Dulce tortura. Elena López
me dediqué a mirar la nada.
—Cuéntame algo de ti —dije rompiendo el silencio—. Quiero conocerte más — añadí. En todo ese tiempo, solo habíamos hablado de cosas banales. Quería saber de su vida personal.
Lo escuché suspirar. Estaba tan cálido, como si su cuerpo fuera una hoguera andante.
Me encantaba.
—¿Qué quieres saber? —susurró con tranquilidad.
—Sobre tu familia.
—Bueno… Solo somos Christian, mi padre y yo. Mi madre murió hace algunos años —dijo con la voz rebosante de rabia.
—Lo siento —musité mientras me sentaba sobre el sillón para mirarlo.
—Está bien, ya lo he superado.
Sin embargo, me daba la impresión de que no era así.
—A decir verdad, nunca se supera la muerte de alguien. Solamente se aprende a vivir sin su presencia. —Suspiré—. Yo no quiero ni puedo superar la muerte de mi papá. Soy feliz al mantenerlo vivo en mi memoria y en mis recuerdos. Ellos estarán con nosotros siempre que los tengamos presentes en nuestros corazones, aunque no se encuentren físicamente.
Él se mantuvo en silencio, mirándome con intensidad. Me fue imposible después de unos segundos sostenerle la mirada. Era intensa y penetrante.
—Los recuerdos no siempre te dan felicidad. A veces duelen.
—Lo sé. Sin embargo, hay algunos que te salvan —repuse serena.
—Y otros que te condenan. —Me estremecí.
Dijo eso mirándome a los ojos. Un sentimiento extraño me recorrió. Era como si esas palabras me las estuviera diciendo a mí.
No obstante, no encontraba una razón lógica para que aquello pudiera ser así; apenas lo conocía. Negó, sacudiendo su cabeza repetidamente, quizá tratando de alejar cualquier pensamiento que estuviera dando vueltas en su cabeza.
—En fin… Dices que tu padre murió. ¿Qué hay de tu madre? —preguntó para cambiar de tema.
—Ella nos abandonó —mascullé entre dientes, y a él no pareció sorprenderle mi respuesta.
—Quizá tuvo una razón para hacerlo —dijo sorprendentemente—. Tal vez te quiso proteger… A ambas.
Me había planteado una y mil razones por las que ella pudo haberse ido; pero, aun así, nada la justificaba. Yo nunca hubiera dejado a mis hijos. Fuera cual fuera la razón, jamás lo hubiera hecho. Pero obviamente no todas las madres piensan así, y mucho menos la mía.
—Quizá —mentí.
—¿Nunca has tratado de buscarla?
—No, ¿qué caso tiene buscar a alguien que no me quiso? —susurré con tristeza. Porque, a pesar de que había aprendido a vivir sin ella, aún dolía. Todas mis amigas tenían madre, una amiga incondicional con quien hablar, alguien que les diera consejos, y yo no había tenido nada. Mi padre nunca había sido bueno hablando y Maddy parecía estar igual que yo. Había tenido que aprender a estar sola, sin ese cariño maternal.
—No te pongas así —dijo abrazándome—. Mejor te acompaño a tu habitación a descansar.
Reí.
—Ni loca. Podemos estar aquí —propuse mirando el reloj, y me di cuenta de que las horas se habían pasado volando mientras estaba con él.
—Si lo que piensas es que quiero tener sexo, bien puedo tomarte aquí. No me hace ninguna diferencia. Solo quiero que descanses —me aclaró tocándome la frente con la mano, como si yo fuese una niña pequeña.
—De acuerdo —acepté. Fuera uno a saber a qué hora iría a llegar Maddy.
Nos levantamos del sofá y lo guie hasta mi habitación. Aunque él sabía el camino, se mantuvo detrás de mí.
Al llegar, abrí la puerta, entré y luego lo hizo él. Cerró la puerta; yo me recosté sobre la cama y lo invité a que hiciera lo mismo. No lo dudó. Deslizó su brazo por debajo de mi cabeza y presioné mi mejilla contra su pecho. Se sentía bien estar así, en silencio, atrapada por sus brazos fuertes y cálidos. No me gustó en lo absoluto aquella sensación, que fuera tan perfecto estar con él así. No deseaba extrañarlo cuando no estuviera.
—No sabes el lío en que ambos nos estamos metiendo —habló de pronto.
—¿A qué te refieres? —pregunté sin mirarlo.
—A esto… Tú y yo. Los sentimientos que, aunque no lo deseemos, crecen entre nosotros.
Él tenía razón. Estaba aterrada: Donovan no era el tipo de chico por el cual debía comenzar a tener sentimientos. Y, sin embargo, ahí estaba, permitiendo que poco a poco se adentrara en mi corazón.
—Entonces, simplemente prometamos no mezclar sentimientos y ya. Podemos solamente ser amigos con beneficios. Eso me vendría bien, tener sexo contigo sin ataduras —le sugerí.
Lo escuché soltar un bufido.
—No quiero ser tu amigo con beneficios, quiero ser tu novio. —Su mano fue a mi mentón y lo tomó, haciendo que lo mirara—. Deseo que te enamores de mí, que me ames como no has amado a nadie. Quiero ser una necesidad para ti, quiero ser tuyo, Kiari.
Me recorrió un cosquilleo por cada centímetro de mi cuerpo. No supe qué decir y él pareció darse cuenta de ello, dado que sonrió y luego me besó.
Suspiré y le respondí lentamente, saboreando sus labios. Él subió sobre mi cuerpo; con lentitud, su respiración y la mía comenzaban a acelerarse. Dejó caer un poco su peso sobre mí, aprisionándome sin dejarme escapar, y no sé por qué tuve la certeza de que nunca podría hacerlo.
Poco a poco sus manos comenzaron un recorrido por mi cuerpo, acariciando con cautela mis piernas desnudas. Me estremecía al sentirlo; mi piel se erizaba ante su toque, incluso cuando este era cálido. Fui consiente de a dónde nos llevaría eso y, a pesar de no ser virgen, no podía acostarme con él: era demasiado pronto.
—Donovan… —susurré alejándome de sus labios; pero él ágilmente volvió a besarme, sin mostrar el menor indicio de querer detenerse.
Rendida, seguí respondiendo, perdiéndome entre sus caricias, olvidándome completamente de todo. Me dejé llevar mientras su mano se colaba por debajo de mi blusa, tocando con sus dedos la piel de mi abdomen. Su toque me quemaba; él estaba ardiendo; yo estaba igual. Lo atraje más a mi boca, mordí delicadamente su labio inferior y mi lengua se deslizó suave por este. Donovan gimió en respuesta, apretándose más contra mi cuerpo, que se curvaba contra el suyo en busca de más. Se metió entre mis piernas y su erección se clavó contra mi pelvis. Los nervios hicieron su flamante aparición.
—Kairi —alguien me llamó.
Me separé de Donovan de golpe.
—Dios… Mi hermana —musité tratando de ponerme de pie.
Donovan no se movía, más bien sonreía al ver mi apuro.
—Quítate de encima, Donovan —le pedí nerviosa.
—¿Por qué? —preguntó burlón.
—Por favor. Si me encuentra contigo aquí, va a sermonearme —susurré escuchando a mi hermana subir los escalones.
Besó mis labios una vez más y se incorporó. Hice lo mismo y rápidamente reacomodé mi blusa y mi cabello justo cuando ella apareció. Miró a Donovan y luego me miró a mí.
Lucía verdaderamente sorprendida, por más que intentara disimularlo.
—Hola. Veo que te sientes mejor —concluyó.
—Sí… Yo ya estoy bien —balbuceé.
Luego vi a alguien