Dulce tortura. Elena López

Dulce tortura - Elena López


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      Sus ojos relucieron. Noté bruñidos destellos amarillos en ellos, pero fue algo fugaz.

      Parpadeé, desconcertada.

      —Oficialmente mía —dijo contento, y me besó de nuevo.

      A la mañana siguiente, me miraba en el espejo con una enorme sonrisa mientras me arreglaba para ir al colegio. Sentía un tipo de mariposas en el estómago al pensar en Donovan, en volver a verlo.

      Detestaba un poco ese sentimiento. Era muy pronto —demasiado, a mi parecer— para la manera en la que él había entrado a mi vida, la forma en que estaba adentrándose en mi corazón. Tenía que detenerme, llevar las cosas despacio. Sin duda alguna, era lo mejor que podía hacer, pero mi corazón era necio y no hacía caso alguno a las advertencias que mi cerebro le lanzaba.

      Tenía que controlarme, o terminaría con el corazón roto.

      Abrí la puerta de mi habitación justo cuando Maddy aparecía detrás de ella. Me miró confundida al verme tan sonriente y ya lista para irme al colegio.

      —¿Madrugaste? —preguntó incrédula.

      —Sí, bueno, digamos que dormí bien anoche.

      —Y el causante de ello es el dueño del flamante auto que se la vive estacionado fuera de casa, supongo.

      Abrí los ojos de par en par.

      —¿Cómo?

      —Hoy desperté y revisé la hora. No llegabas, así que salí a esperarte, hasta que te vi bajar del auto con ese chico que, por cierto, es muy guapo.

      Me sonrojé un poco. Por lo regular, Donovan estaba ahí cuando Maddy dormía o se hallaba fuera de casa.

      —Él es… un amigo —mentí.

      —Tranquila, Kairi. Puedes tener novio, y lo sabes. Solo nunca olvides los consejos que te he dado sobre los hombres.

      Sonreí.

      —No lo hago. Los tengo presentes.

      —Me alegro. En fin, ten un buen día y, por cierto, mañana es mi descanso. Quizá podamos ir al cine a ver una película.

      —Eso sería genial —coincidí sonriendo ampliamente—. Pero ¿hay un cine aquí?

      Ella rio.

      —Por supuesto que sí, Kairi —respondió dirigiéndose a su habitación.

      Caminé a su lado, besé su mejilla y bajé corriendo las escaleras, deseosa de llegar al colegio.

      Abrí la puerta y, para mi sorpresa, Donovan estaba llegando. Bajó del auto luciendo tan atractivo, como siempre. Se veía tan guapo con aquella camisa de cuadros pegada a su cuerpo. Marcaba cada uno de sus músculos de una manera que debería ser ilegal.

      —Hola. Hoy no esperaba verte aquí a esta hora. Es martes; creí que estarías ocupado, como siempre —murmuré al llegar a él.

      Ni siquiera me saludó, simplemente me cogió de la cintura y besó mis labios. Me tomó por sorpresa, pero enseguida le respondí de igual manera.

      —Eres mi novia. No te dejaré andar sola por ahí —susurró.

      —Deja de ser tan posesivo. No iré a ninguna parte.

      —No puedes huir, Kairi. Ayer dijiste que eras mía y, créeme, esas palabras tienen un fuerte significado para mí.

      Sonreí.

      —Entonces, me he sentenciado a permanecer a tu lado —bromeé.

      —Es peor que eso. Nunca vas a poder estar sin mí —dijo serio—. Me perteneces, Kiari —sentenció, llamándome de nuevo así.

      Mi ceño se frunció notablemente al darme cuenta de que lo estaba diciendo de verdad. Cuando le había cuestionado el porqué de aquel nombre, no había sido capaz de decírmelo, como muchas otras cosas.

      —Vamos, que se nos hace tarde —cambió de tema radicalmente al tiempo que tiraba de mi mano.

      —Estás bromeando, ¿cierto? —inquirí.

      Abrió la puerta del auto y me hizo entrar, sin responderme. Subí y luego lo hizo él, encendió el auto y se puso en marcha.

      —Donovan, te hice una pregunta.

      —No te compliques la vida, Kairi. Deja que las cosas sigan su curso.

      ¿Qué clase de respuesta era esa?

      —Eso no tiene sentido alguno, mucho menos está relacionado con lo que te pregunté.

      Una sonrisa sombría asomó sus labios. No me respondió y siguió conduciendo. Molesta, me volví a mirar por la ventana, pensando en todo y en nada a la vez. El trayecto al colegio fue rápido. Donovan estacionó; su mirada estaba sobre mí, pero no giré a mirarlo.

      Intenté abrir la puerta, pero tenía el seguro puesto.

      —Kairi.

      —Se nos hará tarde —dije y lo miré.

      Error. Me cautivó, como constantemente lo hacía. Se acercó más a mí y se detuvo a pocos centímetros de mis labios.

      —Y qué más da —susurró, tentándome.

      —Eres un maldito manipulador —lo acusé mirando sus labios.

      —Algunas veces.

      Dicho eso, acortó la distancia que nos separaba y me besó despacio, como si intentara tranquilizarme, y ciertamente lo estaba logrando. Sus besos, como de costumbre, hacían estragos en mí, pero de una buena manera.

      —Detente —le pedí.

      —Eso no sonó muy convincente.

      —Lo sé, pero andando, que no deseo llegar tarde.

      Me dio un último beso y bajó del auto, abrió mi puerta y tomó mi mano para así atraerme a su cuerpo. Caminamos juntos hasta la entrada, entonces noté la mirada de Derek sobre nosotros. Lucía impasible, sin embargo, había algo en sus ojos que me daba la impresión de que se encontraba molesto. Donovan le lanzó una mirada. Tal parecía que entre ellos se entendían. Negué interiormente, no me interesaba en lo absoluto lo que Derek pensara.

      —¿Te veo a la hora del almuerzo? —dije hacia Donovan. Ya había llegado a mi aula y, para mi desgracia, mi primera clase era con Derek, como cada martes.

      —Por supuesto —murmuró ausente.

      —¿Estás bien? —pregunté confundida al notar su actitud.

      —Sí, tranquila —me aseguró sacudiendo su cabeza y alejando quizá de ella pensamientos que robaban toda su atención—. Nos vemos después.

      Me quedé observando cómo se iba. Sus manos iban hechas puño y una tensión en su cuerpo, que antes no estaba ahí, lo acompañaba. Se me hizo extraño. Quise correr detrás de él y preguntar qué le ocurría, pero sabía que no me diría nada.

      —Veo que al fin has caído en sus redes.

      Miré a Derek, que no lucía contento.

      —¿Disculpe? —increpé molesta.

      —No deberías ponerle las cosas tan fáciles.

      —Creo que lo que yo haga o deje de hacer no es de su incumbencia.

      Entré al aula. Él también lo hizo, pero, para mi sorpresa, cerró la puerta con fuerza y luego me acorraló contra ella siendo de todo, menos cuidadoso.

      —¿¡Qué demonios le sucede!? —grité.

      —Deja de ser tan inocente, Kairi. Solo te diré una cosa: en la persona que menos puedes


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