancé por la acera a paso rápido, pero me detuve al ver a Donovan apoyado contra su flamante auto. Miraba su móvil con el ceño fruncido mientras tecleaba con prisa. Lo admitía: mi corazón había latido con más fuerza al verlo y un hormigueo se había extendido por cada centímetro de mi cuerpo. Lo escuché maldecir; parecía enfadado. Respiré hondo e intenté pasar desapercibida, mas no fue así.

      Guardó el móvil en su bolsillo y levantó la vista para dirigirla hacia mí, como si sintiera mi presencia. Noté un atisbo de sonrisa en sus labios. Yo más bien le dediqué una mueca y seguí mi camino, pero su mano en mi brazo me detuvo.

      Cerré mis ojos por un momento en un vago intento por contenerme, y luego lo encaré.

      —¿Sí? —murmuré en voz baja. La verdad no tenía ánimos de discutir con él.

      —Vine por ti, te llevaré a casa —me hizo saber.

      Apreté las cejas y retrocedí un poco.

      —Y ¿desde cuándo haces eso? —repliqué.

      —Desde ahora —contestó, como si nada.

      —Gracias, pero no, gracias —me burlé, soltándome de su agarre.

      —Vamos, Kairi, no me hagas subirte a la fuerza —amenazó.

      Enarqué una ceja.

      —Por supuesto, ya quisiera verte intentarlo —mascullé dándole la espalda y siguiendo mi camino.

      —Siempre les gusta por las malas —masculló, y luego sus brazos se aferraron a mi cintura.

      Solté un grito, que acallé momentos después al notar que ya todos estaban saliendo y rápidamente dirigían la mirada hacia nosotros con total curiosidad. Mis mejillas ardieron. Empujé a Donovan sin mucho éxito y estuve a punto de torcerle la mano, mas me detuvieron todos esos adolescentes curiosos.

      —Suéltame —dije entre dientes—. Subiré.

      No dijo nada, solamente me soltó y ambos nos dirigimos al auto. Él, comportándose como el caballero que se encontraba muy distante de ser, abrió mi puerta y me invitó a entrar.

      Me coloqué el cinturón y esperé a que él subiera. Cuando lo hizo, se volvió a verme un momento. Dejé de respirar por un instante. En la noche anterior, había sido poca la luz para poder observarlo. Quizá por eso no había sentido vergüenza alguna para besarlo, pero en ese momento él podía notar el rubor que se extendía por mis mejillas mientras mis ojos recorrían sus labios.

      —Kiari —susurró mirándome con intensidad—, ¿qué estás haciéndome?

      Entender a lo que se refería no era algo que quisiera hacer ahora, mucho menos saber por qué cada vez que me llamaba así una calidez abrazadora se abría paso por mi cuerpo, acentuándose en mi pecho, siendo como una fuerza aterradora que me hacía experimentar una sensación de necesidad y anhelo.

      Poco o nada me detuve a pensar. Cuando reaccioné, yo lo estaba besando y él, respondiéndome.

      No entendía lo que me sucedía con Donovan. Me gustaba, pero había algo más que atracción entre nosotros. Él era tan dominante, siempre acostumbrado a que todas le dijeran que sí, y yo era todo lo contrario a ese tipo de chicas tan sumisas. Sin embargo, allí estaba, besándolo como si nos conociéramos de años y él no hubiese sido un idiota conmigo.

      Nuestro comportamiento distaba de ser racional, de poder entenderse ante los ojos de los demás, ante los míos. Donovan Black me atraía de una manera que no era normal.

      Mis manos viajaron súbitamente a su cuello y las mantuve ahí mientras devoraba su boca. Se suponía que una chica debía esperar a que el chico la besara, pero al demonio con eso. No era una persona paciente y siempre iba por lo que deseaba.

      Donovan me había atrapado. Había caído en sus malditas redes. Siendo consciente de que quizá terminaría con el corazón roto, decidí arriesgarme. Después de todo, si no lo hacía, estaría torturándome día a día, preguntándome qué hubiese sucedido. Así que a la mierda con todo.

      —Demonios —susurró clavando sus dedos en mi cintura—, detente.

      Me alejé de él, con el rostro sonrojado. Me acomodé sobre el asiento esperando que mi respiración se ralentizara y que el calor se dispersara por completo de mi cuerpo.

      —Siento eso —mentí.

      —No lo sientas —dijo, y encendió el auto—. Bien podría acostumbrarme a que te lanzaras sobre mí cada vez que quisieras.

      Achiqué los ojos, sin quitarle la mirada de encima.

      —¿A qué hombre no le gustaría tenerme sobre él todo el tiempo? —repuse, molestándolo, pero en su lugar soltó una risa y comenzó a conducir.

      —¿Desde cuándo eres tan arrogante? —inquirió burlón.

      —Creo que es algo contagioso.

      Negó y suspiró con total tranquilidad. Me dio la impresión que aquello que lo había tenido molesto había quedado olvidado, aunque en sus ojos podía notar un atisbo de preocupación.

      El trayecto a mi casa era rápido, lo que no me agradaba en lo absoluto. Quería permanecer más tiempo dentro del auto, en aquel pequeño espacio que se encontraba impregnado con su olor, que tanto me encantaba y atraía de una forma que no parecía normal. Porque no se trataba de su perfume: era la esencia


Скачать книгу